sábado, 3 de diciembre de 2016

EE.UU: La rebelión de las masas no siempre lleva a la revolución

Aunque ha sido en nuestros países ubicados en la periferia capitalista en donde hemos resentido más crudamente los efectos de esta globalización neoliberal, las clases trabajadoras y los sectores populares de los países centrales no han estado al margen de esta situación.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Dos procesos concomitantes del capitalismo se dieron la mano en los últimos cuarenta años y contribuyeron, potenciándose, a perfilar la situación actual: la globalización y el neoliberalismo. La primera, producto de la expansión sin límites del capital que, buscando su realización, promueve la avorazada y eterna transformación de todo lo que toca en mercancía expandiéndose por todo el orbe; la segunda, de la búsqueda constante de mayores cotas de productividad y rentabilidad basándose en la explotación creciente del trabajo y la concentración del capital.

En esta situación, el engranaje productivo del capitalismo, aceitado al máximo, se ha convertido en una fabulosa máquina productora de riqueza material generadora de  ganancias exorbitantes que, sin embargo, se quedan cada vez más en menos manos.

Los perdedores de esta expansión productiva y geográfica han visto atónitos como, ante sus ojos, se han venido desarrollando estos procesos que se empezaron a gestar en su expresión contemporánea en los años de Reagan y Thatcher y que, aunque en crisis, se ha profundizado en los últimos años.

Las protestas han sido de muchos tipos, desde las movilizaciones ciudadanas en las grandes urbes de los países centrales del sistema, hasta el surgimiento de gobiernos nacional progresistas en América Latina, que se convirtieron en un punto de atención para quienes buscaban respuestas a la brutal acción del capital que se sentía liberado luego de la caída del Muro de Berlín.

Aunque ha sido en nuestros países ubicados en la periferia capitalista en donde hemos resentido más crudamente los efectos de esta globalización neoliberal, las clases trabajadoras y los sectores populares de los países centrales no han estado al margen de esta situación.

Como ya se ha mostrado insistentemente después de las elecciones norteamericanas que llevaron a Donald Trump a la presidencia, una parte importante de la clase trabajadora votó entusiastamente por esta opción retrógrada de derechas que, a menos de un mes de haber salido electa, muestra con toda crudeza su perfil reaccionario.

Se trata de grupos sociales que han quedado desocupados y marginados de la sociedad de consumo, a los que se les esfumó el mito del sueño americano sin que a nadie del establishment le importe, ocupados como están en salvar a los grandes capitales bancarios y financieros.

Son grupos sociales que se han ido transformando paulatinamente en lo que Marx llamó lumpenproletariado, y cuyas características expuso en el capítulo V de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, siendo una de ellas precisamente el ser portadores de ideologías conservadoras, reaccionarias y oportunistas.

Los desesperanzados del sistema son muchos más que estos grupos sociales, y muchos de ellos tampoco tienen la suficiente conciencia como para apostar por un cambio como el que, eventualmente, puede proponerles la izquierda. Muchos, como apuntó en algún momento Leonardo Boff, protestan solamente porque se siente marginados de las posibilidades de consumo que, como un espejismo, se les vende como la panacea, como la consumación de la tan buscada felicidad.

Bastos sectores sociales con estas características se han expresado o están por hacerlo en elecciones en las que han salido o están por salir electos partidos y personajes de derecha que nos hacen avizorar un panorama oscuro para los próximos años.

En América Latina, esta tendencia global puede aumentar el poder de partidos políticos que han estado al acecho del gobierno después de veinte años de experiencias nacional progresistas. No se trata, en nuestro caso, de que haya terminado un ciclo y que empiece otro, sino que una tendencia distinta y opuesta al nacional progresismo adquiere fuerza y sale a flote. Tiene como sustento una base social oscilante, ideológicamente débil, que apuesta por unos o por otros dependiendo de lo que encuentre más viable y cercano.

La única respuesta posible es la organización y la unidad más amplia de las izquierdas y sus aliados, pero organización que trabaje de forma permanente y profunda la conciencia. Sin un cambio de conciencia toda posible victoria será vana.

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