sábado, 26 de marzo de 2016

La visita de Obama a la Argentina o 40 años no es nada

Se completa un marco de relaciones que garantiza la presencia dinámica de EE. UU. en la región, asegurada dócilmente por el presidente Macri en los próximos cuatro años, quien, seguramente como lo expresa frecuentemente, le preocupa lo que viene y no las lecciones del pasado.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX, el siglo corto, refería que “La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX”[1]. Aunque hayan pasado más de dos décadas de cuando lo escribió y transitemos el nuevo milenio, su insistencia en mantener viva la memoria histórica sigue vigente, sobre todo en sociedades en donde se fomenta el olvido alentando a mirar al futuro, como si esa construcción ideal que todavía no llega, surgiera de la nada. Mucho más sabios son los pueblos originarios que se refieren al pasado mirando hacia adelante porque es lo que más se conoce, mientras que al porvenir lo echan a la espalda y no se ve.

Las exhortaciones “de aquí en adelante”, “pronto saldremos de la crisis y seremos felices”, la promesa de “pobreza cero” y “el nuevo marco de relaciones que hoy inauguramos será beneficiosa para nuestros pueblos”, expuestas por el presidente Macri en la bienvenida al presidente Barak Obama, amén de asegurarle que “ésta es su casa”, pretenden por arte de magia borrar el manto espeso y oscuro que siempre tuvo la sombra de Estados Unidos en Argentina. No sólo en los hechos comprobables sino en el marco de sospechas que su indudable y poderosa hegemonía siempre ha ejercido. Esta visita presidencial hecha a cuarenta años del golpe militar más sangriento y terrorífico de la historia argentina reciente, cuyas consecuencias y heridas aún están abiertas, aunque Obama confíe en su carisma y poder de convencimiento y seducción, no puede aceptarse como el gesto de confianza del nuevo marco de las nuevas relaciones bilaterales. Su país, aunque se lo consultó al respecto y reconoció los vaivenes históricos, participó activamente en los procesos políticos que nos impidieron la vida democrática y nos arrastraron a épocas aberrantes, como la que se conmemora y es justo no olvidarla por respeto a las víctimas y nuestra propia dignidad.

Muchos oficiales de las FF. AA. se formaron en la Escuela de las Américas en Panamá y se asimilaron al Plan Cóndor, cuyo mentor fue Henry Kissinger, el célebre Secretario de Estado de Nixon, son hechos que perduran en la memoria colectiva y no pueden olvidarse así nomás, por lo menos así lo expresa esa consigna de verdad y justicia que invocan las organizaciones de derechos humanos.

Luego vino Malvinas, una salida desesperada de los militares cuando se iban cayendo a pedazos, intentaron recuperar las islas en la creencia que los ingleses no las defenderían. Allí, con Costa Méndez como canciller, creyeron que el socio les iba a ayudar, pero él era parte de la OTAN y no podía luchar contra su aliado Reino Unido. Cargaron con más muertes inocentes y una rendición vergonzante: los jóvenes conscriptos padecían horrores, mientras ellos negociaban las migajas de poder en sus escritorios y se perdían las colectas patriotas, de una solidaridad derrochada.

La recuperación democrática no puedo recomponer los estragos sociales que dejaron ni pudo siquiera satisfacer las demandas postergadas. El chaleco del endeudamiento externo y los nuevos grupos económicos surgidos del pillaje cómplice de aquellos años, maniató al presidente Alfonsín, quien se propuso de restablecer la justicia juzgando a los principales responsables de los crímenes ocurridos. Emergieron los derechos humanos desde los escombros, muchos participaron en aquellos juicios memorables, intentando esclarecer lo inexplicable. El libro Nunca más, intentó dar testimonio de lo ocurrido. Pero no se pudo avanzar, las bestias aún disponían de poder suficiente como para poner en jaque al gobierno democrático. El cerco se fue cerrando, las grandes empresas formadoras de precios decretaron la hiperinflación y el primer gobierno de la recuperada democracia se vino a pique y anticipó la llegada de Menem, quien de espaldas al pueblo acordó con la derecha, coincidente con dos hechos trascendentes: la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS y el Consenso de Washington, que el nuevo gobierno seguiría a pie juntilla, proponiéndose como modelo a seguir: se abrió la economía, destruyó el Estado y se entronizó al mercado. Allí tuvimos relaciones carnales con los EE. UU. y, sendos presidentes participaban de idénticos intereses. No era necesario pedir la visa para ingresar al país del Norte.

Hubo de transcurrir más de una década para que George Bush hijo, fuera defraudado en la Cumbre de Mar del Plata, ante el rechazo colectivo de ingresar al ALCA. Allí tomó vuelo la generación del Bicentenario, liderada por el presidente venezolano Hugo Chávez Frías, acompañado por Kirchner y Lula. El esfuerzo valió la pena y amplios sectores de la población se beneficiaron con las políticas públicas orientadas a la educación, la salud, la construcción de viviendas, la seguridad social y la investigación y desarrollo científico.

Más temprano que tarde la sangre en el ojo de Polifemo ha vuelto las aguas al antiguo cauce y el patio trasero, a ser patio trasero. El nuevo orden surgido del cambiante dinamismo de fuerzas en el mundo exige otro rol de la periferia alineada, habrá que reprimarizar la economía y precarizar salarios y condiciones de trabajo. Cuestión que grandes sectores deberán distraerse en la lucha cotidiana por la subsistencia, garantizando la paz social mediante el incremento de la represión – hecho que ya justificaba Weber al reconocer el monopolio del poder punitivo del Estado – sobre todo en la lucha contra ese enemigo omnímodo que es el narcotráfico, para cuyo cometido dispondremos de ayuda extra. Habremos cumplido disciplinadamente también con los fondos buitres, mientras la “crisis heredada” obligará al ajuste en la esperanza que una vez alcanzados los objetivos propuestos por la nueva administración, se elimine la pobreza. Una letanía de la teoría del derrame aggiornada.

De allí que la seductora presencia de Obama lejos de tranquilizar deja muchos interrogantes, más allá de su distensión, elocuencia y ditirambo local.

En una vasta y rica geografía despoblada y con alta concentración en escasas ciudades, no sólo resulta un espacio atractivo para el narcotráfico sino también y por esto, justifica el establecimiento de bases militares, así de paso vigilan recursos naturales altamente preciados, como el acuífero Guaraní, el potencial minero u otros requerimientos que, con la inmensa tecnología a su disposición, la tienen al alcance de la mano. Se completa así un marco de relaciones que garantiza la presencia dinámica de EE. UU. en la región, asegurada dócilmente por el presidente Macri en los próximos cuatro años, quien, seguramente como lo expresa frecuentemente, le preocupa lo que viene y no las lecciones del pasado.



[1] Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, 10ª ed. 3ª reimp., Buenos Aires, Crítica, 2011 p. 12

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