sábado, 19 de marzo de 2016

Honduras: El neoliberalismo sin careta

En Honduras el lobo neoliberal no se pone careta, no baila ridículamente en el balcón de la casa presidencial ni se hace pasar por impoluto anticorrupción. Ahí se viste de militar, de paramilitar, de mara, y arremete para despejar el camino de las mineras, el agronegocio y los megaproyectos hidroeléctricos.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

La forma concreta de existencia el capitalismo contemporáneo, el neoliberalismo, se camufla bajo distintos disfraces y, como camaleón, adopta los colores del lugar en donde se esté jugando la primacía.

En América Latina hoy, después de más de una década de gobiernos nacional-populares, asume la careta del cambio. Es un cambio para peor, un retroceso, pero se camufla, como en Argentina, como un cambio alegre en el que parece que fuéramos para el carnaval.

En Brasil la careta es el hastío de la corrupción, pero a la vuelta de la esquina está el lobo afilándose los dientes para dar marcha atrás con las políticas que posibilitaron que millones de brasileños lograran mejorar su nivel de vida.

En Venezuela resulta que hay una dictadura y que hay que echar abajo al dictador y el proyecto que representa. No ha habido lugar en América Latina en donde el gobierno se haya legitimado tantas veces a través de elecciones, y cuando ha perdido, ha salido pundonorosamente a reconocerlo. Pero ahí está el concierto de corifeos de la derecha encabezados por los otrora contendientes españoles Felipe González y José María Aznar, escoltados por el megalómano de Oscar Arias de Costa Rica y varios expresidentes colombianos que nunca pudieron hacer de su país nada parecido al tinglado democrático que su criticada Venezuela, entre agresiones constantes de todo tipo, ha consolidado bajo el régimen bolivariano.

Se vende gato por liebre, y cuando se quitan el ropaje y los oropeles engañosos de las elecciones, cuando acaba la música del tinglado en donde se bailó ridículamente las notas de algún bailecito de moda, ya están encaramados en el poder.

En Honduras, sin embargo, no hay careta. Ahí, el modelo se impone a sangre y fuego y arremete sin contemplaciones contra todo lo que considere obstáculo.

Primero fue el golpe de Estado contra Manuel Zelaya, en donde entre aclamaciones nombraron héroe nacional al golpista Roberto Micheletti, empresario obtuso que fue la cara visible de un golpe fraguado en la base militar norteamericana de Soto Cano, y que la hoy candidata por el Partido Demócrata de los Estados Unidos, Hillary Clinton, apuntaló siendo Secretaria de Estado de Barack Obama.

La represión contra el movimiento popular que se le opuso no ha cesado desde entonces. Se ha construido un régimen de terror en que quiere silenciar a quienes denuncian, se oponen y luchan contra los desmanes que han hecho del extractivismo su eje de desarrollo. Tanta muerte por causas políticas se contabilizan como producto de la violencia desatada por el crimen organizado y las pandillas o, como se quiere hacer parecer en el asesinato de Berta Cáceres, por razones “personales”.

Pero la realidad es que la violencia no es más que la forma que adquiera la imposición del neoliberalismo en un país sin consensos. Cuando se tienen tantas lagunas de legitimación no queda más que reprimir y desarrollar la pedagogía del terror. Mientras más falta el consenso y la legitimación, más necesidad del uso de la fuerza represiva.

Para los Estados Unidos, Honduras ha sido siempre su base para expandir sus políticas más agresivas contra América Latina. En la década de los ochenta, se le llamó el portaviones norteamericano por el papel que le asignó los Estados Unidos en la guerra de Nicaragua. Antes, a mediados del siglo XX, fue punto de partida para la invasión que terminó derrocando al gobierno democrático de Jacobo Árbenz en Guatemala. Ahora, tuvo el privilegio de ser el punto en donde los Estados Unidos iniciaron su contraofensiva para hacer retroceder y sacar del poder a los gobiernos nacional populares.

En Honduras el lobo neoliberal no se pone careta, no baila ridículamente en el balcón de la casa presidencial ni se hace pasar por impoluto anticorrupción. Ahí se viste de militar, de paramilitar, de mara, y arremete para despejar el camino de las mineras, el agronegocio y los megaproyectos hidroeléctricos.

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