sábado, 25 de julio de 2015

El Chapo y el Estado fallido en México

¿Qué puede pensarse de un Estado que es incapaz de mantener en la cárcel  a un capo poderoso de la droga como es Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera? Las noticias que hemos recibido con respecto a los pormenores de su fuga, iluminan con la mayor claridad la corrupción del Estado en México.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

No pocos de mis colegas en las ciencias sociales deploran la categoría de Estado fallido por sus orígenes y por sus consecuencias. Con respecto a los primeros debe decirse que la categoría tuvo su origen, como la de gobernabilidad, en los apetitos hegemonistas del imperio estadounidense. Si un Estado en la periferia capitalista incurría en la ingobernabilidad y  en la falencia, la consecuencia era la intervención.

Pese a esto, el México de los últimos años  nos hace caer en la tentación de usar la categoría deplorable  que fue utilizada desde el  principio  en los informes que un grupo de académicos estadounidenses preparaban para la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Cuando un Estado  es incapaz de garantizar su soberanía en el conjunto del territorio que gobierna, es desafiado militarmente por poderes fácticos que controlan porciones extensas de dicho territorio, la corrupción al servicio de grupos privados desvirtúan el carácter público que debe tener el Estado, el mismo es incapaz de hacer realidad la ley y administrar la justicia,  incumple el pacto hobbesiano de garantizar la seguridad ciudadana,  entonces, se nos dice,  estamos ante un Estado fallido.

¿Qué puede pensarse de un Estado que es incapaz de mantener en la cárcel  a un capo poderoso de la droga como es Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera? Las noticias que hemos recibido con respecto a los pormenores de su fuga, iluminan con la mayor claridad la corrupción del Estado en México. Resulta increíble que los organizadores de la fuga de El Chapo, hayan excavado un túnel de 1,500 metros, 1.70 de altura por aproximadamente uno más de ancho, sin que las autoridades del Penal del Altiplano y las agencias de inteligencia a nivel nacional lo hayan percibido. Para semejante obra de ingeniería tuvo que usarse maquinaria neumática que hace un enorme ruido, tuvieron que movilizarse aproximadamente 350 camiones de volteo con la tierra y piedra extraída y tuvo que tenerse un plano del presidio de tan alta precisión como para que el  túnel llegara directamente a la ducha que usaba el narcotraficante. El túnel comenzó a construirse desde una casa en construcción que no existía en febrero de 2014 cuando El Chapo fue capturado por última vez. Casa en construcción ubicada en un lugar descampado que  la hacía perfectamente visible desde las torres de vigilancia del presidio.

No cabe duda pues que El Chapo, cuya leyenda ya supera a la de Pablo Escobar Gaviria, contó con la complicidad del Estado para fugarse. Lo que está sujeto a discusión es si esa complicidad llega solamente a las autoridades del penal o si es un acuerdo que involucra a la presidencia de la república como se dice a nivel de rumor. El hecho cierto es que la matanza de Tlatlaya, la masacre de los 43 normalistas de Ayotzinapa,  la corrupción evidenciada en la archilujosa casa propiedad de la pareja presidencial, y ahora la fuga de El Chapo Guzmán, han destruido  acaso irreversiblemente la credibilidad del presidente Peña Nieto.

Y nos deja sabor a Estado fallido.

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