sábado, 21 de febrero de 2015

Venezuela y el peligro izquierdista

A Venezuela le ocurre lo mismo que a todo gobierno de izquierda en América Latina desde la década de 1960. Su peligro es mayor que las denuncias sobre la guerra mediática y económica. El gobierno venezolano acaba de impedir un nuevo atentado golpista que demuestra la locura del odio antibolivariano.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)

Es difícil pedir reflexiones frías y análisis consistentes cuando se habla de Venezuela. Las pasiones y las opiniones reduccionistas se imponen con más frecuencia.

La imagen de los problemas económicos inmediatos impide considerar que con Hugo Chávez (1999-2013) se superó el camino neoliberal, la hegemonía partidista tradicional y la desinstitucionalización de la democracia.

Se olvida que la Revolución Bolivariana ha contado con sistemático apoyo popular, que se alteraron las bases del poder político anterior, y que por intermedio del Estado fue posible atender a sectores sociales otrora postergados, con educación, medicina, seguridad social, vivienda y mejoras laborales y sociales, todo ello destacado por informes externos, como los de la CEPAL o el PNUD.

Se olvida que en Venezuela, así como en otros países con gobiernos de nueva izquierda, se alteró la vida del antiguo país, que estaba agotada en manos políticas oligárquicas. Hacer una “revolución”, como siempre ha ocurrido en la historia de América Latina, despierta fuerzas opuestas, porque hay un “orden” que se altera: formas de vida, instituciones, visiones, conceptos, ideologías, cultura, Estado, poder. Se agudiza la división social y la conflictividad política.

En América Latina toda revolución y todo régimen reformista o progresista, que incline el peso del poder a favor de los sectores populares, siempre despertó beligerantes reacciones de las clases afectadas. La independencia inicial de México (1810), tanto como su revolución de 1910, que tuvieron una enorme base campesina e indígena, fueron traicionadas. Las revoluciones liberales latinoamericanas eran combatidas a bala. En Ecuador el radical Eloy Alfaro fue asesinado (1912) entre otros motivos por sus inclinaciones sociales. Pero es en el siglo XX cuando más se expresan las violentas resistencias de las élites dominantes: los mal llamados “populismos” latinoamericanos de los años 30 y 40 eran combatidos por “comunistas”; la Revolución Juliana (1925) en Ecuador, pionera en promover derechos laborales, era atacada por la regionalista plutocracia bancaria.

Los Estados militares-terroristas, iniciados con el derrocamiento de Salvador Allende (1973) e implantados en el Cono Sur, fueron auspiciados por las burguesías internas aliadas con el imperialismo. Cuba ha sido bloqueada durante más de medio siglo. Y podría seguir con numerosos ejemplos históricos que dan cuenta de la violencia contra toda insurgencia popular y contra todo gobierno que se atreve a cuestionar el poder de las capas dominantes latinoamericanas.

A Venezuela le ocurre lo mismo que a todo gobierno de izquierda en América Latina desde la década de 1960. Su peligro es mayor que las denuncias sobre la guerra mediática y económica. El gobierno venezolano acaba de impedir un nuevo atentado golpista que demuestra la locura del odio antibolivariano. Es que las burguesías oligárquicas, el imperialismo y las ultraderechas están muy claras: hay que acabar con toda izquierda, sea “buena” o sea “mala”. Ya lo han hecho antes.

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