sábado, 23 de marzo de 2013

El BID ofrece a Mesoamérica al mejor postor

El BID sirve a Mesoamérica en bandeja de plata a los grandes comensales del capital extranjero, y que se mantiene subordinada a las necesidades del crecimiento de otros polos de poder económico y, por supuesto, a los intereses de las compañías multinacionales.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El presidente del BID en la asamblea de
gobernadores del banco, en Panamá.
A finales del mes de febrero, a propósito de la visita que realizó el presidente de México  a Costa Rica, llamamos la atención sobre el nuevo aire que parece tomar la clase política mesoamericana para profundizar el modelo de desarrollo neoliberal y su apuesta dogmática por el libre comercio y la atracción de inversiones extranjeras. A pesar de la crisis capitalista -o acaso por ese mismo motivo-, gobiernos, empresarios e instituciones multilaterales de esta  la región se muestran dispuestos a redoblar empeños por insertar (¿o ensartar?) a nuestros países en los grandes circuitos comerciales de la economía internacional, reeditando los pasos seguidos en el siglo XIX y principios del XX bajo el modelo liberal.

Si en San José, un mediático Enrique Peña Nieto cumplió su parte de la puesta en escena y  prometió “transformar a Mesoamérica en una región con mayor progreso económico y cohesión social”, ahora le ha correspondido el turno al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Luis Alberto Moreno, quien, desde una posición mucho más tecnocrática, dio fe de esta puesta al día del rol histórico que las élites y centros de poder, bajo la perspectiva ideológica del capitalismo, han impuesto a países donde abunda la mano de obra barata y los recursos naturales estratégicos (agua, energía, biodiversidad), pero escasean las oportunidades, la justicia social, la paz y la equidad en la distribución de la riqueza.

En un artículo publicado en el diario español El País (14-10-2013),  titulado: “Mesoamérica: ¿un corredor logístico global?”, Moreno reproduce las representaciones de progreso y modernidad que han sido dominantes en la configuración cultural latinoamericana en los últimos dos siglos, y que, a la vez, han perfilado el tipo de relaciones entre naturaleza y sociedad características de nuestro “desarrollo”. Así, el funcionario inicia su artículo reconociéndose deslumbrado por las obras de ampliación del Canal de Panamá, donde, dice, “me encontré con 53 grúas y 7.000 obreros. Cuando se inauguren las nuevas instalaciones en el 2015, se habrán consumido más de cuatro millones de metros cúbicos de hormigón y una cantidad de acero equivalente a 19 Torres de Eiffel”.

Acto seguido, y una vez establecida esa representación de lo moderno como el futuro deseable, el presidente del BID delinea la visión de una Mesoamérica que se sirve en bandeja de plata a los grandes comensales del capital extranjero, y que se mantiene subordinada a las necesidades del crecimiento de otros polos de poder económico y, por supuesto, a los intereses de las compañías multinacionales.

Una Mesoamérica embarcada en “la carrera para ampliar y modificar sus puertos para que puedan competir por el transbordo de cargas de los gigantescos buques que atravesarán el nuevo canal”, y por los 8 mil millones de dólares que los inversionistas extranjeros estaría destinando a estas obras; una Mesoamérica que, asegura Moreno, está en la mira de “emprendedores visionarios” que ven “a Panamá y a sus países vecinos como posibles bases para producir y distribuir productos en mercados que hoy no resultan rentables”; una Mesoamérica a la que vuelven las multinacionales para reincidir en la instalación de maquilas de todo tipo: “fábricas y centros de servicios en Mesoamérica cuyo objetivo es abastecer no sólo a Estados Unidos, sino a Centro y Sudamérica”, pero que han contribuido en muy poco al desarrollo humano y a la reducción de la pobreza y las desigualdades sociales. Y sobre esto, deliberadamente, guarda silencio el presidente del BID.

¿Es este el camino del “desarrollo” que requiere nuestra región mesoamericana? Seguramente que no, pero Moreno ni siquiera entra en el debate de la conveniencia de los rumbos transitados ni en el horizonte posible de las alternativa al desarrollo tal y como lo hemos concebido –y padecido- hasta ahora. En cambio, en el panegírico publicado el diario emblema de la derecha iberoamericana, el presidente del BID revela sus opciones ideológicas y, al mismo tiempo, la mentalidad de la tecnocracia y de la clase política criolla: en todo el texto, no hay una sola mención, una alusión o al menos una referencia tangencial a los pueblos mesoamericanos, ni se explica de qué manera ese crecimiento deslumbrante de la infraestructura y la interconexión logística beneficiará y permitirá el auténtico bienestar de las grandes mayorías de la población que, en ese cinturón de países que van de México a Colombia, han permanecido, durante décadas, abandonadas a su suerte en el océano de la pobreza, la indigencia y la violencia. Moreno escribe sobre un mundo de mercancías y capitales, pero no sobre los seres humanos que habitan y que libran cotidianamente su suerte en esta tierra.

Paradójicamente, el mismo día que se publicó el artículo de marras, también fue presentado en varias ciudades de América Latina el Informe de Desarrollo Humano 2013 del PNUD, que en esta edición descata tres principios claves del “ascenso del Sur” en el escenario global de los últimos años, a saber: 1) un Estado desarrollista proactivo; 2) el aprovechamiento de los mercados mundiales “no a través de una apertura repentina, sino de una integración gradual y secuenciada con la economía mundial, acorde a las circunstancias nacionales, y acompañada por inversiones en la ciudadanía”; y 3) la innovación en políticas sociales, orientadas a realizar grandes inversiones “no solo en infraestructura, sino también en salud y educación”, pues como señala el Informe, “pocos países han podido sostener un rápido crecimiento sin realizar enormes inversiones públicas” (PNUD, 2013, pp. 16-17).

Cualquier análisis medianamente crítico de la situación socioeconómica y política de Mesoamérica llegaría, sin dificultad, a la conclusión de que ninguno de estos principios está presente como prioridad de los gobiernos ni como horizonte de las políticas públicas en una región atrapada en la trampa ideológica y retórica del neoliberalismo; en una guerra al nárcotráfico y al crimen organizado que pierde de vista los Derechos Humanos y las causas estructurales de la violencia; y en definitiva, una región que no logra construir esperanza política más allá del sistema establecido, porque las organizaciones sociales y los movimientos populares tampoco terminan de articular un proyecto de cambio, con opciones reales de acceso al poder, que permita vislumbrar un giro de timón en el mediano o largo plazo.

De estos dilemas, y del drama social y humano que subyace a ellos, se alimentan los tecnócratas al estilo de Moreno, las instituciones como el BID y los inversionistas extranjeros que, invitados por los gobernantes de turno, se aprestan a acudir al banquete que se les ofrece, mientras los pueblos, al decir del poeta Roque Dalton, siguen esperando que algún día llegue, por fin, el turno del ofendido

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