sábado, 10 de noviembre de 2012

Costa Rica: Desventuras neoliberales del “país más feliz del mundo”

Que nos digan que hoy, como nunca antes, la pobreza alcanza niveles históricos en Costa Rica, no puede sino interpretarse como la consecuencia lógica y perversa de tres décadas de desmantelamiento del Estado de bienestar, de descomposición del sistema político y democrático, de claudicación de la clase política a emprender un proyecto nacional orientado a satisfacer las necesidades de las grandes mayorías.  

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

La pobreza y la desigualdad amenazan la estabilidad
social costarricense y su democracia.
“Nunca como hoy ha habido tanta gente pobre en Costa Rica”: estas palabras, pronunciadas por el director adjunto del Informe Estado de la Nación, así como los datos dados a conocer en la presentación anual de los resultados de este estudio, uno de los principales y más completos que se elaboran sobre la realidad costarricense, está provocando la indignación de la ciudadanía y reacciones airadas en las autoridades de un gobierno –el de la señora Laura Chinchilla- que presume del crecimiento de la economía a tasas del 5,7%, pero donde 1,1 millones de personas (de las 4,3 millones que habitan el país) viven en condición de pobreza.

Contrario a la exhuberancia idílica que sugiere la imagen  de ser el país más feliz del mundo, como presenta y promociona a Costa Rica el discurso de la nueva identidad nacional, orientado a “insertarnos” en el mercado mundial como un destino turístico y de atracción de inversiones extranjeras, el informe Estado de la Nación nos muestra un panorama de deterioro socioeconómico, aumento de la pobreza y de la desigualdad social, y pérdida sostenida de la calidad de vida: uno donde los ingresos de los hogares más pobres disminuyeron un 7,2% en 2011, mientras los ingresos de los más ricos crecieron 1,2%; donde uno de cada tres niños y adolescentes (un poco más de 481 mil) ya están inmersos en la pobreza y no logran satisfacer sus necesidades más elementales (alimentación, salud, vivienda digna, agua potable, electricidad); y donde la tendencia a la contracción de la inversión social pública se mantiene.

Sin embargo, estos datos y las realidades que describen, con todo el dolor humano que encierran, solo pueden tomar por sorpresa a los distraídos; a los desinformados por  la maquinaria mediática que promueve la cultura del consumo; y en el peor de los casos, a aquellos que deliberadamente optaron por mirar hacia otra parte, mientras crecían las fortunas de un grupo privilegiado de la población (vinculado a los sectores más dinámicos de la economía) y, al mismo tiempo, aumentaba la pobreza y la desigualdad en el país.

En efecto, desde hace 30 años, distintos análisis –oficiosamente ignorados por los medios y la intelectualidad oficial- vienen advirtiendo sobre las modificaciones estructurales derivadas de la implantación del modelo neoliberal, y sus consecuencias socioeconómicas y culturales.

En 1992, cuando el neoliberalismo presumía la victoria del pensamiento único tras la caída del socialismo real, y los programas de ajuste estructural del FMI ya tenían varios años de aplicación en el país (el primero se aprobó en 1985), el politólogo Manuel Rojas Bolaños decía: “(…) los cambios siguen profundizándose, y una nueva Costa Rica comienza a emerger: una sociedad más dinámica, más competitiva, más eficiente desde el punto de vista productivo, con mayor bienestar para los más aptos para jugar de acuerdo con las reglas del mercado - una especie de sociedad de los «dos tercios» -; pero también una sociedad con estratos sociales más rígidos y más distantes entre sí, sin metas definidas de bienestar social, con un nivel de violencia cotidiana mucho mayor que en el pasado, y, en general, con menor calidad de vida”[1].

Casi una década después, en 2001, el economista Luis Paulino Vargas, observaba que las condiciones de vida de los sectores populares costarricenses enfrentaban graves problemáticas: por un lado, la “oscilación hacia la pobreza y, eventualmente, la mendicidad”, que puede actuar como laboratorio “donde se generan los especímenes de la delincuencia y la criminalidad”; y por el otro, la existencia de una pobreza “sin futuro ni posibilidad de redención”, y de una frustración que “se alimenta de las presiones al consumo (…) y del creciente vacío ético y axiológico”[2].

Y a mediados de la primera década del siglo XXI, en un texto que ganó el Premio Nacional de Ensayo, el filósofo Manuel Solís expresaba así su balance de las reformas neoliberales en Costa Rica: “se asoma la figura de una sociedad que se ha quedado sin centro, sin ejes económicos y sociales sólidos, alrededor de los cuales girar con algo de consistencia, atravesada por múltiples fuerzas que luchan por conseguir, conservar y ampliar posiciones y beneficios. (…) No nos convertimos en una sociedad o una cultura del turismo, ni de la tecnología de punta, ni de la maquila, a pesar del peso económico de estas actividades. (…) Una cultura de la falta de centro, de la evanescencia de lo tangible, de la incertidumbre, y de la frivolidad, sustituía la cultura del café”[3].

Que nos digan que hoy, como nunca antes, la pobreza alcanza niveles históricos en Costa Rica, no puede sino interpretarse como la consecuencia lógica y perversa de tres décadas de desmantelamiento del Estado de bienestar, de descomposición del sistema político y democrático, de claudicación de la clase política a emprender un proyecto nacional orientado a satisfacer las necesidades de las grandes mayorías.  Y por supuesto, a la no menos importante resignación cómplice de una sociedad que, una y otra vez, como en el mito de Sísifo, insiste en tropezar en sus mismos errores –el principal: la incapacidad de articular un proyecto alternativo con opciones reales de poder-, y en tolerar la explotación y la desigualdad como condiciones casi “naturales” para alcanzar la utopía del mercado.

¿Existen alternativas a este imperio del neoliberalismo? Por supuesto que sí, y los procesos políticos progresistas y nacional populares de América del Sur llevan más de una década demostrando que no existe un único camino para alcanzar el bienestar de los pueblos , que es posible avanzar en rutas posneoliberales.

Si nos atreviéramos a mirar más allá de los estrictos marcos políticos impuestos por el “sentido común” neoliberal, esa frontera del Darién ideológico que nos atrapa bajo la égida de la hegemonía norteamericana, y rompiéramos por fin nuestro aislacionismo autocontemplativo, quizás encontraríamos nuestro propio camino para construir un futuro distinto.



NOTAS
[1] Rojas Bolaños, Manuel (1992). “Costa Rica. Una sociedad en transición”, en Nueva Sociedad, nº 119, mayo-junio. Buenos Aires: Fundación Foro Nueva Sociedad. Pp. 16-21.
[2] Sancho, Mario y Vargas, Luis Paulino (2009). Costa Rica: dos visiones críticas. San José, C.R.: EUNED
[3] Solís Avendaño, Manuel (2006). La institucionalidad ajena: los años cuarenta y el fin de siglo. San José, C.R.: EUCR.

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