sábado, 7 de julio de 2012

México: la semilla del cambio

Lograr que la ilusión renazca allí en sociedades como las nuestras, donde el peso ideológico y cultural del neoliberalismo erosiona sin misericordia la militancia política y reduce a los ciudadanos a la simple condición de consumidores, no es un logro menor de AMLO, de las izquierdas, los jóvenes del #YoSoy132 y del pueblo mexicano que apoyó sus propuestas en esta elección.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Para todas y todos aquellos que luchan en México
por otra democracia y otro mundo posibles.

“En la lucha social también por la semilla / se llega al fruto / al árbol /al infinito bosque que el viento hará cantar”: en dos ocasiones en los últimos años, con más emoción que razón, he recordado estos versos del poeta salvadoreño Roque Dalton. La primera fue en 2007, tras la derrota en el referéndum que decidió en Costa Rica la aprobación del TLC con los Estados Unidos (por apenas un 3% de diferencia de votos), en una campaña que enfrentó a movimentos sociales y partidos opuestos al tratado, que disponían solo de  una inédita organización popular barrio por barrio, en cada ciudad del país, contra la poderosa maquinaria del poder mediático, la derecha local, un sistema electoral hecho a la medida de los grupos dominantes y la intromisión abierta de la  cadena CNN y funcionarios de la Casa Blanca en Washington, quienes violaron las leyes electorales costarricenses y emitieron mensajes proselitistas –disfrazados de “noticias”- un día antes de las votaciones. Fue una derrota dolorosa, es cierto, pero abrió lo ojos de la ciudadanía y dejó el legado de una lucha social como no se había visto en el país en cuatro décadas.

La segunda ocasión en que volví a Dalton y su Ley de vida fue el fin de semana anterior, tras conocer los resultados preliminares de las elecciones en México y observar a las televisoras, con sus sesudos analistas, anunciando la victoria de Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI a la presidencia, y el triunfo –decían ellos- de la democracia y la institucionalidad. ¿Triunfo? ¿Con inconsistencias y denuncias por irregularidades que obligaron al recuento de más de la mitad de los sufragios? ¿Con pruebas irrefutables de la compra de votos por parte del PRI? ¿Con encuestas manipuladas por consultoras y medios, que terminaron por convertirse en instrumentos de propaganda?

Las palabras del poeta parecían, entonces, el único consuelo posible para los amigos y amigas mexicanas que empezaban a vivir, una vez más, un episodio oscuro en sus luchas por la democracia, iluminado solo por la ejemplar campaña del candidato de la coalición progresista Andrés Manuel López Obardor –AMLO-; y por supuesto, por la vibrante irrupción de la juventud del movimiento #YoSoy132, que despertó expectativas y solidaridad internacional.

En medio de la incertidumbre que rodeó el escrutinio de votos y las apelaciones que seguramente se presentarán,  lo cierto es que estos comicios, por la importancia estratégica de México y el momento histórico en que se convocó a los ciudadanos a las urnas, dejan importantes conclusiones para  nuestra América.

Si lo vemos en el escenario mesoamericano, es decir, el de ese gran territorio geográfico y humano que vincula a México y Centroamérica por sus raíces civilizatorias compartidas; y por el peso que su historia de siglos de conquista y colonización hispano/occidental ejerció en la construcción de sus estados nacionales, lo que se advierte todavía en los desbalances e injusticias de sus sistemas políticos, y en la cultura política del caudillismo y los cacicazgos, una de las principales conclusiones es la constatación de un modus operandi de la clase política hegemónica regional: ese que se repite periódicamente, ante cada nueva elección en nuestros países, y cuyo repertorio incluye la publicación de encuestas amañadas para favorecer a los candidatos del gran capital (nacional y extranjero); campañas electorales multimillonarias  y “sucias” que, con el favor de los grandes medios de comunicación –televisión, radio y prensa escrita-, hacen del miedo la razón principal del voto a favor del statu quo; y por último, comicios plagados de irregularidades, que se cometen a vista y paciencia de unas complacientes autoridades electorales.

Tal es el resumen de noticias que nos llegan de México en estos días –como un calco de lo ocurrido hace seis años, cuando le fue arrebatada la victoria a AMLO-,  pero podrían describir perfectamente lo que hemos vivido en Costa Rica desde el año 2006 en dos elecciones y un referéndum. Y lo que se aplicaba “exitosamente” en El Salvador desde la firma de los Acuerdos de Paz y hasta el triunfo del FMLN en 2009, por citar solo un par de ejemplos.

Otra conclusión tiene que ver con los pírricos triunfos de la derecha mesoamericana en la última década, cada vez más precarios y faltos de legitimidad (de Felipe Calderón en México a Oscar Arias en Costa Rica, o de Porfirio Lobo en Honduras a Otto Pérez Molina en Guatemala), que mantienen en cuidados intensivos el modelo económico neoliberal, pero que se revelan incapaces de enfrentar  los contradictorios procesos que atraviesan de parte a parte la región: por un lado, el de la integración de sus economías con el capital transregional y transnacional (fundamentalmente de los Estados Unidos); y por el otro, el de la desintegración del tejido social de sus pueblos, golpeados indistintamente por la pobreza, la desigualdad, la violencia, el crimen organizado y el exilio económico (las migraciones forzadas). 

Pero lo más importante, desde nuestro punto de vista, es el hecho de que en un contexto tan complicado y desalentador, cuando la democracia en esta parte del mundo se nos presenta como una formalidad vaciada de contenidos emancipadores y liberadores, y los sistemas electorales no garantizan los mínimos elementales de equidad, justicia y transparencia –porque están controlados por una minoría dócil al poder-, en México se levantó una fuerza social para plantar cara y poner contra la pared a esa expresión de la dominación.

Y es que lograr que la ilusión renazca allí en sociedades como las nuestras, donde el peso ideológico y cultural del neoliberalismo erosiona sin misericordia la militancia política y reduce a los ciudadanos a la simple condición de consumidores, no es un logro menor de AMLO, de las izquierdas, los jóvenes del #YoSoy132 y del pueblo mexicano que apoyó sus propuestas en esta elección.

Esa es la semilla del cambio que, contra la influencia del dinero y los medios, contra las componendas de las élites políticas, contra la resignación y la desesperanza, plantaron millones de personas en México. Es la semilla del árbol que un día será poderoso.  No permitan que muera ahora.

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