sábado, 9 de abril de 2011

Crisis de alimentos y maldesarrollo

En América Latina y el Caribe 52 millones de personas sufren de malnutrición, a pesar de que los países de esta región producen 40% más alimentos de los que consumen. Un “modelo de desarrollo” que genera este nivel de contradicciones es insostenible desde todo punto de vista. Es urgente abrir el debate sobre un desarrollo alternativo y sentar las bases de su progresiva construcción.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Si algo ha quedado claro en los últimos meses, con los acontecimientos humanos –políticos, sociales y militares- y naturales ocurridos en distintas regiones geográficas, es la magnitud y la complejidad de los problemas que azotan a la humanidad, al punto de comprometer no solo la vida de la especie en el planeta, sino la integridad misma del mundo natural.

Son abundantes los indicadores y signos inocultables de lo que ya se reconoce como una crisis civilizatoria. Una de las dimensiones más delicadas de esta crisis es la que atañe a la producción y abastecimiento de alimentos, donde se combinan la especulación financiera con la subordinación de recursos naturales y volúmenes de producción agrícola de los países más pobres, para satisfacer las demandas de los mercados de las grandes potencias.

A inicios del mes de marzo, investigadores de la FAO, la CEPAL y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura revelaron que los contratos de futuros alimentos en el sistema financiero internacional “crecieron exponencialmente durante la primera década de este siglo, ya que tan sólo los correspondientes a granos básicos pasaron de cien mil a principios del año 2000, a 350 mil para diciembre de 2010”. Según explicaron, se trata de un fenómeno estimulado por “el comportamiento ‘de manada’ de los inversionistas y la velocidad y magnitud de las decisiones de inversión” (La Jornada, 06/03/2011), lo que incide en un aumento generalizado del precio de los alimentos. Por supuesto, la peor parte la llevan las poblaciones y países con bajo poder adquisitivo, que deban pagar más dinero por una cantidad igual, y a veces menor, de alimentos o productos derivados.

¿Cómo se lee esta problemática desde los centros del poder global? El FMI, pragmático como de costumbre, ha dicho que ante los cambios irreversibles en la economía internacional, y la escasez de agua, tierra y energía para los cultivos, “el mundo quizá deba acostumbrarse a alimentos caros” (La Jornada, 24/03/2011).

En un escenario así, y con un aumento en la cantidad de población mundial que sufre hambre, que pasó de 800 a 1000 millones de personas desde 2008 a la fecha, no debería sorprender que en la última reunión del Foro Económico de Davos, los dirigentes de los países industrializados expresaran su preocupación ante la posibilidad de que las alzas de los precios de los alimentos provoquen “más inestabilidad e incluso llevar a guerras”, en distintas partes del mundo (Agencia DPA, 19/01/2011).

Por su parte, el Banco Mundial, a través de su Corporación Financiera Internacional, ha sugerido que una salida a la crisis de los alimentos estaría en destinar “más tierras a la agricultura”, especialmente en “el África subsahariana y en América Latina”. Es la misma línea de reflexión que sigue la Organización Mundial del Comercio, cuyo director, Pascal Lamy, considera que el aumento de los precios más bien podría ser una bendición para “China, India y América Latina, en particular, [que] estarán actuando como un impulsor de las materias primas globales” (La Jornada, 20/01/2011).

La visión de los organismos financieros, como fácilmente se puede apreciar, combina una cierta resignación frente a los aparentemente inevitables designios del mercado; el temor a la insurgencia potencial que subyace al desigual reparto de los recursos y los bienes en el planeta; y las clásicas recetas/soluciones que profundizan los patrones de la división internacional del trabajo. Y como si esto no bastara, reproduce los mitos modernos occidentales relacionados con la dominación y explotación de la naturaleza, y el estímulo constante para alcanzar mayores niveles de producción y consumo como fines en sí mismos.

Desgraciadamente, en el caso específico de nuestra región latinoamericana, esta visión todavía gravita con fuerza, incluso entre los gobiernos progresistas y nacional-populares que han logrado llegar al poder, quienes, más allá de las impugnaciones antineoliberales y anticapitalistas presentes en el discurso político, no logran desembarazarse aún de las tendencias dominantes del desarrollo y de la llamada inserción estratégica en la economía global.

Las consecuencias perniciosas de esta modalidad de maldesarrollo, sin embargo, son cada vez más evidentes. Un informe del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), de febrero de 2011, ofreció un dato revelador de las profundas contradicciones implícitas en el modelo: 52 millones de personas sufren de malnutrición en América Latina y el Caribe, a pesar de que los países de esta región producen 40% más alimentos de los que consumen. Es decir, la inseguridad alimentaria, como reza el informe, “no está determinada por la escasez de alimentos sino por la falta de acceso a los mismos” (La Jornada, 27/02/2011).

¿Es posible revertir este rumbo? Contra la tentación del pesimismo, pensamos que sí. Los elementos y propuestas para construir una visión del desarrollo no atada al dogmatismo economicista, una visión plural, inclusiva y no depredadora del medio natural, están presentes en nuestra historia, en la cultura y la memoria de los pueblos, en las experiencias contemporáneas de movimientos urbanos y rurales, en las luchas políticas, las ideas y búsquedas de los nuevos sujetos sociales latinoamericanos y caribeños.

Para esa América Latina progresista -en la que creemos-, que ya ha logrado apuntalar un mayor grado de independencia y unidad política frente a los centros tradicionales de poder, el desafío de los próximos años pasa por abrir un debate urgente sobre ese desarrollo alternativo, y sobre la necesidad de sentar las bases de su progresiva construcción. Un debate que no será sencillo y que, probablemente, las sociedades latinoamericanas tendrán que conquistar en diversas luchas. Como todo lo ganado en estos años.

El actual modelo de maldesarrollo extractivo-agroexportador, más pronto o más tarde, termina por revelar sus insalvables contradicciones, producto de su origen moderno-colonial e imperialista. Insistir en ese camino, renunciando a todo juicio crítico sobre sus efectos a cambio de obtener unos buenos –pero temporales- indicadores macroeconómicos, solo puede prolongar esa triste condición que, durante cinco siglos, ha condenado a nuestra América a cumplir el papel de una inmensa factoría de materias primas: una tierra que alimenta la maquinaria global de la producción capitalista -la economía de rapiña-, pero condena al hambre, la exclusión y la injusticia social a sus propios habitantes.

1 comentario:

David Maturana Céspedes dijo...

Desde mi propia pequeñez trato de hacer algún aporte.
http://david897.blogspot.com/
CRISIS ALIMENTARIA Y ECONÓMICA


http://filosofiaeducacionysociedad.blogspot.com/