viernes, 18 de junio de 2010

Ha muerto Saramago

Se ha ido aquel niño asombrado de Azinhaga...
Roberto Utrero / Para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Hoy amaneció gris en mi provincia, una bóveda de nubes cargadas nos ocultaba el sol en este suelo pegado a Los Andes, al sur del continente americano. El día se vistió de luto por la partida del gran escritor portugués, ese gran mago de la palabra que tanto placer nos ha brindado con sus artículos y novelas.
Los muros blanqueados de Lanzarote, esa isla volcánica que eligió para que lo acogiera estos últimos años con su tranquilidad, al lado de su inseparable compañera Pilar del Río, deben estar tan tristes y desamparados como sus lectores.
Se ha ido aquel niño asombrado de Azinhaga que aun se enternecía al recordar cómo sus abuelos daban calor a los cerditos, colocándolos a su lado en la cama. Cosa que reiteraba siempre con aquello de: “no he hecho nada en la vida que avergonzara al niño que fui”. De ese mundo modesto y maravilloso se alimentó seguramente su extraordinaria literatura, porque no hubo ninguno de los temas profundos que preocupan al hombre desde siempre, que no hubiera tocado y lo hizo de manera desbordante y didáctica. Cada una de las páginas de sus varias novelas obligaba a disfrutar de sus enseñanzas. Desde lo sagrado hasta la muerte, recorrió con pasión y un talento singular todas las viscicitudes de la condición humana.
Su afilada y valiente pluma si bien entusiasmaba a sus seguidores, también incitaba a la polémica, desatando la ira de la Iglesia tanto con El evangelio según Jesucristo, como con su última novela, Caín. Sin embargo, pocos creyentes confesos han ofrecido un testimonio de reflexión religiosa como este viejo militante comunista.
El mundo reconoció su talento tardíamente, ya que publicó cercano a cumplir sesenta años, lo que no impidió que se le otorgara el Nóbel de Literatura de 1998. Hecho que al lusitano más que continuar escribiendo, le obligaba a discurrir sobre las grandes preocupaciones ecuménicas, como el mantenimiento de la paz o la supresión del hambre.
Esto nos pone en evidencia que, por sobre todo fue un hombre comprometido con su tiempo, condición e ideas políticas, desde donde ejerció su aguda crítica, iluminándonos con su pensamiento humanista. En tal sentido, no podía sentirse optimista, según sus recientes expresiones.
A partir de ahora su ausencia se sumará a nuestro natural desamparo, por lo que no nos quedará otro refugio que la lectura de sus grandes novelas.

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