sábado, 27 de marzo de 2010

Resistencia y liberación en Rodolfo Walsh

A 33 años de su desaparición física, Rodolfo Walsh sigue vivo en su obra y la memoria de su valiente ejemplo. Recordarlo y pensarlo en las actuales condiciones de la lucha política y cultural en nuestra América es indispensable, especialmente ahora que el periodismo y el ejercicio intelectual de la palabra reclaman un compromiso liberador cada vez más profundo.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Es el Buenos Aires de 1977. El día: 25 de marzo. La Junta Militar, conformada por el general Videla, el almirante Massera y el brigadier Agosti, celebra el primer año de su gobierno, instaurado a partir del Golpe de Estado contra la Presidenta Isabel Martínez. Las ceremonias, los informes y los discursos oficiales hablan de una Argentina que no se corresponde con la realidad, pero la represión y el temor se encargan de que nadie denuncie esta extorsión de la verdad. O casi nadie.
Rodolfo Walsh, periodista y escritor de larga trayectoria, perseguido desde hace dos años por el delito de “pensamiento subversivo”[1], acaba de entregar en el buzón de correo, y en las principales agencias internacionales de noticias, una carta dirigida a la Junta Militar.
En el texto, por obra de la palabra y la firmeza ética de sus argumentos, daba voz y hacía visible lo que los militares silenciaban con la tortura y ocultaban con la desaparición de personas. “Lo que ustedes llaman aciertos –dice a la Junta- son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades (…). Han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”[2].
La carta representa más que una simple denuncia contra el régimen: se trata de la culminación de un acto de resistencia que el periodista, el ser humano, realiza y enuncia desde los encadenamientos –al decir de Foucault- de su experiencia y su historia personal. José Steinsleger lo explica así: “Walsh buscaba romper las ataduras que someten a los intelectuales al poder, para llegar a las masas trabajadoras[3], y eso intentó a través de sus libros, sus artículos y crónicas, su trabajo con los sindicatos y los cursos de periodismo que impulsó en fábricas y villas miseria de Buenos Aires, y en la creación de cadenas informativas de lucha contra el terrorismo de Estado.
En el marco de la relación opresor/oprimido en la que estaba inmerso, Walsh desafió y subvirtió los procesos de "normalización" de la conducta que impuso la “disciplina social” de la dictadura militar. Ciertamente actuaba en solitario, pero sabía que su causa, su resistencia, contenía a muchos: a los desaparecidos, a los muertos, a su familia, a los excluidos. Se trataba de una acción de afirmación individual, pero no egoísta, en tanto la solidaridad subyacía a su resistencia.
Al enumerar las razones que lo llevaron a escribir su manifiesto, el periodista daba cuenta también de las tácticas por medio de las cuales la Junta Militar ejercía su poder e intentaba someterlo y anularlo como ser humano: “La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años”[4].
Su crítica desnudaba los dispositivos y aparatos del régimen de producción de verdad, mediante los cuales la dictadura obligaba al cumplimiento y la obediencia a las reglas de su proyecto de transición de una sociedad disciplinada a una sociedad controlada, según la caracterización de Foucault[5], precisamente en los albores del neoliberalismo económico y cultural latinoamericano.
Así, Walsh denunciaba la barbarie de la exacerbación de los mecanismos disciplinarios del poder (la militarización de la sociedad, la censura, la arbitrariedad jurídica) y que, en el paroxismo de la dominación, modelaban a la sociedad argentina a imagen y semejanza de los campos de concentración. En uno de los pasajes de su carta se lee: “Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio”[6].
En este modelo de poder, es decir, la relación entre el gobierno de la dictadura y el ciudadano, la razón de Estado y la Seguridad Nacional se presentan como únicos criterios de validez, al punto de ser invocados para legitimar en la ilegalidad la restricción de los Derechos Civiles y la violación de los Derechos Humanos. Reginaldo Giraldo-Díaz observa en este tipo de fenómenos sociales el origen de la noción de biopolítica de Foucault, entendida como “los mecanismos, las técnicas, las tecnologías y los procedimientos por los cuales se dirige la conducta de los seres humanos mediante una tecnología gubernamental”; y el concepto de biopoder, definido como el poder que “intenta administrar la vida en multiplicidades abiertas[7].
En el caso de Walsh y la realidad de la Argentina de 1977, la biopolítica, como estrategia de poder, era la estrategia del poder absoluto que decidía lo que debía vivir y lo que debía morir; sus tácticas fueron el secuestro de parientes, la censura, la persecución política y la tortura. De aquí que la resistencia de Walsh se construya sobre la base de una experiencia límite – la de la propia vida en riesgo de ser extinta- y, en ese sentido, se transforma en una auténtica práctica liberadora, que expresa al ser humano como sujeto ético.
Justamente, como expresión de la racionalidad ética, la decisión de Walsh, su opción por la libertad y la plenitud de la vida negada por la dictadura, reivindica el principio de emancipación, la dignidad y la condición humana, incluso al precio de su muerte: tan solo unos minutos después de cumplir con lo que consideraba su deber, una vez depositada la carta en el buzón de correo, un comando de la Escuela de Mecánica de la Armada acribilló al “periodista subversivo” en una calle de Buenos Aires.
Steinsleger describe el momento de su muerte como un empeño de resistir hasta el final, hasta las últimas consecuencias: “Lo querían vivo, pero (…) se resistió con un arma de bajo calibre que a sus compañeros causaba risa: ’¿Pensás enfrentarte a los milicos con eso?’. Walsh los miraba con cara de esto es para no entregarme y elegir el modo de morir[8].
A 33 años de su desaparición física, Rodolfo Walsh sigue vivo en su obra y la memoria de su valiente ejemplo. Recordarlo y pensarlo en las actuales condiciones de la lucha política y cultural en nuestra América es indispensable, especialmente ahora que el periodismo y el ejercicio intelectual de la palabra reclaman un compromiso liberador cada vez más profundo.
NOTAS
[1] Bonasso, Miguel (2007). “Un hombre de honor, un testimonio”. Palabras en el acto de homenaje a Rodolfo Walsh durante la XVI Feria Internacional del Libro de La Habana, en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-80548.html
[2] Walsh, Rodolfo (1976). Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, en: http://www.rodolfowalsh.org/article.php3?id_article=33.
[3] Steinsleger, José (2007). “Rodolfo Walsh: un periodista con rango de tropa”, en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=48759 .
[4] Walsh. Op. cit.
[5] Giraldo-Díaz, Reginaldo (2006). “Poder y resistencia en Michel Foucault”, en Tabula Rasa. Revista de Humanidades, Enero-Junio, nº 4, Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, Bogotá.
[6] Walsh. Op. cit.
[7] Giraldo-Díaz. Op. cit.
[8] Steinsleger. Op. cit.

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