sábado, 11 de marzo de 2017

Decadencia imperial y una mirada desde abajo

En el registro mediático global, y local, presenciamos una escena inédita e invertida: la política interna de Estados Unidos copa la agenda mundial.

Paul Walder / NODAL

Las grandes corporaciones informativas, en su quehacer habitual, han instalado a Donald Trump como un demagogo similar a cualquiera de las figuras incómodas a las políticas del imperio, una visión canalizada cual realidad mediática (¿posverdad de demócratas, socialdemócratas y liberales?) que no tiene grandes diferencias a las campañas para colocar en la mira de la destitución y el golpe de Estado a mandatarios ajenos o reactivos a la institucionalidad capitalista global.

En este proceso vale un cambio de rumbo en las políticas de una nación petrolera, un anuncio de nacionalización de los recursos naturales o, como es hoy el caso, un giro desde la extrema derecha en el proceso de globalización neoliberal impulsado desde Washington. En este mismo trance, y ante señales desde la Izquierda, esta elite sacó de competencia a Bernie Sander.

Somos testigos de un artificial debate levantado por el establishment globalizante y amplificado por sus funcionales medios de comunicación. Una contradicción entre liberales y socialdemócratas falsamente incluyentes enfrentados al filofascismo, xenofobia rabiosa e intolerancia de la pandilla Trump. Un cóctel de políticas que se baten en el corazón del imperio, que las corporaciones mediáticas difunden en la búsqueda de aliados globales. La lucha del bien y el mal, otrora guerra fría, aquella estrategia simplista levantada para derribar a decenas de políticos molestos y contrarios al statu quo imperial, hoy se cuece con algunos aderezos adicionales contra el núcleo más denso del poder en Washington.

Como latinoamericanos de Izquierda no podemos dejar de alegrarnos al observar que las mismas estrategias preparadas por el inefable complejo industrial-militar -junto a Wall Street- hoy se ceben contra el poder anidado en la Casa Blanca. Nuestra lista es demasiado larga desde la época del presidente Monroe para no solazarnos a la vista de este proceso. La “república bananera”, aquel epíteto para denigrar no sólo a los Estados centroamericanos sino a todos al sur de sus fronteras, calza hoy a la perfección al modelo estadounidense.

Trump no es una sorpresa ni un error en el sistema político estadounidense. Es la continuidad y la profundización de un modelo que muestra, por todas sus caras, evidentes señales de precipitación y decadencia. El fascismo, o los rasgos fascistoides, es la continuidad por otros medios de las democracias burguesas, de representación espuria y controlada por los poderes en la opacidad. Trump representa a la perfección ese proceso de hundimiento imperial.

No hay ni habrá grandes diferencias para los latinoamericanos, africanos y, con énfasis trágico todo el Oriente Medio, entre las falsarias políticas globalizantes e integradoras de los socialdemócratas y los fundamentalistas conservadores con las políticas xenofóbicas de Trump.

El discurso “políticamente correcto” de los Clinton y Obama se viene al suelo al constatar desde las millares de bombas lanzadas sobre Iraq o Yemen los apoyos a la creación de Al Qaeda y el Estado Islámico, o los efectos sociales y económicos dramáticos sobre millones de personas que han traído los acuerdos comerciales: tras la ilusión del consumo de masas se levanta la ignorancia, exclusión, discriminación y la desatada violencia. Con las políticas globalizadoras Latinoamérica, así como otras zonas, es más desigual, injusta y corrupta que nunca.

Trump reforzará las políticas contra los inmigrantes, lo que es también una continuidad de procesos impulsados por anteriores administraciones. Obama mantiene hasta el momento la marca mayor en deportaciones de indocumentados, en tanto el muro es sólo una imagen perfecta de una segregación y discriminación bien instaladas, aspectos fundantes del capitalismo extremo. Frente a millares de drones artillados y vigilancia satelital, un muro es más bien un símbolo y monumento a la verdadera discriminación y sesgo que habita e inspira al establishment y al capital.

El muro, en cuanto a imagen, representación y realidad, es una oportunidad para nuestros pueblos. Un muro tiene dos caras. Si Estados Unidos opta por el proteccionismo y el aislamiento, es el momento del desamarre, del corte de lazos y dependencias, de la integración de la región. Lo ha dicho incluso un liberal como el economista Joseph Stiglitz. Trump le duele principalmente a los globalizadores y dependientes latinoamericanos, como los Peña Nieto, Macri, Temper, Kuczynski y Bachelet de la región. La decadencia del imperio y su corte de lazos ha de ser celebrado desde abajo.

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