sábado, 16 de julio de 2016

Continuidad y cambio

El cambio en los tiempos que corren forma parte de la dinámica misma de los procesos globales que rigen a la economía y a la política. De modo que los sucesivos gobiernos no pueden ser la mera continuidad de los anteriores, dado que en el intertanto han variado muchas realidades tanto de la vida interna como, sobretodo, del mundo exterior.

Manuel Barrera R. / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile

Tanto en la sociedad global como en las organizaciones (empresas u otras) el devenir consiste, a la vez, en una permanente continuidad y en un persistente cambio. Lo antiguo, sobre lo cual está construida la identidad, y lo  nuevo que permite la adaptación y el progreso. Ninguna sociedad y ninguna organización podrían sobrevivir si prescindieran de cualquiera de estos dos procesos: la permanencia y la renovación. Es una polaridad que,  como otras del mundo natural y del social, se complementan como dar origen a una nueva unidad indispensable. 

Es cierto que existen épocas que se caracterizan por lo uno o por lo otro. ¿Qué duda cabe que la nuestra, sea para bien o para mal, es una en la que el cambio tiene mayor  vigencia que la continuidad?
Sin embargo,  aún en estos tiempos, el cambio permanente y total es un absurdo irrealizable en el mundo social. Su vigencia, preconizada por alguna filosofía política, fue puramente ideológica. Cuando se ha intentado un aproximación a tal frenesí, las sociedades se han desarticulado y las organizaciones perecido. En una unidad social, que posea una estructura de relaciones democráticas, ese tipo de cambio no puede darse. Las estructuras políticas democráticas están dotadas de poderosos mecanismos conservadores, que favorecen la tradición y, por su lado, la costumbre social tiene una inercia que suele morigerar lo nuevo de modo de compaginarlo con lo preexistente. El cambio se hace parte de la realidad social una vez que ha sido compatibilizado con aquellos mecanismos. De modo que el cambio económico y social en nuestra época es asaz complejo, aunque obligatorio para la preservación y el desarrollo de los organismos sociales, toca los más variados aspectos de la realidad y muchos de sus efectos son, desafortunadamente, impredecibles. Incluso, algunos constituyen consecuencias no deseadas.

Por todo ello, el manejo del cambio requiere de una gran sabiduría para que lo nuevo tenga éxito y ayude a la sociedad o a la organización (empresa u otra) a progresar. Si la escala es grande –como la sociedad global- tal manejo no puede ser obra de quienes poseen una experiencia limitada a situaciones específicas o excepcionales. Las “mejores prácticas” como fuente de inspiración para diseñar cambios mayores es una fórmula a la que se acude sobretodo en relación a políticas públicas, por parte de autoridades de gobiernos y parlamentos. Sin duda que ellas pueden ser adecuadas como meta ideal a alcanzar. Sin embargo, el traslado exitoso de esas prácticas a una realidad nacional muy diferente del original es asaz  improbable. El conocimiento de la realidad en el área específica es indispensable. En cambios menores es posible que la imitación (o copia) puede convenir cuando no se poseen los recurso para la investigación y la innovación. Es una estrategia seguida por muchos países y empresas. 

El cambio en los tiempos que corren forma parte de la dinámica misma de los procesos globales que rigen a la economía y a la política. De modo que los sucesivos gobiernos no pueden ser la mera continuidad de los anteriores, dado que en el intertanto han variado muchas realidades tanto de la vida interna como, sobretodo, del mundo exterior.

Los motores que dinamizan los cambios en nuestra época son, por un lado, la creación científica y la innovación tecnológica. Y, por el otro, la opinión pública. Los primeros no tienen patria, ocurren en distintos lugares. Su aplicación económica y comercial escapa al control de los países individuales. Por ello aparecen como locomotoras que arrastran a su paso con industrias, comercios y hábitos de la vida económica local. En cuanto a la opinión pública, si bien es cierto que su percepción ocurre a nivel nacional, posee una creciente capacidad para erigirse, en el mundo democrático, en una institución dominante. Lo hace en la misma medida en que avanza el actual proceso de desinstitucionalización.

Todo gobierno futuro, en el país o en la organización,  deberá acometer el cambio no porque el liderazgo anterior lo hizo mal (aunque puso haberlo hecho), sino porque toda economía y unidad social pueden sobrevivir sólo si están prestan a adaptarse a los nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos; a las renovadas maneras de hacer las cosas que traen consigo y, en no pocas ocasiones, a las demandas y aspiraciones de la opinión pública.   

Respecto de los cambios que los líderes propongan es  necesario que las personas involucradas sepan: ¿cuáles son exactamente esos cambios?; ¿cómo se implementarán (forma, ritmo, cuantía, participación); ¿cuáles son los objetivos y cuáles los recursos políticos, institucionales, financieros, humanos involucrados?; ¿qué efectos tendrán esos cambios sobre ellas y cómo se manejarán las consecuencias negativas, si las hubiese?

Llegado el momento del cambio su realización es imperativa. Es tarea del liderazgo percibir ese momento. Su misión consistirá de ahí en más en orientar a todos para la realización del nuevo objetivo y asumir la responsabilidad de su implementación. Liderar consiste cada vez más en abrir nuevas posibilidades, en proyectar a personas y organizaciones hacia un futuro que hasta ese momento nadie percibía.

Por otro lado, debemos equipar a nuestros hijos para enfrentar los cambios. No podemos dejarlos indefensos ante ellos, sino dotarles de la confianza y fortaleza necesarias para enfrentarlos con coraje y sabiduría. El statu quo no es de esta época. La polaridad continuidad y cambio es el signo de los tiempos.

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