sábado, 27 de junio de 2015

Crisis civilizatoria y la revolución cultural a la que llama Francisco

En su carta encíclica, el Papa Francisco presenta un cuadro completo de la crisis civilizatoria que vivimos como resultado del desarrollo exacerbado del capitalismo depredador, inmediatista y tecnocrático; de las alteraciones ambientales que este ha provocado, y de las condiciones de desigualdad estructural que crea para reproducirse.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Si algo debe reconocerse al Papa Francisco en el desempeño de su misión al frente de la Iglesia Católica, es su valentía para poner sobre la mesa de discusión temas polémicos, incómodos, para el orden político, sociocultural, económico e industrial dominante.  Su reciente carta encíclica Laudato si’, en la que reflexiona ampliamente sobre las relaciones entre naturaleza, sociedad, cultura y espiritualidad en nuestros días, y en la que además formula contundentes denuncias contra los grandes poderes fácticos del mundo y cuestiona la “confianza irracional en el progreso” (p. 18), es un claro ejemplo de ello. Pero más importante aún, la publicación de este documento evidencia el compromiso que asume el líder religioso latinoamericano frente a esta compleja realidad, y legitima y fortalece las luchas que distintos movimientos y actores sociales vienen librando desde hace varias décadas.

El texto se caracteriza por su profunda raíz franciscana, propia de la devoción que le profesa el Papa al santo de Asís y a su pensamiento precursor del ecologismo. Además, le ofrece al lector un enfoque integral de los problemas ambientales y sociales del siglo XXI, ya que tanto su estructura temática como su lógica argumentativa configuran una metodología de análisis –ver, pensar, actuar y celebrar- en la que el ser humano, su bienestar y el cuido de la casa común son los pilares esenciales. 

Así, el Papa Francisco presenta un cuadro completo de la crisis civilizatoria que vivimos como resultado del desarrollo exacerbado del capitalismo depredador, inmediatista y tecnocrático; de las alteraciones ambientales que este ha provocado, y de las condiciones de desigualdad estructural que crea para reproducirse. Luego, identifica las principales amenazas que se ciernen sobre la humanidad, especialmente sobre los más vulnerables y desamparados –los pobres de la tierra, como los llamaba José Martí; o los condenados de la tierra, como lo hizo más tarde Franz Fanon-; y formula un vigoroso llamado a la unión, la fraternidad y la acción global para resguardar la casa común: nuestro planeta y sus ecosistemas. “El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta” (p. 37), escribe en la encíclica Laudato si’.

Desde ese perspectiva, el Papa Francisco considera que un eje fundamental de las acciones que debemos emprender como respuesta a la degradación social y ambiental, pasa por una “valiente revolución cultural” (p. 90), en tanto hemos construido, a lo largo de poco más de dos siglos, una matriz cultural moderno-capitalista que define y legitima formas específicas de relacionamiento entre los seres humanos, y entre estos y  la naturaleza (una “cultura del descarte”, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura” [p. 20]); de apropiación privada de los bienes naturales comunes, y de generación de riqueza y plusvalía a partir de la explotación de los recursos de la biodiversidad y su puesta en circulación como mercancías.

La construcción de esa cultura nueva, como explica el pontífice, debe partir del reconocimiento de dos premisas: una, “que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”; y la otra, que “la cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las mejores iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en la misma lógica globalizada” (p. 88).

Como bien lo apunta el teólogo brasileño Leonardo Boff,  la carta encíclica expresa la riqueza del pensamiento y la praxis de la iglesia latinoamericana en torno a temas como la liberación, la opción por los pobres contra la pobreza o la cultura ambiental. “El texto y el tono de la encíclica son típicos del Papa Francisco y de la cultura ecológica que ha acumulado, pero me doy cuenta de que también muchas expresiones y modos de hablar remiten a lo que viene siendo pensado y escrito principalmente en América Latina. Los temas de la «casa común», de la «madre Tierra», del «grito de la Tierra y del grito de los pobres», del «cuidado», de la «interdependencia entre todos los seres», de los «pobres y vulnerables», del «cambio de paradigma», del «ser humano como Tierra» que siente, piensa, ama y venera, de la «ecología integral» entre otros, son recurrentes entre nosotros”, escribió Boff en su página web.

Más allá de los reparos que algunas personas puedan esgrimir sobre  su pontificado, propios de un escepticismo más que justificado ante una institución anquilosada y sumergida en escándalos de abusos sexuales y desórdenes financieros (tolerados y encubiertos por sus predecesores); más allá, también, del debate sobre su estilo carismático y el alcance de sus propuestas –que si sus posiciones son más o menos vanguardistas, que si solo hace ingeniería de imagen o una revolución, etc.-; en incluso más allá de las limitaciones que su propia investidura le impone, reconocemos y celebramos que el Papa Francisco esté abriendo espacios de discusión, y sugiriendo nuevas miradas allí donde más necesitamos otear horizontes y alternativas: en la cuestión urgente de repensar y reconstruir nuestras relaciones sociales y con el medio ambiente, de manera que sea posible garantizar la reproducción de la vida en condiciones apropiadas, justas, coherentes con la búsqueda del bien común y con la dignidad humana.

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