sábado, 20 de junio de 2015

Centroamérica y el cambio climático: el futuro es ahora

La vulnerabilidad de los países centroamericanos -en todos los órdenes- frente al cambio climático constituye una señal de alerta sobre una situación que ya está comprometiendo seriamente las posibilidades de reproducción de la vida para cientos de miles de personas. Un emplazamiento ético y humanitario ante el que no es posible permanecer indiferentes, inoculados por los placeres y privilegios de la sociedad de consumo y la cultura de masas.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica


Durante los últimos meses, la incidencia de distintos fenómenos ambientales en Centroamérica, asociados al cambio climático, han dejado su huella en términos de destrucción de infraestructura material, alteraciones de los ecosistemas y pérdida de vidas humanas. Un cuadro de situaciones extremas, que combina prolongadas sequías y lluvias torrenciales, en un espacio geográfico relativamente pequeño y caracterizado por su alta biodiversidad, pero también por el crecimiento urbano sin planificación y por una apuesta por modalidades de desarrollo depredadoras, parece validar las proyecciones más negativas sobre los escenarios que le esperan a nuestra región en el futuro cercano.

En Costa Rica, por ejemplo, el Instituto Meteorológico Nacional registró en el mes de mayo la mayor cantidad de lluvia caída en la región del Caribe desde 1937 y, al mismo tiempo, se determinó que la provincia de Guanacaste, en la costa del Pacífico, sufre la sequía más prolongada de los últimos 78 años. Similares condiciones se han documentado en toda Centroamérica en lo que va del 2015.

En Nicaragua, en las primeras semanas del mes de junio, las intensas lluvias provocaron afectaciones humanas y materiales en 45 municipios del país: las autoridades informaron de seis personas fallecidas, 35.350 damnificadas, más de 7 mil viviendas con daños graves (22 totalmente destruidas), e infraestructura de centros educativos socavada por las inundaciones.

En la otra cara de la situación, por segundo año consecutivo, la región sufre un prolongado período de sequías y hambre que afecta a cientos de comunidades predominantemente campesinas, y por supuesto, a la economía de varios países en los sectores de producción agrícola y de ganadería. Un reporte de la agencia de noticias AFP calificaba este panorama del campo como “desolador”, con “grandes extensiones resecas, ganado con signos evidentes de desnutrición y suelos resquebrajados por una sequía crónica, que amenaza la producción de alimentos y tiene en riesgo a 2,5 millones de personas”.

El año pasado, según las estimaciones de organizaciones internacionales, más de 500 mil familias centroamericanas no tuvieron acceso a alimentos como consecuencia de una sequía histórica: al menos 236.000 familias en Guatemala estaban en esta situación; unas 120.000 en Honduras, 100.000 en Nicaragua y 96.000 en El Salvador. Para los expertos, uno de los principales problemas que tiene la región es que más de 1 millón de hogares dependen de la agricultura de subsistencia, y como la mayoría de ellos se encuentran en los llamados Corredores Secos, “que abarcan el 30% de la superficie de Centroamérica”, fenómenos como la sequía se traducen “en desnutrición y en menores oportunidades para salir de la pobreza”.

La vulnerabilidad de los países centroamericanos -en todos los órdenes- frente al cambio climático constituye una señal de alerta sobre una situación que ya está comprometiendo seriamente las posibilidades de reproducción de la vida para cientos de miles de personas. Un emplazamiento ético y humanitario ante el que no es posible permanecer indiferentes, inoculados por los placeres y privilegios de la sociedad de consumo y la cultura de masas.

Las transformaciones del entorno ambiental producto de la acción humana y de las formas culturales de uso y apropiación de la biodiversidad, lo mismo que la respuesta que como sociedades y gobiernos construyamos frente a las nuevas realidades que el cambio climático y el modelo civilizatorio capitalista van configurando para nuestros países, y que necesariamente implican transformaciones estructurales, serán decisivas para el destino de la región.

En esta materia, no podemos perder un minuto más: el futuro es ahora. Demorarnos puede costarnos más vidas y muchísimo dolor para nuestros pueblos.

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