sábado, 30 de mayo de 2015

La independencia y los Estados oligárquicos

La tendencia a la disgregación se impuso sobre la unidad, como la que soñara Simón Bolívar. Hasta en los nuevos Estados esa tendencia duró largamente, como en Ecuador, donde un poderoso sector oligárquico pretendió el autonomismo de Guayaquil y contra la Gran Colombia, incluso desde la proclama independentista de la ciudad el 9 de Octubre de 1820.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)

La República del Ecuador acaba de celebrar el aniversario 193 de la Batalla del Pichincha, ocurrida el 24 de mayo de 1822, con la cual culminó el proceso independentista del país frente al coloniaje español.  

En el contexto de la América Latina que nacía en aquella época, la del Pichincha formó parte del momento final de las independencias de la región, pues después siguieron las batallas de Junín y Ayacucho (1924) con las que definitivamente se alcanzó la soñada libertad en el continente. Sin embargo, continuaron como colonias Cuba y Puerto Rico, que solo pudieron independizarse en 1898.

Hablamos de ‘proceso’ porque es necesario comprender que la independencia arrancó más de una década antes, cuando a raíz de la invasión de Napoleón a España (1808) se formaron las primeras Juntas de gobierno soberano, instaladas sucesivamente en varias ciudades entre 1809 y 1811; estalló la revolución campesino-indígena en México (1810), aunque fue Haití (1804) la primera en alcanzar la independencia.

A la época de las Juntas seguirá la de proclamas independentistas y los precarios Estados autónomos como el de Quito, creado por la Constitución del 15 de febrero de 1812. Continuará la fase heroica, de las sucesivas batallas por la libertad.  

Si bien el proceso independentista fue encabezado por la clase de los criollos, provocó el creciente apoyo de mestizos, indígenas y aún esclavos negros, de modo que no fue un asunto de ‘blancos’. Los próceres y primeros patriotas fueron, además, intelectuales y políticos forjados en el pensamiento ilustrado, que creían en los principios de la soberanía del pueblo, la democracia y los derechos. Pero durante las Juntas se mezclaron independentistas radicales, monarquistas, simples autonomistas o quienes pensaban en monarquías criollas. De hecho, las Juntas todavía reconocieron fidelidad al Rey, lo cual no pasó de ser una actitud propia de la coyuntura.

A pesar de los triunfos y de la conquista final de la libertad (que inauguró la lucha anticolonial en el mundo) tampoco estaba claro el tipo de Estado a edificar. Pero América Latina instaló repúblicas constitucionales y presidenciales (exceptuando temporalmente a México, con un emperador). Además, a los próceres y patriotas civiles siguieron los militares, de cuyas filas provinieron buena parte de los primeros presidentes latinoamericanos.

La tendencia a la disgregación se impuso sobre la unidad, como la que soñara Simón Bolívar. Hasta en los nuevos Estados esa tendencia duró largamente, como en Ecuador, donde un poderoso sector oligárquico pretendió el autonomismo de Guayaquil y contra la Gran Colombia, incluso desde la proclama independentista de la ciudad el 9 de Octubre de 1820.

Y lo más grave para la historia posterior de América Latina fue que los independentistas, los radicales ilustrados, los reformistas sociales, fueron apartados del poder, pues este fue tomado por la oligarquía criolla, que se puso a edificar Estados a su servicio, liquidando los ideales de la democracia y frustrando las esperanzas populares.

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