sábado, 18 de octubre de 2014

Elecciones y nueva izquierda

Los gobiernos de la Nueva Izquierda siempre corren el riesgo de terminar su ciclo histórico por la vía electoral. Y si bien en Bolivia el proceso está asegurado con Evo Morales, en Brasil las futuras elecciones crean un margen de incertidumbre.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)

Largo tiempo predominó entre las izquierdas latinoamericanas el cuestionamiento al sistema electoral, considerado un instrumento de la “burguesía”. Aunque algunos partidos de izquierda se decidieron por aprovechar de las elecciones, sus resultados políticos fueron raquíticos. Eso parecía dar razón a aquellas otras izquierdas que confiaban exclusivamente en la lucha armada o la insubordinación popular general. 

El triunfo de Salvador Allende en Chile (1970) demostró que era viable la lucha electoral. El triunfo de la Revolución Sandinista (1979) también demostró que la lucha armada era otra vía, pero bajo las condiciones excepcionales de la Nicaragua de la época. La instauración de los Estados-terroristas, con dictaduras militares anticomunistas en el Cono Sur, la pérdida electoral del sandinismo en 1990, y finalmente el derrumbe del socialismo en el mundo, así como el triunfo de la era de la globalización capitalista, necesariamente tenían que producir un cambio en las visiones y prácticas de las izquierdas. No siempre ocurrió así, pues hasta hoy existen izquierdas que suponen que su propia radicalidad es la auténtica y revolucionaria.

A partir del triunfo electoral de Hugo Chávez (1999) y, sucesivamente, con la llegada al poder, por medio de las urnas, de gobiernos de Nueva Izquierda en Brasil (2003), Argentina (2003), Uruguay (2005), Bolivia (2006), Ecuador (2007), Nicaragua (2007), El Salvador (2014), e incluso en Chile, desde 2014, con la segunda presidencia de Michelle Bachelet (en la primera no rompió con el neoliberalismo, aunque imprimió una orientación social a su gobierno), no hay duda de que la Nueva Izquierda en el poder abrió un nuevo ciclo histórico en América Latina; que se trata de una izquierda plural (ha superado incluso el sectarismo y dogmatismo antiguos, que suponían verdadera solo a la izquierda “marxista”); que ha logrado imponer los intereses populares y ciudadanos en el Estado; que ha edificado una economía con primacía de los intereses nacionales sobre los particulares, así como de la soberanía y dignidad del país frente al capital transnacional y el imperialismo; y que ha conquistado transformaciones sociales inéditas en la historia de la región.

A la vanguardia de esos gobiernos de Nueva Izquierda son reconocidos los de Bolivia, Ecuador y Venezuela. En Bolivia, además de la fortaleza económica, es impresionante la transformación social a favor de la población indígena. En Venezuela los pasos al socialismo son más contundentes. En Ecuador, su “capitalismo social” con Estado ciudadano, se ha demostrado válido como momento de transición para el “socialismo del siglo XXI”.

Los gobiernos de la Nueva Izquierda siempre corren el riesgo de terminar su ciclo histórico por la vía electoral. Y si bien en Bolivia el proceso está asegurado con Evo Morales, en Brasil las futuras elecciones crean un margen de incertidumbre. Aquí se demuestra el peligro de la “restauración conservadora” para América Latina, un propósito que también avanza en Ecuador, para las elecciones de 2017.

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