sábado, 6 de septiembre de 2014

Europa, jugando con fuego en Ucrania

Rusia no es Afganistán, no es Irak, Libia ni Siria. Esto lo debería considerar Europa, sacar sus cuentas y recordar que las dos guerras mundiales del siglo XX fueron libradas en su espacio, que tardaron años en reponerse y que en ambos casos el único país victorioso fue Estados Unidos que no arriesgó ni su territorio, ni su población, ni su economía. Y no creo que- en medio de la crisis- haya recursos para un nuevo Plan Marshall. 

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

No sé si alguien se habrá dado cuenta, pero en mi opinión, el conflicto de Ucrania es el más peligroso de cuantos se hayan desarrollado en el planeta desde el fin de la guerra fría. Es verdad que en el período se han vivido varias invasiones a países africanos, golpes de Estado en América Latina, una profunda crisis económica y financiera, la sangrienta desintegración de Yugoslavia, el genocidio en el marco de un asedio permanente de Israel  contra el pueblo palestino, la amenaza constante de ataque  de la OTAN a Irán y las guerras posteriores a las intervenciones imperiales en Afganistán, Irak, Libia y Siria, pero en ninguna de ellas ha estado o está tan cerca el enfrentamiento directo entre dos o más potencias nucleares. Ello tiene explicación en el contexto local, regional y global. Vayamos de lo particular a lo general.

Para nadie es un secreto que en Ucrania hubo un golpe de Estado. El mismo tiene su origen, precisamente en la necesidad de la OTAN de crear una situación de conflicto como la que hoy existe. El gobierno del derrocado presidente Yanukovich era un obstáculo para ello. En ese sentido, el actual gobierno ucraniano no ha sido más que una creación de Estados Unidos y Europa. Al igual que en Siria e Irak, donde hasta hace dos meses el Estado Islámico estaba formado por luchadores por la libertad de Siria y hoy son catalogados de terroristas, en Ucrania no se debe olvidar que las revueltas conducentes al golpe de Estado, aupadas por Occidente, fueron llevadas a cabo por organizaciones de inspiración nazi cuyas primeras acciones fueron el ataque a sinagogas. Incluso el principal rabino de Ucrania Moshe Reuven Azman recomendó a su comunidad, en febrero de este año, abandonar Kiev y el país, afirmando que no quería tentar la suerte, porque “constantemente existen amenazas de ataque a las instituciones judías”. Por supuesto, el gobierno de Israel y el de Estados Unidos mantuvieron vergonzoso silencio.

Así, se crearon condiciones para imponer en medio de una brutal campaña sicológica las elecciones que llevaron al poder al actual gobierno. En la situación actual, su discurso, secundado por el de los voceros de la OTAN es tan agresivo que hace recordar con añoranza la guerra fría. El presidente de Ucrania, Petro Poroshenko, aseguró  que Ucrania estaba “muy cerca del punto de no retorno”. Según él, “el punto de no retorno es una guerra a gran escala". Echándole leña al fuego el secretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen, -quien es famoso por sus declaraciones bruscas según el periodista alemán Michael Stürmer-,  afirmo que la organización que dirige está dispuesta a fortalecer la cooperación con Ucrania. En el mismo contexto, el ministro de defensa de Ucrania Valery Geletey indicó que su país “está en el umbral  de una ´gran guerra` con Rusia, cuyas pérdidas se medirán en miles y decenas de miles” de víctimas. Llama la atención la utilización de la denominación de “gran guerra” que fue, la dada por los pueblos de la Unión Soviética a la que emprendieron para expulsar al ejército nazi de su territorio con el costo de 20 millones de ciudadanos caídos.

Vale decir que los argumentos que se dan tanto por parte de los gobiernos occidentales como el de Ucrania para hacer estas inflamantes aseveraciones, se basan en una supuesta participación directa de las fuerzas armadas rusas en el conflicto. Lo cierto es que hasta ahora nadie ha podido presentar una prueba válida al respecto. Ante el emplazamiento del gobierno ruso en ese sentido, las respuestas han sido vagas y superficiales. En la memoria, están las armas atómicas nunca encontradas en Irak, los asesinatos masivos de Gadafi en Libia que después se supo habían sido un escenario hollywoodense montado en Catar y decenas de historias falsas que signan la historia de la agresiva política exterior de Estados Unidos y la consuetudinaria tendencia a tergiversar la realidad por parte de sus presidentes. 

En el trasfondo hay dos elementos a destacar, el primero es la incapacidad del ejército regular ucraniano para derrotar a las fuerzas rebeldes del este. Incluso, en reunión celebrada a puertas cerradas el pasado domingo 31 de agosto, el alto mando de la OTAN llegó a la conclusión de que “militarmente el conflicto está perdido para Kiev” como lo notifica la revista alemana “Der Spieguel”. Uno de los participantes en la reunión aseguró que el único camino que le queda al presidente ucraniano  es el de las negociaciones “para poder sacar con vida a sus hombres de las tenazas de las autodefensas” del este.

En otro plano, los intentos de escalar el conflicto por parte del gobierno de Ucrania obedecen a la urgencia de resolver la acuciante situación económica del país, la que se hace muy difícil por la falta de gas que le augura un invierno muy crudo en los próximos meses. Hoy, en pleno verano, el gobierno ya se ha visto obligado a realizar cortes en el suministro de agua caliente a fin de hacer reservas de gas para prepararse para las inclemencias del tiempo a comienzos del próximo año. La incapacidad del gobierno de negociar y solucionar el problema de abastecimiento de gas desde Rusia ha llevado a una abultada deuda que ha paralizado los envíos desde ese país. El primer ministro renunciante Arseni Yatseniuk ha afirmado que sin el gas ruso no se podrá afrontar el invierno.

La respuesta a una y otra situación ha sido profundizar el conflicto e involucrar a Europa en el intento de buscar un salvavidas que le permita sostenerse en el poder y salvarse de la derrota. Sin embargo, para Europa, en la que la amplia mayoría de sus países se encuentran gobernados por la derecha, haberse embarcado en este trance, como furgón de cola de la política de Estados Unidos la coloca en una situación que ya comienza a mostrar manifestaciones negativas. Las sanciones a Rusia se originaron en su apoyo a la decisión de Crimea de incorporarse a este país, sin embargo, hoy el argumento ha mutado y se esgrime el apoyo del gobierno del Presidente Putin a las autodefensas del sureste de Ucrania. Las contra medidas rusas a dichas sanciones se comienzan a sentir en Europa.  Las mismas se ubican, además en un contexto sombrío. El segundo trimestre del presente año, la economía alemana se ha contraído por primera vez desde 2012, la llamada “locomotora europea” ha reducido su marcha en un 0,2% del PIB y la de Francia se encuentra estancada. Las dos representan casi la mitad de la producción de la zona euro e Italia, la tercera economía  de la región, se encuentra en recesión.

En este contexto, los especialistas advierten que de mantenerse las sanciones a Rusia, o peor, si las mismas se incrementan  tal como ha pedido el presidente ucraniano,  es fatal una afectación profunda de los negocios y la inversión, así como una pérdida de confianza en que la situación mejore, con todas las repercusiones que ello tiene. Europa debe medir bien las consecuencias de sus acciones, la economía estadounidense es mucho más impermeable a las contra medidas rusas, sobre todo en el ámbito energético. Así mismo, en estas condiciones es inevitable el fortalecimiento del  dólar respecto al euro. Así, Estados Unidos habrá utilizado un conflicto extra continental para fortalecer su moneda a expensas de quien se considera su aliado.

En el escenario global, debe considerarse que Rusia ha vuelto por sus fueros a asumir su condición de potencia mundial, después de haber sido sometida a la humillación y el escarnio en tiempos de Gorbachov y Yeltsin, venerados por Occidente y despreciados por su pueblo según las encuestas. En tal circunstancia, no es posible aplicar medidas de fuerza en su contra. La violación de los acuerdos hechos con el propio Yeltsin de no ampliar la “frontera de la OTAN” hacia el este a cambio de introducir reformas de mercado  a finales del siglo pasado han sido violentadas por la propia alianza militar. En fecha reciente, la OTAN ha anunciado que instalará 5 nuevas bases militares en Polonia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania, todas cercanas a Rusia. Incluso, Finlandia y Suecia, países bálticos que no son miembros de la alianza atlántica han anunciado que se plegarían a las medidas militares anti rusas de la coalición.

En ese tenor, la revista alemana Die Welt afirma que “la ayuda militar a Kiev podría llevar a una guerra global”  y alerta en el sentido de que “tales acciones son inadmisibles en la época de armas nucleares”. A pesar que el gobierno ruso ha afirmado una y otra vez que no lleva, ni llevará a cabo ninguna acción militar en Ucrania, Occidente en un esfuerzo sin sentido intenta demostrar lo contrario. El propio presidente Putin ha señalado que el conflicto ucraniano debería servir “para acabar con esta tragedia lo antes posible, de manera pacífica y a través de negociaciones”.

Rusia no es Afganistán, no es Irak, Libia ni Siria. Esto lo debería considerar Europa, sacar sus cuentas y recordar que las dos guerras mundiales del siglo XX fueron libradas en su espacio, que tardaron años en reponerse y que en ambos casos el único país victorioso fue Estados Unidos que no arriesgó ni su territorio, ni su población, ni su economía. Y no creo que- en medio de la crisis- haya recursos para un nuevo Plan Marshall. 

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