sábado, 6 de septiembre de 2014

Democracia: Método revolucionario

El “socialismo del siglo XXI” combina dos elementos: en economía, un tipo de capitalismo social; en política, un Estado popular o ciudadano. Es, por tanto, una fase de transición válida en América Latina; pero que, al mismo tiempo, puede resultar débil en el largo plazo, porque de esa misma dualidad derivan no solo los logros sociales, sino también los errores económicos y políticos.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)

En la inauguración del XX Foro de Sao Paulo desarrollado la semana pasada en La Paz [25 al 29 de agosto], Bolivia, el vicepresidente Álvaro García Linera hizo importantes precisiones sobre la marcha de América Latina.

Aseguró que en la región se afianzó la democracia “como método revolucionario”; y añadió: “Atrás hemos dejado las democracias fósiles y en nuestros países, donde han triunfado los gobiernos revolucionarios, ha habido una transformación y un enriquecimiento de la democracia, entendida como participación, como radicalización, como comunidad”.

También sostuvo: “Estamos asistiendo a una lenta pero irreversible decadencia del hegemón (dominador) norteamericano. Estados Unidos no es más la potencia imperial, dirigente del mundo”; y añadió: “China y Europa están quitándole el liderazgo económico, sigue siendo dominante en base a la fuerza, pero ya no en base al liderazgo, a la convocatoria y a su poderío irrebatible en el nivel económico”.

García Linera enfatizó que hablar del neoliberalismo en América Latina “es casi como hablar del Parque Jurásico”, y señaló: “Hoy el neoliberalismo es un arcaísmo que estamos botando al basurero de la historia”.

A esas declaraciones cabe unir las que hizo el vicepresidente de Venezuela Elías Jaua durante la realización del III Congreso del Partido Socialista Unido (julio, 2014), al señalar que el nuevo socialismo respeta la propiedad privada y fomenta al empresariado, pero lo subordina al poder del Estado, pues este ya no se debe a sus intereses, sino a los del pueblo.

Todos esos posicionamientos se han dado, además, en el marco de una nueva geopolítica mundial: Rusia recibe sanciones económicas por parte de EE.UU. y Europa y responde prohibiendo una serie de importaciones provenientes de esos países; varios Estados latinoamericanos aprovechan de la situación para vender a Rusia, ante la queja de los europeos; Rusia anuncia que apoyará económicamente a Cuba, ante el ilegítimo cerco de los EE.UU. a través del bloqueo a la isla.

Es indudable que, como lo demuestran estos últimos acontecimientos, hay un contexto mundial favorable a los procesos de la Nueva Izquierda latinoamericana. Eso alienta el clima optimista por el socialismo del siglo XXI, que también el presidente Rafael Correa lo ha caracterizado, en sucesivos enlaces ciudadanos, como un régimen que necesita de empresarios, que no busca, como proponía el marxismo clásico, abolir la propiedad privada (“el remedio es peor que la enfermedad”, llegó a afirmar) y que, de todos modos, el Estado ya no se sujeta ni responde al poder del capital, sino a la ciudadanía.

Este “socialismo del siglo XXI”, cabe insistir, combina dos elementos: en economía, un tipo de capitalismo social; en política, un Estado popular o ciudadano. Es, por tanto, una fase de transición válida en América Latina; pero que, al mismo tiempo, puede resultar débil en el largo plazo, porque de esa misma dualidad derivan no solo los logros sociales, sino también los errores económicos y políticos.

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