sábado, 28 de junio de 2014

Ecuador: La reelección: ¿recurso "revolucionario"?

La discusión sobre la posibilidad de habilitar la reelección indefinida en Ecuador genera debate en todos los sectores políticos. En esta edición, publicamos un texto que  polemiza con la posición del articulista Jaime Galarza, que diéramos a conocer en nuestra edición anterior.

Jaime Muñoz* / Especial para Con Nuestra América
Desde Quito, Ecuador

La posible reelección de Correa
agita la política ecuatoriana.
"Desde un punto de vista revolucionario, la reelección, como principio, debe ser sostenido y respetado; la alternancia nunca fue, en ninguna parte del mundo, garantía de cambios sociales,".  Esta es la opinión del intelectual ecuatoriano Jaime Galarza Zabala (La Reelección. El Telégrafo, 19.6.2014. Pág. 12), enunciado con el que discrepamos radicalmente.

La reelección no es revolucionaria ni reaccionaria. Podría, más bien, tipificarse como un recurso eminentemente conservador.

Recurso que ha sido utilizado por las dictaduras más sangrientas pero también por el primer Estado obrero del mundo, el instaurado por la Revolución Bolchevique, cuyo trágico desenlace conocemos de sobra, tras un proceso degenerativo que derivó en la instauración de una burguesía estragada, aliada al narcotráfico, al tráfico humano, al contrabando y más aberraciones del sistema (lo que es, por lo demás, argumento de los ideólogos del “socialismo del siglo XXI” para renegar de principios básicos del marxismo, estigmatizándolos con el calificativo de obsoletos, como si la existencia de las clases y su lucha lo fueran, y olvidados de que esas desviaciones del “socialismo real” fueron contrarias a la esencia del marxismo).

Se argumenta que, para dar continuidad a un proceso de cambios  profundos, la permanencia del líder en el mando del Estado es necesaria.  Tal argumento es revelador de la endeble condición del  Movimiento base del proceso llamado Revolución Ciudadana, sin poder prescindir del líder, como si no hubiese cuadros lo suficientemente preparados para el propósito. Revelador, también, de la personalidad excluyente de Correa, que no acepta como colaboradores a quienes discrepen, aun levemente, de sus criterios, por relevante que sea su claridad política y su capacidad conductora; y que privilegia el culto a su personalidad y el adulo.

La perennización del líder de esa llamada revolución ha constituido, precisamente, el freno al proyecto primigenio de 2006 y de 2008, su retroceso, vía exclusión de los dirigentes de izquierda en el seno del Movimiento, a los que, para perfeccionar tal exclusión, se califica impunemente de traidores. Vía incorporación de elementos de la derecha (el vicepresidente Glass, la activista del opus dei, Dra. Viviana Bonilla, el doctor Omar Simon, más la vieja cúpula de la partidocracia que lo acompaña: los hermanos Alvarado y el Dr. Mera). Pero sobre todo vía: reprimarización de la economía, impulsando la explotación petrolera y de la minería a cielo abierto, contrarias al espíritu de la Constitución de 2008; elaboración de leyes contrarias a la esencia  democrática y revolucionaria, como el Código Orgánico Integral Penal, de características represivas, según el cual todos los ecuatorianos somos culpables mientras no se demuestre lo contrario, y desde cuyos artículos se persigue y encarcela a los dirigentes populares; como el decreto ejecutivo 016, de control social, cuyos rasgos fascistoides son evidentes; proyectos anti obreros, como el Código Laboral, en cuyo texto y su proceso en marcha, se borran de un plumazo derechos conquistados tras sostenidas luchas obreras, a menudo cruentas, desde la promulgación, en 1938, del Código del Trabajo.

No puede entenderse un proceso revolucionario que echa a la calle a miles de burócratas del Estado, que reniega de los contratos colectivos entre el Estado y los trabajadores, que suprime, en el proyecto,  el derecho de huelga, que acaba con la participación de los trabajadores en las ganancias empresariales –en franca contradicción con el postulado de redistribución de la riqueza-, que destruye la estabilidad laboral privilegiando los contratos a corto plazo; y que condiciona la estabilidad de los servidores públicos a la afiliación a AP y a la lealtad acrítica  a sus políticas –acompañada del miedo que genera en los servidores públicos y el silencio a las irregularidades y manifestaciones de corrupción.  Ni puede entenderse un proceso revolucionario que, con argumentos paupérrimos del propio Presidente, reniega de su antiguo y legítimo rechazo a los TLC y se apresta a firmarlo con la UE, como si el cambio de denominación a Tratados de Asociación modificara el carácter asimétrico de ese tratado, perjudicial para los campesinos, los pequeños empresarios, el pueblo todo, y aun a la soberanía nacional, al privilegiar sus disposiciones por sobre la propia Constitución de la República. (Los pueblos colombiano y peruano sufren ya las consecuencias de la aplicación de esos tratados).  

Lo hemos dicho más de una vez, no hay Revolución sin ética. Un proceso en el que campea la corrupción (denunciada por el propio columnista, Dr. Galarza) no puede ser revolucionario.  Podría, legítimamente, suponerse que algunos de quienes respaldan, desde las huestes burocráticas del Estado, la reelección indefinida, buscan tapar las cacas que salpican por todas partes al funcionamiento administrativo. O cuando menos la permanencia de los interesados en los roles de pago del Estad. (Recuérdese, a propósito del tema, que el presidente de la cleptocracia, el “dictócrata” Lucio Gutiérrez, dijo en una entrevista televisada, a dos o tres años de instalado el gobierno de AP, palabras más palabras menos: Si Correa me sigue acusando de ladrón, diré lo que yo sé. Y cuya respuesta desde el gobierno fue….. el silencio). Y lo que pareció insólito: la declaración del propio Presidente Correa, quien dijo, muy suelto de huesos, a propósito del affaire Fabrizio Correa y la demanda de sanción por las irregularidades contractuales: “¿Saben por qué no enjuicio a mi hermano? Porque no me da la gana”.  Frase cargada de prepotencia que recuerda, ni más ni menos que al inefable Abdalá Bucaram de la “regalada gana”). Sin ética, no hay revolución.


Nada de lo descrito en este panorama son: “furibundas acusaciones, calumnias y conspiraciones”. Son hechos tangibles, la mayoría de ellos comprobables en los archivos de los medios. De modo que el decálogo que propone Jaime Galarza en el artículo de marras está incompleto.  Porque no es suficiente la “tolerancia a las discrepancias internas y a la crítica externa” (Numeral 5 del decálogo), sino que precisa una autocrítica implacable y, tras ella, una depuración de todo elemento de la derecha prevaleciente en el gobierno. ¿Es ello posible, cuando el líder parece ser el artífice de ese giro a la derecha?

Y es que el proyecto de “revolución ciudadana” devino en uno de modernización del capitalismo, con todo el costo social que ello comporta, sobre todo la explotación inmisericorde de la Naturaleza y el sacrificio a los trabajadores, porque esa es la demanda de los empresarios “patriotas”, aquéllos que quieren “invertir” en el país, aunque también llegan los inversores extranjeros (empresas chinas que pretenden violar las leyes laborales y maltratan a los trabajadores ecuatorianos); y los créditos fabulosos del Banco Mundial –otrora justamente criticado por el mandatario- devenido, de pronto, en desinteresado “ayudador” del Tercer Mundo hacia su desarrollo.

La campaña antigubernamental desde la derecha socialcristiana - Madera de guerrero, democristiana, Creo, Suma y otros no parte de las críticas a la inconsecuencia con los postulados de la plataforma electoral de 2006.  Es –como bien señala el Presidente Correa- un intento de reconquista del viejo poder neoliberal que hizo trizas al Estado.  Por lo mismo, difiere 100% de la oposición de las organizaciones sociales y de lo que queda de izquierda radical,  pues esta última critica el giro a la derecha de la RC y su líder, el abandono del proyecto socialista declarado hace 7 años y poco a poco olvidado aun en el discurso oficial y todo el aparataje con que se monta la modernización capitalista del Estado y de la sociedad. La oposición de izquierda es la oposición todavía falta de cohesión y a la cual, desde el discurso del líder y sus ideólogos, se la responde con el solo argumento fácil y deleznable de “cómplice boba” de la derecha. Hecho que constituye una suerte de transferencia al otro de su propio pecado.  Pues es evidente la conformidad y satisfacción de amplios sectores empresariales con las políticas económicas del gobierno, orientadas a fortalecer a los grandes empresarios importadores y exportadores, con las pequeñas salvedades de intentos de proteger la industria nacional, impugnadas estas medidas por los importadores que claman por la liberalización aduanera. De ahí que nos sorprenda el numeral  del decálogo de Jaime Galarza que dice: “9. Limitación clara y precisa del crecimiento del capitalismo, a fin de que no desborde el desarrollo armónico de la sociedad”. Enunciado de una ingenuidad que extraña y duele dicha por quien se nutrió en las fuentes del marxismo.  Como si fuera factible poner freno al afán acumulador del gran capital, a su solo empeño de explotación de la mano de obra humana y al lucro desaforado, con procedimientos que no sean radicales. Y como si no fuese, también, evidente que las más recientes políticas gubernamentales están orientadas precisamente a estimularles, pues la RC “no quiere lesionar a los ricos”. Correa dixit.

Finalmente, si la reelección va –como es evidente que va- sin consulta al soberano para legitimarla, no es descabellado suponer que la vieja derecha –reagrupada, como bien señala el Presidente-  coseche los desatinos del actual gobierno y, enarbolando la “legitimidad y bondad” de la “libre empresa”, del mercado como elemento dinamizador del economía –muletilla del neoliberalismo- vuelva a sus afanes privatizadores y a la implantación de un neoliberalismo galopante, con desmantelamiento del Estado incluido; fortalecimiento de las fuerzas represivas y utilización, más desaprensiva que hoy, de las leyes que para reprimir al pueblo y su protesta, viene implantando la “revolución ciudadana”.  Y claro, como es costumbre, echarán la culpa al “izquierdismo infantil” “puesto al servicio de la derecha”.  Si tal no ocurre, si es reelegido el líder de la RC (factible también, si se considera el aparato estatal a su servicio), la danza actual continuará, siempre en desmedro de la democracia y de los derechos ciudadanos, de los intereses populares.

El pueblo, unido, una vez más será vencido, a menos que las fuerzas contestatarias, sin arribismos ni oportunismos, se reorganicen y encuentren otra alternativa, ella sí revolucionaria.

*El autor es educador y sicólogo, autor de “El quiteño que no pudo vender su alma al diablo (anécodtas humorísticas)” y la novela “El Silencio del Verbo”, además de numerosos comentarios de contenido político.

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