sábado, 18 de mayo de 2013

Argentina: Sobre la batalla de Salta

Una reseña del libro “De vencedores y vencidos”, de Gregorio Caro Figueroa y Lucía Solís Tolosa, una obra que reconstruye los principales hechos y el legado de los protagonistas de la batalla de Salta, en el bicentenario de este histórico combate.

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

En el contexto de las celebraciones del bicentenario de la Batalla de Salta y con la marca editorial de Nuevo Diario, el historiador, periodista y bibliófilo Gregorio Caro Figueroa, y la profesora de filosofía y periodista Lucía Solís Tolosa, han acometido una obra digna de difundir; ciertamente de otra más entre las varias escritas en colaboración puesto  que a ambos pertenecen también los volúmenes El Milagro de los salteños. Cuestión de fe, de 2010, y  El otro Güemes  dado a conocer en 2011,  los dos bajo el mismo sello editor. Ahora se trata del libro de gran formato,  enriquecido por numerosas ilustraciones en sepia y en colores: De vencedores y vencidos, un título disparador de más de un interrogante sobre nuestro destino como nación.

Sus ciento veinte páginas que muy bien pueden ser leídas antes o después de disfrutar  del documental de José Guardia de Ponté sobre el mismo hito belgraniano, invitan a ensayar como  primera reflexión que la divulgación detallada de la historia patria puede y debe  articularse naturalmente con la tarea de pura  investigación y de compulsa documental, tal como sucede en el libro.  Porque de poco sirve la heurística del dato novedoso si no es presentado en forma fidedigna, desapasionada y a la vez coherente con el inventario del pasado conocido; y ello más allá de que un aporte original sea capaz de modificar toda una perspectiva, puesto que revisar los pormenores de la historia no es sólo leer los acontecimientos acaecidos desde una diferente ideología a la del canon oficial, sino aportar elementos valederos que justifiquen el cambio de orientación hacia otras posiciones. Empero no cabe por utilitario adentrarse en el pasado para justificar o criticar decisiones institucionales del presente: hacer política de la historia es labor más de políticos que de historiadores.

Aquí hay noticias relativas a personajes y a circunstancias varias y concatenadas entres sí, informes disparadores sin duda de futuros enfoques sobre el tema analizado, sus antecedentes y efectos posibles en la guerra emancipadora, al cabo engarces lujosos para la hermenéutica mejor que detalles que sólo abruman y poco suman en los hechos al relato a conciencia y no politizado que se presenta con claridad expositiva, en mucho “ad usum delphini”. Por de pronto, al partir en las páginas iniciales y con ilación lógica, de la victoria de  Tucumán, de 1812, como antecedente necesario del triunfo de Salta de meses más tarde, se subraya citando a Bartolomé Mitre que Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno se retira, las provincias del Norte te pierden para siempre como se perdió el Alto Perú.

Con buen método se reconstruye cronológicamente, cuadros sinópticos mediante,  la dimensión poblacional y la constitución de la sociedad de Salta previa a la batalla  librada en esa ciudad simétricamente equidistante de Lima y Buenos Aires. Ello  permite al lector o al estudioso extender la mirada a todo un período no sólo local sino americano que echa luz sobre el desenvolvimiento de los sucesos historiados; porque vale también para la ciencia y el arte de Clio el principio de ex nihilo nihil fit.

Será por eso que no sólo hay en De vencedores y vencidos un pormenorizado enfoque del combate que incluye hasta un instructivo esquema gráfico de la posición de los regimientos actuantes (página 43), sin olvidar  resumir el parte del encuentro bélico surgido de la pluma del propio Manuel Belgrano, relato juzgado como uno de los documentos mejor escritos de las Guerras de la Independencia por  Mitre y la mayoría de los historiadores que lo siguieron. Tampoco se excluye la referencia al perdón otorgado por el jefe triunfador a los realistas vencidos (y vale la pena recordar que uno de ellos fue Santiago Esquiú, alguien que no traicionó el juramento de abstenerse de tomar las armas contra la revolución. Don Santiago se radicó en Catamarca y fue  padre del fray Mamerto Esquiú, obispo de Córdoba y Orador de la Constitución declarado Venerable en 2006 en la causa de beatificación y canonización que se le sigue en Roma). 

Varias páginas entonces tratan desde el punto de vista táctico la jornada de aquel 20 de febrero de 1813 en que se trabaron en lucha las fuerzas de  Belgrano -que desde la estancia de Castañares se desplazaron  bajo la lluvia, trabajosamente por esa huella de ganado al decir de Bernardo Frías- con las huestes al mando del americano por nacimiento Pío Tristán de 39 años, el jefe rendido en esa fecha y que más tarde, ya en su vida civil signada por el ánimo de lucro y el oportunismo, fuera repudiado en su mansión de Arequipa por su sobrina la feminista y socialista utópica Flora Tristán.

Sin embargo al aspecto militar se suman las noticias referidas al ideario del creador de la bandera; a su proyecto compartido por San Martín y los hombres de más saber (que) opinaban que en estos países de América era imposible formar gobiernos estables y bien ordenados  bajo puras formas democráticas, como explicó Manuel Tomás de Anchorena, un representante de la oligarquía saladeril porteña  que llegó a ridiculizar el propósito  de coronar a un inca. En su despectivo juicio: un monarca de la casta de los chocolates.

Se pone especial atención en las lecturas políticas belgranianas de Jovellanos, Campomanes y otros reformistas hispanos en cuestiones tales como la educación gratuita o la promoción de los estudios de naútica, así como su interés por los  asuntos económicos que abrevó en Ferdinando Galiani autor de Diálogos sobre el comercio de granos- y el escocés Adam Smith. Resultado de todo lo cual fueron sus desvelos de libertad para la economía pero también para las personas, tal como lo destacan con propiedad Caro Figueroa y Solis Tolosa. Ninguno de ambos adscribe a  interesados dogmatismos, para el caso tanto del que quiere ver en el general a un liberal extremo, cuanto  del que lo pretende  un proteccionista convencido. En cambio parecen coincidir con la definición del socialista y reformista universitario Julio V. González en el sentido de que Puede admitirse sin temor a equivocación que toda la prédica  doctrinaria de Belgrano () es una síntesis del liberalismo español, de la fisiocracia francesa y del industrialismo inglés.  

Renglón aparte merece el capítulo que resalta la faceta de traductor  del prócer tan interesado desde sus tiempos de estudiante en Salamanca por las lenguas modernas. Así vertió al castellano el libro del fisiócrata  François Quesnay: Máximas generales del gobierno económico de un Reino Agricultor”, y  el discurso de despedida de George Washington, un texto que le obsequiara en 1805 el ciudadano norteamericano David C. Forest. Belgrano, que trabajó en esa versión a orillas del río Juramento en su marcha de Tucumán a Salta, le dio fin según cuentan los autores, dos días antes de la gesta del 20 de febrero de 1813. 

Otro elogio cabe para las páginas del libro dedicadas a desentrañar el vínculo entre Belgrano y Güemes, difícil y receloso en los primeros tiempos pero de gran afecto luego como resulta del trato dado por el primero al Caudillo Gaucho en su correspondencia posterior a 1813: Paisano amado, Fiel amigo, Compañero y amigo querido. Güemes, se aclara bien en el texto,  no participó en la batalla de Salta por encontrarse en Buenos Aires, no obstante poco más tarde ambos héroes hicieron esfuerzos para apoyarse mutuamente con hombres, dinero, armas, caballos, mulas, alimentos y vestuario. El creador de la bandera al reconocer los valores y facultades operativas del salteño le dio amplio margen de maniobra: puede hacer y deshacer como le parezca (pues)  tiene los enemigos a la vista.

Una exhaustiva bibliografía cierra el volumen que vale subrayarlo se inicia con un poema poco conocido de Manuel J. Castilla fechado en 1963: Soliloquio de un soldado español muerto en la batalla de Salta. 

Finalmente sin perder el enfoque del tema central se ha vinculado y complementado la historia salteña, que lo es en grado mayúsculo de la Guerra Gaucha, por ejemplo con un dato sobre el  narrador de la  epopeya, Leopoldo Lugones. De él se cuenta la ascensión al cerro San Bernardo llevada a cabo en la noche del 15 de julio de 1894, hecho tiempo después relatado al periodismo por uno de los participantes de esa peregrinación patriótico-histórica: el profesor Daniel Policarpo Romero, un docente del Colegio Nacional y hombre público salteño fallecido en 1959, contemporáneo y amigo en su juventud del poeta modernista de Los crepúsculos del jardín”.       

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