sábado, 2 de marzo de 2013

La transición cubana

Si los retos son inmensos, las circunstancias actuales podrían ser propicias. El proceso de paz colombiano, en el cual Cuba juega un papel fundamental como sede y actor político; el rol de La Habana en las negociaciones internas del PSUV venezolano; visitas cada vez más frecuentes de jefes de Estado de América del Sur; y el ejercicio muy emblemático de la presidencia pro témpore de la CELAC (aquella OEA sin EE.UU.), vuelven a dar un singular protagonismo político a la isla.

Guillaume Long /  El Telégrafo (Ecuador)

 Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel, nuevo vicepresidente
del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros.
La apertura de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el órgano legislativo de la República de Cuba, confirma un camino de cambios trascendentales para el futuro de la isla.

La clausura de la anterior legislatura, en diciembre, fue marcada por la reiteración de las reformas económicas planteadas en el VI Congreso del Partido Comunista: el otorgamiento de 400.000 licencias para la apertura de negocios propios, la creación de cooperativas privadas, el alquiler de locales estatales a privados, y reformas en las empresas del Estado para volverlas más eficientes. Pero el tono de la reapertura de la Asamblea fue sin duda de carácter político.

Raúl Castro confirmó lo largamente especulado: este será su último período como mandatario. Habló, además, de reformar la Constitución para “limitar a un máximo de dos períodos consecutivos de cinco años el desempeño de los principales cargos del Estado y del Gobierno y establecer edades máximas para ocupar esas responsabilidades”. Gran parte de su discurso, de hecho, estuvo dedicado a la necesidad de entregar el poder político a una nueva generación.

En este sentido, no deja de ser llamativo el nombramiento del ex ministro de Educación Superior, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, como Primer Vicepresidente del Consejo de Estado y Primer Vicepresidente del Consejo de Ministros; es decir, como número 2 del Gobierno cubano. Díaz-Canel, nacido en 1960, es el primer cuadro, nacido después del triunfo de la Revolución, en ostentar estos cargos.

Raúl, evidentemente, se rehusó a mandar una señal de aperturismo a lo ruso: “A mí no me eligieron Presidente para restaurar el capitalismo en Cuba ni para entregar la Revolución. Fui elegido para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo, no para destruirlo”, señaló. Pero el hablar de referendos, de cambios constitucionales y generacionales, devela una transición real y multidimensional en la isla. La reciente entrega del Premio Nacional de Literatura de 2012 a Leonardo Padura, un crítico descarnado del sistema, debe leerse, entre muchas otras señales simbólicas, en ese sentido.

Los retos son múltiples. ¿Cómo alentar un sistema económico mixto, sin que se ahonden contradicciones y desigualdades cada vez más patentes, contrarrestando la reaparición, desde el Período Especial, de grandes penurias sociales? La respuesta de Raúl fue rotunda: la economía; “sin terapias de choque contra el pueblo (…), superando la barrera del inmovilismo y la mentalidad obsoleta en favor de desatar los nudos que frenan el desarrollo de las fuerzas productivas, o sea, el avance de la economía como cimiento imprescindible para afianzar, entre otras esferas, los logros sociales de la Revolución en la educación, la salud pública, la cultura y el deporte, que debieran ser derechos humanos fundamentales y no un negocio particular”. No podría quedar más claro.

Si los retos son inmensos, las circunstancias actuales podrían ser propicias. El proceso de paz colombiano, en el cual Cuba juega un papel fundamental como sede y actor político; el rol de La Habana en las negociaciones internas del PSUV venezolano; visitas cada vez más frecuentes de jefes de Estado de América del Sur; y el ejercicio muy emblemático de la presidencia pro témpore de la CELAC  (aquella OEA sin EE.UU.), vuelven a dar un singular protagonismo político a la isla.

La condonación, la semana pasada, de parte de la deuda con Rusia, le da, asimismo, algo de respiro económico a una Cuba que necesita aliados firmes en una transformación política y económica llena de complejidades.

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