sábado, 2 de febrero de 2013

Lecciones venezolanas en tiempos de crisis civilizatoria

Una hipótesis: la crisis civilizatoria del occidente capitalista llegó antes a Venezuela y, por tanto, también la búsqueda de alternativas. ¿podemos aprender del complejo proceso venezolano? Por supuesto. Una de las primeras lecciones: no hay entendimiento posible entre modelos contrapuestos. Quizá tampoco hay que buscarlo.

Paco Gómez Nadal / Otramérica

Venezuela se anticipó. Y no siempre es agradable llegar el primero al abismo de los tiempos.

El mundo occidental-liberal se enfrenta a una crisis civilizatoria. Esto sólo puede ser evidente para quien piense en el futuro. Una parte importante de la intelligentsia conservadora construye su visión del planeta desde un presente congelado sin consecuencias. Sin embargo, los síntomas de la crisis civilizatoria son tan evidentes que hacen daño: crisis sistémica del modelo producción-trabajo-acumulación; generación de millones de personas “superfluas” (como describió Zygmunt Bauman en Vidas Desperdiciadas: la modernidad y sus parias) y, por tanto, un grave problema de gestión de “residuos humanos”; inminencia de la superación del “punto de no retorno” ambiental -tal y como anuncia Greenpeace en su último informe- en 2020; colapso de la institucionalidad liberal capitalista en tres de sus ejes fundacionales, democracia representativa, estado-nación y pacto social; criminalización de dichas estructuras con la penetración sin límite del narcotráfico y otras manifestaciones del crimen organizado; muerte cerebral del modelo del Estado del Bienestar como bálsamo contrarrevolucionario de las sociedades del dispendio; privatización del poder con el trasvase legal del control de grandes áreas del planeta a las multinacionales y a su extralegalidad consentida; fragilidad de los modelos híbridos de neocapitalismo…

Son demasiados síntomas como para no verlos, como para no sentirlos, como para no interconectarlos. Y Venezuela se adelantó a la disyuntiva crítica de nuestros tiempos: ¿Es viable este orden?, ¿de no serlo, cuál es el nuevo modelo?, ¿valen mejoras parciales o ya no hay tiempo para parches?

La reconciliación es imposible cuando hablamos de mundos contrapuestos. El capitalismo-democrático no admite convivencias (ni decrecimientos calculados). Es cierto que la mayoría siente que ese es el estado de cosas "natural". Demasiadas generaciones (mal) educadas y convencidas de que esta democracia, estas leyes, estas instituciones con las únicas posibles. Cualquier subversión de ese orden es un derrumbe no solo político sino existencial. De ahí la pasión ciega con la que algunos sectores responden al proyecto bolivariano en Venezuela. Es comprensible.

Esa es la crisis en la que estamos, una crisis existencial que, además, no admite recetas fáciles. Si a mitad del siglo XX las alternativas eran sólo dos (capitalismo o socialismo soviético con versiones), en este inicio del siglo XXI ya no hay recetas cerradas ni axiomas incuestionables. O sí. Parece que es incuestionable el régimen actual porque no se puede contraponer un sistema cerrado como alternativa. Esta incertidumbre es lacerante para una civilización occidental tan necesitada de certidumbres.

Venezuela vive en la incertidumbre, como no podía ser de otro modo. En el país suramericano, en el gigante petrolero, las certidumbres enfermaron mortalmente en los años ochenta y noventa del siglo pasado. Y una amplia mayoría de la población empujó a la sociedad a la búsqueda de alternativas. No de parches, sino de una subversión del orden conocido inédita.

Se acometió de una forma también novedosa: sin desmontar el régimen conocido tratar de cambiarlo desde dentro, sin recurrir a viejas fórmulas armadas y sin referentes. Quizá de ahí partan algunos de los males actuales. Muchos vicios del régimen conocido contaminan la búsqueda del nuevo: personalismos, gestión vertical del poder, corrupción, dirigismo,… Estos son viejos tumores que han resistido la medicación y no han cedido espacio.

Es injusto e irreal pensar que en Venezuela no se ha avanzado. Podría señalar varios cambios clave si de construir un nuevo sistema se trata: la visibilización y dignificación de la “población superflua”; la instalación del concepto del poder popular; la difícil práctica cotidiana de la participación política; la apertura de espacios de comunicación popular que transitan por veredas desconocidas; la impregnación al subcontinente del viejo sueño nuestraamericano de la Patria Grande; el discurso emancipador, aunque no siempre se traduzca en hechos palpables… Me refiero intencionalmente a los éxitos 'conceptuales' porque estos son los que perduran más allá de las materializaciones de las que está lleno el proceso bolivariano -aunque se antojen pocas y débiles-.

Entonces… ¿por qué hay el clima de crispación y polarización violentas en la país? Pues porque no puede ser de otra manera. Las clases altas tratan de hacer negocio en el mar revuelto, como no podía ser de otra manera, jugando siempre con varios planes. Es decir, hacen negocio con el chavismo esperando que este caiga y así poder recuperar el control del país que nunca pensaron perder –para las clases dominantes la emancipación siempre es una calentura temporal-, pero mientras han puesto a buen recaudo sus beneficios fuera del país por si la larga noche de los desechables se alarga demasiado. Las clases medias, en Venezuela y en todo el mundo occidental, son temerosas, conservadoras, herramientas necesarias para las clases altas y garantía de ‘paz social’ gracias a su tendencia a no llamar la atención, a trabajar abnegadamente. Y son las clases medias las más amenazadas por la subversión del régimen conocido. Primero porque se acaba el sueño aspiracional de toda clase media: llegar a ser alta. Segundo, porque, mientras la clase alta se va o guarda sus tesoros del justo reparto que subyace en las alternativas, la clase media perderá parte de sus insignificantes privilegios. ¿Y la clase baja? Esa asiste con estupor a la posibilidad de comenzar a ser, hasta ahora sólo estaba, bombardeada por discursos de uno y otro lado. Desde el orden conocido se les avisa de los riesgos del cambio: el caos, el desorden, los engaños… Se les avisa desde los medios de comunicación convencionales, desde la carga genética social instalada en nuestro ADN cultural. Desde las alternativas se les bombardea en diferentes direcciones porque, como he insistido, no hay fórmula. Hay que trabajar en su construcción.

Las incoherencias

El actual orden, el que conocemos, es mentiroso, incoherente, tramposo, roba, mata y discrimina, pero exige a quienes osen a retarlo que sean honestos, coherentes, transparentes, pacifista, incluyente al extremo. Así es de paradójico este momento transicional entre lo que conocemos y lo que soñamos.

De este modo, las incoherencias de los que construimos alternativas son mucho más 'evidentes' (en realidad, mucho más “visibles”) que las del orden establecido. Insisto, para la mayoría las incoherencias y mentiras del orden establecido son la normalidad, están diluidas en la costumbre. Las incoherencias nuevas son amenazantes, sospechosas, inabarcables.

No quiero entrar en el debate sobre Hugo Chávez o el chavismo. Prefiero centrarme en los miles, millones de venezolanos que están trabajando en la construcción de alternativas subversivas incompatibles al 100% con el viejo régimen, incluso con los vicios oficiales heredados del mismo o, incluso, amplificados (burocracia, corrupción y verticalismo, entre ellos). Sin Chávez esto habría sido imposible pero si es posible no será por Chávez. El matiz es de un tamaño descomunal y de no entenderlo se estará confundiendo lo visible con lo fundamental.

Tampoco voy a sacar la bola de adivino para apuntar dónde termina este camino (que probablemente no tiene fin) o si será truncado al ritmo de la salud del propio Chávez. No. No, porque estoy seguro que las mujeres y hombres comprometidos con las alternativas seguirán luchando en cualquier contexto, aunque sea menos 'consentidor' que el actual. Lo que querría es abundar en las lecciones que podemos sacar del universo irreconciliable de Venezuela para las trincheras del futuro inmediato en el resto del planeta. El adelantamiento histórico venezolano los hace sufrir la gélida soledad de los pioneros con especial rigor, pero sirve para aprender y para aprehender muchos elementos. estos son algunos:

La alternativa al orden conocido será radicalmente nueva o no será. De ahí el conflicto. No nos sirven ni las recetas más benignas de la derecha, ni la descafeinada apuesta pactista de la socialdemocracia ni los verticalismos obcecados de los stalinismos (europeos o tropicales) contemporáneos.

La construcción de las alternativas se dará en un entorno violento. No hay manera de que la subversión sea pacífica. No tiene por qué tratarse de una violencia física, pero es imposible cuestionar desde el ‘buenismo’ las bases estructurales del ordenamiento económico, político y social.

La construcción del verdadero poder popular genera ‘deportados’. Las clases altas siempre van a buscar refugios, unos internos (en sus urbanizaciones amuralladas y sus clubs privados), otros externos (en el exilio de lujo del imperio y sus homónimos). Pero las clases medias están condenadas a aceptar que tiene que participar de esta construcción y que eso supone ‘desacomodarse’ para lograr una sociedad justa y equivalente (que no necesariamente igualitaria).

-Las izquierdas deben llevar al extremo su capacidad creativa y renunciar a los viejos asideros. No hay que renunciar a la historia ni al acumulado intelectual, político y revolucionario. Jamás. Ese es el patrimonio desde el que crear nuevas formas políticas y sociales desde las izquierdas (si derecha sólo hay una, las izquierdas siempre son plurales). Pero hay que olvidarse de las fórmulas y de la ortodoxia colonial de la izquierda europea o asiática (tan influyente en Cuba y en tantos movimientos convencionales de las izquierdas latinoamericanas). El potencial de las izquierdas, como se demuestra en los movimientos bolivarianos juveniles, es inconmensurable y se podrá desarrollar desde las sólidas bases del pensamiento acumulado pero con la creatividad y la imaginación como herramientas clave.

-La osadía como combustible de la transformación. Lo normal en los seres humanos es que acudamos a lo conocido a la hora de encontrar soluciones a nuestros problemas. Quizá por ello, el Gobierno de Venezuela, o el de Bolivia, o el de Ecuador, tienen tantos problemas para descartar el desarrollismo extractivista como forma de conseguir recursos económicos para mejorar las condiciones de vida de la población. El futuro no será desarrollista porque esa lógica es la que nos ha traído hasta la crisis civilizatoria. La osadía consiste en romper con los modelos conocidos, con las palabras conocidas, con los conceptos ‘aprendidos’.

-La alternativa será popular o no será. Ya no es tiempo de vanguardias ni de partidos omniscientes. Es tiempo de bases amplias, de construcciones desde abajo. Lo que no parte de esa tupida red popular está condenado al fracaso. Los cimientos de las alternativas deben ser plurales, diversos, dialogantes entre sí. No significa que todas y todos estemos de acuerdo en todo, significa que las mayorías ya no se cuenten por votos, sino en participación activa de la construcción política de nuestras nuevas sociedades.

 Mi pesimismo endémico me lleva a sentir, en un primer momento, que lo que planteo es quimérico. Pero mi tendencia a la supervivencia me anima porque o seguimos un camino subversivo, emancipatorio, creativo y osado o esta humanidad, tal como la conocemos, está abocada al autoexterminio. Tampoco lo descarto, pero tenemos la obligación histórica no solo de frenar esa autodestrucción sino de construir las alternativas. Aprendamos. El camino va a ser tan doloroso, complejo, violento, crítico y difícil como el que está recorriendo Venezuela pero, al igual que allí, también será ilusionante, creador, solidario, fraterno y esperanzador. Si bien es cierto que no hay realidades ni soluciones absolutas, también es verdad que no hay términos medios en este análisis: el orden actual es inhumano, inviable, nocivo y criminal. Con eso, no se negocia.

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