sábado, 22 de septiembre de 2012

Cambio de época e integración regional (III y final)

En los documentos fundacionales del ALBA, UNASUR y CELAC se identifica una visión compartida de los futuros posibles de la región. Son enfoques que se complementan y enriquecen unos a otros, dando forma a una expresión particular del pensamiento integracionista latinoamericano, y a una práctica concreta, que responden a las condiciones globales del presente y al contexto de crisis civilizatoria que vivimos.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Del ALBA a la CELAC: la integración estratégica y nuestra

Cumbre de creación de la CELAC en Caracas (2011).
En menos de 10 años, la integración latinoamericana y caribeña experimentó avances inéditos en este tipo de acuerdos y alianzas entre Estados, los cuales no sería posible comprender al margen de los cambios y procesos políticos con los que América Latina despidió su traumático siglo XX e inauguró la nueva centuria.

Si se acepta que la Cumbre de Mar del Plata en Argentina, en 2005, fue determinante en términos de confrontar y detener diplomática y simbólicamente las nuevas tendencias del panamericanismo imperialista, que se posicionaron en los gobiernos estadounidenses –demócratas y republicanos- desde principios de la década de 1990 con su proyecto del ALCA; también es preciso decir que ya un año antes de esa Cumbre, los gobiernos de Cuba y Venezuela habían dado un paso fundamental para hacer de la integración uno de los caminos de construcción de alternativas de desarrollo pensadas desde acá, desde nuestras realidades y aspiraciones, al firmar en la  ciudad de La Habana el Acuerdo de Aplicación de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA, hoy conocida como Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América).

Esa confrontación entre el ALCA y el ALBA muy pronto fue identificada en el imaginario político de los movimientos sociales y de algunos de los nuevos gobiernos latinoamericanos (progresistas y nacional-populares) como una disputa ideológica entre el monroísmo estadounidense y el bolivarismo nuestroamericano: el primero, decía Fernando Bossi[1], es “aquel que se resume en América para los americanos, en realidad América para los norteamericanos, ese es el proyecto imperialista, de dominación, saqueo y rapiña. El segundo es la propuesta de unidad de los pueblos latinoamericanos caribeños, la idea del Libertador Simón Bolívar de conformar una Confederación de Repúblicas. En síntesis: una propuesta imperialista enfrentada a una propuesta de liberación”.

¿Qué surgió, entonces, del viraje nuestroamericano de Mar del Plata? Una nueva integración, mucho más estratégica en términos de los equilibrios de fuerzas y en las relaciones que se van configurando en la región, lo que se expresa en iniciativas como la ya mencionada ALBA, la UNASUR y CELAC: las tres, creaciones originales del siglo XXI latinoamericano.

Así, por ejemplo, en el acuerdo de constitución del ALBA[2], por primera vez, se establecen como principios rectores de la integración la solidaridad entre los Estados y los pueblos; la construcción de posiciones consensuadas entre los Estados miembros, para la defensa de su soberanía; la complementariedad antes que la competencia; el trato entre iguales en todos los ámbitos, la cooperación y el apoyo recíproco; la compensación de las asimetrías en el desarrollo de los países; la promoción de planes culturales y sociales conjuntos, la meta de erradicar el analfabetismo y la pobreza en América Latina[3], entre otro referentes orientadores.

En el 2008, el Tratado Constitutivo de UNASUR[4] definió como base de la creación de esta unión “la historia compartida y solidaria de nuestras naciones, multiétnicas, plurilingües y multiculturales”; reafirma la opción por el multilateralismo, el respeto al derecho internacional “ para lograr un mundo multipolar, equilibrado y justo en el que prime la igualdad soberana de los Estados y una cultura de paz en un mundo libre de armas nucleares y de destrucción masiva”; y asume como objetivo principal la creación de “un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos, otorgando prioridad al diálogo político, las políticas sociales, la educación, la energía, la infraestructura, el financiamiento y el medio ambiente, entre otros, con miras a eliminar la desigualdad socioeconómica, lograr la inclusión social y la participación ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías en el marco del fortalecimiento de la soberanía e independencia de los Estados”.

Y en 2011, la Declaración de Caracas[5], documento fundante de la CELAC, manifestaba que esta era “el único mecanismo de diálogo y concertación que agrupa a los 33 países de América Latina y el Caribe, es la más alta expresión de nuestra voluntad de unidad en la diversidad”; reconocía la necesidad de concentrar “los esfuerzos en el creciente proceso de cooperación e integración política, económica, social y cultural para así contribuir con la consolidación de un mundo pluripolar y democrático, justo y equilibrado, y en paz, despojado del flagelo del colonialismo y de la ocupación militar”; y resaltaba la importancia de “la cooperación latinoamericana y caribeña, en el desenvolvimiento de nuestras complementariedades económicas y la cooperación Sur-Sur, como eje integrador de nuestro espacio común y como instrumento de reducción de nuestras asimetrías”.

En los documentos fundacionales de estos tres mecanismos de integración, fácilmente se identifica una visión compartida de los futuros posibles de la región; un lenguaje mucho más amplio e inclusivo; una perspectiva amplia de los derechos humanos, sociales y culturales; un esfuerzo por construir esquemas de asociación que no se limitan a lo económico; y en definitiva, un empeño claro por construir la unión política y la comunidad histórica de naciones mediante el diálogo democrático, y no la imposición propia de las experiencias neoliberales precedentes. Son enfoques que se complementan y enriquecen unos a otros, dando forma a una expresión particular del pensamiento integracionista latinoamericano, y a una práctica concreta, que responden a las condiciones globales del presente y al contexto de crisis civilizatoria que vivimos.

Se trata, como puede apreciarse, de una integración posneoliberal, en tanto se levanta de los escombros económicos, políticos y sociales que el neoliberalismo dejó como herencia para América Latina; pero al mismo tiempo, es una integración que todavía no puede definirse como poscapitalista: esta es una de sus principales limitaciones, y una fuente de tensiones y conflictos entre, por un lado, los intereses del capital sobre los recursos naturales, y de los emprendimientos productivos privados y estatales (cautivos del modelo de desarrollo extractivista), y por otro lado, los intereses de los pueblos indígenes, los movimientos sociales y las organizaciones de la sociedad civil. Ese será, en los próximos años, uno de los principales focos de atención de la política latinoamericana, donde se pondrá a prueba la institucionalidad naciente y se forjará, de hacerlo bien, una cultura democrática y participativa, capaz de abrir camino a nuevas formas de concebir el desarrollo y las relaciones entre naturaleza y sociedad.

Pero, sin perder de vista estas aristas críticas, lo cierto es que todos estos procesos confirman que hay una transformación en curso: el paso del paradigma economicista dominante en los años noventa del pasado siglo, al nuevo paradigma de la integración independiente y multidimensional de nuestra América [6].

Nuestro cambio de época.



NOTAS
[1] Bossi, Fernando. (2005). Construyendo el ALBA desde los pueblos. Exposición presentada en la III Cumbre de los Pueblos, Mar del Plata, 3 de noviembre. Recuperado el 3 de abril de 2007. Consultado  en:  http://www.alternativabolivariana.org/modules.php?name=News&file=article&sid=470
[2] Véase: Altmann, Josette (ed.) (2008). Cuadernos Integración en América Latina: Dossier ALBA – Alternativa Bolivariana para América Latina. San José, C.R.: FLACSO. Disponible en: http://www.flacso.org/fileadmin/usuarios/documentos/Integracion/Dossier_ALBA.pdf
[3] Véase: Morales Manzur, Juan C. y Morales García, Lucrecia (2007). Origen y naturaleza de la Alternativa Bolivariana para las Américas. En Revista Polis,   1. Zulia, Venezuela. Pp. 55-85.
[4] Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas, del 23 de mayo de 2008. Disponible en: http://www.unasursg.org/index.php?option=com_content&view=article&id=290&Itemid=339
[5] Declaración de Caracas (Constitución de la CELAC), del 3 de diciembre de 2011. Disponible en: http://alainet.org/active/51314
[6] Suárez Salazar, Luis (2008, abril-junio).  La integración independiente y multidimensional de Nuestra América: una mirada desde lo mejor del pensamiento sociológico”, en Política exterior y soberanía, nº3. Instituto de AltosEstudios Diplomáticos Pedro Gual, Caracas, Venezuela. Pp.  21-26


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