sábado, 14 de abril de 2012

Honduras, Ecuador y Venezuela: tres golpes de estado en nuestra América

La suerte de los golpes de estado en cada uno de estos países fue distinta. Lo que hoy vive Honduras es una muestra del destino que le estaba deparado a Venezuela y Ecuador. Pero en Honduras, a pesar de la resistencia heroica de amplios contingentes de población después del golpe, no se había logrado cimentar un movimiento popular organizado vinculado al gobierno que pudiera frenar la asonada.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com

En abril de 2002, el pueblo venezolano derrotó a los golpistas
La famosa “era de la democracia” que vive América Latina, y con la que analistas y políticos se llenan la boca, parece funcionar siempre y cuando se cumplan ciertos requisitos, el primero de los cuales es no hacerle muchas olas a los grupos dominantes y a los Estados Unidos. Honduras y Venezuela son dos casos que lo ejemplifican a cabalidad, y no hay que echar a volar mucho la imaginación para incluir en esta lista a Ecuador, en donde la asonada se vistió de sublevación policial que tuvo al presidente Rafael Correa acosado y en un tris de perder no solo el poder sino la vida misma.

¿Cuál es el denominador común de estos tres casos? Pues pura y simplemente que se trata de gobiernos progresistas que buscan caminos propios de desarrollo y tratan de encontrar nuevas formas de relación, más equitativas, con los Estados Unidos de América. Intentar esto en América Latina es un atrevimiento que se paga caro. Quien intente transitar este camino ha de tener claro que, tarde o temprano, el Tio Sam sacará a relucir el garrote y repartirá cachiporrazos a diestra y siniestra hasta llevar las cosas a su estado “normal”.

Muchos de estos mismos analistas que hablan de esta era democrática constatan o se quejan de que los Estados Unidos no nos ponen la debida atención, que ven para otro lado, que se distraen en juegos de guerra  por distintos lares y a nosotros nos abandonan.  Cada cierto tiempo, cuando hay elecciones en los Estados Unidos, escudriñan los discursos de los candidatos de uno u otro partido para contar cuántas veces dicen  nuestro nombre o escarban tratando de encontrar algún vestigio de interés en lo que pasa al sur del río Bravo. Es decepcionante: no nos  mencionan o nos mencionan poco; a veces nos mencionan mal, confunden nombres, lugares, fechas, y con frecuencia dicen verdaderas barrabasadas. Consideran los sesudos analistas que a está falta de atención se debe que los latinoamericanos hayan quedado a merced de las hordas facinerosas que hoy gobiernan países como Ecuador y Venezuela.

Pero eso no es cierto. Como muestran los casos extremos de los países que hemos mencionado, los Estados Unidos son un gigante que duerme con un ojo abierto. Si las fuerzas progresistas han avanzado en América Latina es porque hay un hartazgo de la situación prevaleciente y se hacen esfuerzos mancomunados por buscar salidas propias, inéditas, sin la tutela de Washington. Éste hace todos los esfuerzos por evitar esta situación, y acude a las medidas extremas, como los golpes de estado, cuando lo demás no le ha funcionado.

Atento está, pues, el gigante de las siete leguas, activo también pero, como muestra la realidad, no es omnipotente y pueden ponérsele valladares.

La suerte de los golpes de estado en cada uno de los países mencionados fue distinta. Lo que hoy vive Honduras es una muestra del destino que le estaba deparado a Venezuela y Ecuador. Pero en Honduras, a pesar de la resistencia heroica de amplios contingentes de población después del golpe, no se había logrado cimentar un movimiento popular organizado vinculado al gobierno que pudiera frenar la asonada.

El ejemplo más claro de la fortaleza que proporciona el apoyarse de forma clara y contundente en el pueblo, de establecer una alianza férrea entre gobernantes y gobernados es Cuba. Si los Estados Unidos no han logrado ahí nada semejante a lo ocurrido en el país centroamericano ha sido por esa estrecha unidad que han logrado construir los cubanos.

Escribimos y publicamos estas líneas a pocos días de celebrarse el décimo aniversario de la derrota por parte del pueblo venezolano de la asonada que intentó desbancar al presidente Hugo Chávez Frías y a escasas horas que, en Cartagena, Colombia, se realice la segunda Cumbre de las Américas de la era Obama. A ella no se ha invitado a Cuba aduciendo la misma cantaleta que cada vez suena más desfasada en el nuevo contexto: que en la isla no hay un gobierno democrático que esté a la altura del resto, incluyendo a Honduras, por cierto. Según la lógica que ha guiado los acontecimientos, solo un golpe de estado exitoso podría devolverla al seno de la comunidad de países democráticos.

A diez años de la asonada venezolana los Estados Unidos, en vez de marginar a Cuba, debería llegar a pedir perdón por lo que en contra de la democracia han hecho en Nuestra América. Y Cuba debería estar presente sin el más mínimo ambage.

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