sábado, 26 de noviembre de 2011

Panamá: minería y desarrollo sostenible

Nuestro problema de fondo consiste en cómo garantizar una buena gestión ambiental y social en la extracción y transformación de los recursos naturales, especialmente cuando se trata de procesos que promuevan grandes cambios en el orden ambiental, social y territorial, bajo la égida de un Estado débil y corrupto como el que nos asiste, un Estado en crisis terminal.

Manuel Zárate / Para Con Nuestra América

Desde Ciudad Panamá

Intervención en el conversatorio sobre la minería en Panamá, convocado por el Movimiento de Renovación Universitaria.

Deseo expresar en primer término mi reconocimiento al esfuerzo que está realizando este nuevo Movimiento de Renovación Universitaria (MRU), formado de estudiantes, profesores y trabajadores de la Universidad de Panamá. Esta iniciativa, proveniente de las bases de nuestra máxima casa de estudios, demuestra que existen importantes destacamentos que expresan un verdadero interés en discutir los problemas de fondo que hoy encara nuestro país. Es una manera sin duda legítima, de integrar la universidad a la sociedad como factor avanzado del conocimiento. Este esfuerzo, además, se ubica en un momento de crisis estructural, de carácter local y global a un tiempo, que involucra al más amplio espectro político, social, económico y ambiental. Esta dimensión ambiental, en particular, expresa un nuevo antagonismo entre un medio natural de recursos y capacidades finitas, y un incremento acentuado de la población, con crecientes necesidades, en el marco de un el sistema económico y social que no funciona en la escala de la racionalidad que reclama nuestro tiempo.

¿Es necesaria la minería?

Para hablar de la minería, hay que preguntarse primero por su necesidad. A medida que avanza la espiral del desarrollo, surgen nuevas carencias en la sociedad, que si no son atendidas pueden derivar en una pobreza relativa generalizada. Así, somos millones en el mundo los que usamos el celular sin sentirnos pecadores por su consumo en metales, porque de hecho se ha transformado en una necesidad de las relaciones sociales y del conocimiento. ¿Y cuántos nos sentimos cómodos por tener un auto que nos permite lograr eficiencia en nuestras tareas diarias, o un horno de microondas que nos permite calentar rápidamente nuestras comidas cuando llegamos cansados del trabajo en las noches? ¿Cuántos nos felicitamos por disponer de los medios técnicos necesarios para crear redes de comunicación que nos permiten ampliar nuestra vida social en este mundo global?

El consumo de metales está unido a la producción industrial. Y si bien es cierto que tiene muchos usos suntuarios, también lo es que la gran demanda se origina en las exigencias de la conectividad y los ajustes sociales al complejo sistema mundo de hoy. Si bien la fibra óptica eliminó el cable metálico, también aumentó su consumo en los terminales como parte de la infraestructura tecnológica de procesamiento de los grandes volúmenes de información. Por otro lado, el uso doméstico de tecnologías electrónicas ha ampliado el uso de metales. Las mejores instalaciones sanitarias han aumentado las redes eléctricas domiciliarias, e incluso elementos como el cobre descubren propiedades antibacterianas mediante la ciencia, que lo incorpora a la industria médica.

Hoy somos 7,000 millones de habitantes en el planeta. Y si bien nuestro consumo es desigual, todos estamos insertos en un mismo sistema de producción de bienes para ese consumo. Así, si bien cabe cuestionar a China por ser uno de los mayores promotores del extractivismo mundial en metales, habría que considerar también que si China tuviera el consumo per capita de hierro de Bélgica no habría inventarios de hierro en el mundo para garantizar su suministro al presente.

En la práctica, el problema consiste en que el ser humano, ya sea como ente natural o social, es y será siempre consumidor de la naturaleza. Por ello, no podremos renunciar al extractivismo, entendido como actividad directa de extracción de los recursos naturales. Pero aun así, como ser social, o sea como la conciencia de la naturaleza que somos, bien podríamos entrar en la escala de la juiciosa racionalidad del recurso, para mantener la entropía ambiental (inevitable) dentro de los parámetros que se ajustan a la capacidad de reorganización del sistema.

Dos posiciones se enfrentan en este campo.

Dos posiciones se enfrentan en este campo. Por un lado, la tendencia del conservacionismo abstracto, que considera al medio natural como prácticamente prohibido a la tecnología y maquinaria industrial, sin considerar que aun la roza y quema, un método artesanal agrícola, crea muchas veces más daño al suelo que una aplicación de tecnología industrial de intensidad.

Esta posición pasa a menudo por alto que somos parte del reino animal y que, como tales, somos parte de una cadena trófica que consume materia y energía y genera residuos. Por lo mismo, si el proceso ha llegado a un nivel de crisis, es por las características que reviste bajo la formación socioeconómica actual en la que interviene. El conservacionismo abstracto, sin embargo, tratar de eludir este aspecto del problema, al ubicar la discusión fundamental del conflicto en el seno de un ecologismo natural, marginado de la sociedad, que asume la sostenibilidad como un ciclo mecanicista infinito de la naturaleza dentro del sistema cerrado terráqueo.

Del otro lado están quienes consideran que la naturaleza está llena de elementos de existencia infinita en cantidad y calidad, que pueden extraerse en la forma y dimensión que lo mueva un instrumento llamado “mercado” en su doble dimensión contemporánea de economía real y de economía virtual, en contradicción entre sí , sin considerar que todos esos elementos forman un sistema complejo, llamado natural, del cual somos parte nosotros mismos, y que tiene sus propias reglas del juego, muy alejadas de las que gobiernan las bolsas de Londres, Hong Kong o Wall Street.

La primera posición lleva a considerar, así, que la naturaleza no es de por sí entrópica, y que la conciencia y el trabajo no son capaces de balancear tales procesos y reorganizar el sistema. En otros términos, de entender que la existencia humana sea un factor de entropía negativa, aunque no siempre encuentre las condiciones propicias para ejercer esa función. La segunda postura, en cambio, asume que un simple instrumental económico utilitario como el “mercado” - que sólo garantiza flujos y fija destinos a la transferencia de materia y energía en la sociedad -, puede apropiarse de la naturaleza y de la propia sociedad, para organizarla a su manera y semejanza. Entre ambas posturas nace el neologismo del “Desarrollo Sostenible”, aún escrito mitad en sánscrito y mitad en mandarín, con tantos significados como posiciones haya.

La minería como motor del cambio social.

Resulta evidente, así, que hay dos maneras enfrentadas de entender tanto la minería como de otros proyectos vinculados al sector primario de la economía, como las hidroeléctricas, el riego y la maricultura, por mencionar algunos. En lo más general, el conservacionismo abstracto se limita a rechazar todo proyecto con infraestructuras de envergadura, y encerrarse en una acción de resistencia, a veces hasta cómoda, porque no encuentra salidas para una opción propositiva.

Cabe considerar, sin embargo, que muchos de los problemas que hoy valoramos como ambientales en Panamá son justamente el resultado de un desarrollo histórico nacional que no ha alcanzado nunca la categoría de “industrializado”. Así, este conservacionismo debe ser entendido en el contexto del desarrollo del ambientalismo nacional, que está en proceso de maduración y que partió de bases plantadas por un conservacionismo que giró siempre alrededor de los recursos naturales renovables.

Para la segunda posición, es evidente que si los recursos naturales son elementos libres, de vida ilimitada, nunca existirán impactos ambientales que rompan la medida de la cantidad y calidad que los identifica. Para ésta, la externalidad ambiental es simplemente una nueva forma de hacer capital, produciendo otra externalidad. A sus defensores los veremos siempre decir, frente a la explotación de una mina o de un complejo hidráulico: aquí no hay impactos ambientales de magnitud señores; todo lo contrario, estamos ayudando a los ecosistemas y por supuesto, a los pobres y desempleados del mundo a mejorar su “calidad de vida” (término que manejan con una calibrada semántica bancaria). Lo que no dicen es que la pobreza no la creó la naturaleza sino las enfermedades del sistema socioeconómico, de las cuales ellos son causa y lo quieran o no, efecto a la vez…

De impactos en la minería podríamos escribir mucho. En tal sentido importa más reconocer que, cuando hablamos del Panamá concreto y especialmente de los proyectos mineros que más preocupan, se está hablando de la minería multimetálica para producir sobre todo oro, plata o cobre. Se trata de tres metales cuyo proceso de explotación a cielo abierto conduce a serios impactos sobre el medio natural, social, cultural y económico local, dos de ellos de ellos con un papel fundamental en la vida monetaria mundial.

Es bien conocido que tanto los procesos de lixiviación como de flotación utilizados en la decantación del metal presentan grandes riesgos e impactos al ambiente aún con las tecnologías más modernas. Y esto no es de ahora; nuestras comunidades indígenas, en su explotación de metales contaminaron; y contaminan hoy aguas y suelos, al incorporar mal algunas tecnologías más contemporáneas. Podemos imaginar, así, el riesgo y el impacto de una explotación de escala.

Hay grandes alteraciones, y todas generan tantos impactos en su gran mayoría irreversibles: atributos naturales fuertemente afectados son los acuíferos (obstrucción de flujos), aguas superficiales (contaminación), suelos (erosión), los ecosistemas (fragmentación de hábitat), así como el aire (ruidos, emisiones de gases y partículas) y el paisajismo (rompimiento del patrón). También se verá afectada la sociedad misma, pues sus estructuras de relación, sus relaciones de propiedad y sus culturales locales son seriamente afectadas.

Estos ejemplos permiten alertar sobre los significados que tienen en el Panamá concreto: un país estrecho y largo de apenas 75,500 km2 de extensión, con dos grandes vertientes conformadas por 52 Cuencas Hidrográficas y un corredor terrestre biológico que conecta de Este a Oeste, el Norte y el Sur del continente. Se trata pues, de un país con condiciones muy particulares, en el que la fragmentación de los ecosistemas, por ejemplo, puede tener implicaciones que van más allá de sus fronteras. Pero es también un país con ventajas comparativas y competitivas, como las de tener cerca a la extracción de minerales el puerto de embarque de la mercancía o de desembarque de equipos, o tener recursos hídricos que configuran un alto potencial energético, todo lo cual permite un manejo a muy bajo costo.

Aquí, cabe preguntar: estas ventajas que da el país, que se traducen en ahorros para cualquier empresa de explotación minera, ¿son debidamente retribuidos a la localidad y la nación en forma de sostenibilidad ambiental y desarrollo social?

El problema central es de ecología política, no de ecología natural.

En realidad, el problema fundamental presente en estos proyectos es de ecología política. Las tecnologías y la ciencia pueden ajustar con creatividad tanto la planificación de territorio a sus vocaciones ambientales, como los sistemas de procesos productivos a las opciones de explotación sostenibles, marcando siempre lo mejor para el desarrollo socio-ambiental de nuestra sociedad. Aquí no vale afirmar que porque en Perú o Chile se aplicó con éxito tal o cual tecnología podemos aplicarla acá. No y absolutamente no. Parafraseando al difunto General Omar Torrijos diría: “hay que buscar la aspirina para nuestro propio dolor de cabeza”, y para eso se necesita creatividad e innovación, además de inversión en la ciencia y la tecnología.

Nuestro problema de fondo consiste en cómo garantizar una buena gestión ambiental y social en la extracción y transformación de los recursos naturales, especialmente cuando se trata de procesos que promuevan grandes cambios en el orden ambiental, social y territorial (como son los de minerales o hídricos), bajo la égida de un Estado débil y corrupto como el que nos asiste, un Estado en crisis terminal.

Todas las normativas nacionales están hechas para el desarrollo de una economía de servicios, que ha devenido históricamente en el pivote de la riqueza de pocos y la pobreza de muchos; están hechas para el proteccionismo de los grandes capitales industriales y financieros, manifestando una presión permanente sobre el capital social y natural con el propósito de abaratar costos. Esto es lo que hay que discutir y cambiar.

Pero cuando además dirigimos la atención sobre la institucionalidad de carne y hueso, sobre la institucionalidad del Estado, sobre la ineficiencia y la corrupción que lo aquejan, vemos que hay que cambiar antes las relaciones políticas y sociales actualmente vigentes, si queremos cambiar las relaciones entre la naturaleza y nuestra sociedad para hacernos más sostenibles. Eh aquí el problema y la solución desde nuestro punto de vista. Es solamente en el marco de un gran cambio nacional, que podremos encontrar las condiciones materiales, políticas y culturales de fomentar el capital natural mediante el fomento del capital social.

Panamá, 17 de noviembre de 2011.

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