sábado, 27 de agosto de 2011

Un mundo harto y convulso

No todos los hartos del mundo desembocarán en las anchas alamedas de las que hablaba Allende, ya se verá eso muy pronto cuando los libios anti Gadafi empiecen a despedazarse entre ellos, pero los hartos chilenos seguro que van por buen camino.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

A donde quiera que se mire, al Oriente o al Occidente, al Norte o al Sur, cunde la indignación y la protesta, el hartazgo con el estado de cosas que, descaradamente, llevan siempre agua para el molino de los que cuentan su haber por miles de miles de millones.

Lo que hay es hartazgo. Aunque no se tenga muy claro la alternativa a lo que existe, lo que existe ya no se quiere. Un primer paso es detenerse y hacer patente que no se está de acuerdo, juntarse con otros y mostrar el enojo que produce la tomadura de pelo.

Los hartos está en todas partes, en Europa, en África, en el Oriente Medio, en Chile. Durante décadas han venido acumulando frustración y enojo hasta que, de pronto, revientan. Hay entre los hartos especies de todo tipo, no son un grupo compacto con propuestas claras y un programa político que los guíe hacia algún lado; la mayoría solo son gente cansada de que los crean tontos y sigan echando a sus espaldas la crisis.

En América Latina, los hartos chilenos, jóvenes estudiantes en su mayoría, tienen la película más clara. En general, en América Latina parece que tenemos más claras las cosas que en otras partes del mundo en los últimos años.

Es impresionante ver a Camila Vallejo, la líder estudiantil chilena, hablar con la propiedad con que lo hace; emociona e infunde ánimo. No hay líderes, hombres o mujeres, de su altura en la Plaza del Sol de Madrid ni en las calles de Atenas, a pesar de que el hartazgo puede tener las mismas dimensiones.

Vallejo no cede un ápice frente al prepotente gobierno de la derecha chilena. No se amedrenta ante las amenazas; grita pero también razona; es incansable y está en todas partes; no pierde la lucidez ante las preguntas capciosas de quienes la entrevistan.

En las marchas estudiantiles de Chile ondean las banderas rojas con la efigie de Salvador Allende. Los jóvenes lo gritan en sus consignas porque es una señal de luz que muestra las anchas alamedas que, por casi 40 años, han estado obstruidas hasta que empezaron a marchar ellos.

Pero no es solo Vallejo y los estudiantes los que marchan ahora. Se han unido a ellos los trabajadores de la CUT, asalariados del sector público, padres y madres acogotados por las deudas que deja querer costear la educación de los hijos. En Chile se oyen pasos de animal grande.

A ellos sí les temen realmente los que hasta ahora han tenido la sartén por el mango. No pertenecen a los apoyados por la OTAN, como en Libia, ni a los ensalzados por “la comunidad internacional” (que no son más que el grupito formado por el G7: Estados Unidos, Alemania, Francia, el Reino Unido, Italia, Japón y Canadá).

En Noruega y los Estados Unidos la respuesta a la crisis es el crecimiento de la extrema derecha. El Tea Party y Andres Behring son la antípoda de los chilenos. En España, a pesar de los indignados ganará el Partido Popular, situado más a la derecha que la derecha que es el PSOE. Es una derecha cuasi franquista. El gobierno del Partido Popular, en España, y el de los republicanos que sustituirá al de Obama el año entrante, harán buenas migas con el gobierno de libio que sustituya a Gadafi. Con éste ya tenían el petróleo de la Yamihiria pero no sus ansiadas bases militares en la puerta misma de África.

Los gobiernos del PP y de los republicanos norteamericanos verían con malos ojos a los “revoltosos” chilenos o a quienes se les parezcan. Son parientes de Piñera, el presidente chileno, el acorralado, el denostado, y entre parientes se apoyan. Más que parientes son hermanos ideológicos y siguen apoyando el decrépito modelo neoliberal contra el que todos los hartos están protestando, unos más claros de las alternativas, otros menos, pero diciendo basta al estado de cosas que prevalece en el mundo.

No todos los hartos del mundo desembocarán en las anchas alamedas de las que hablaba Allende, ya se verá eso muy pronto cuando los libios anti Gadafi empiecen a despedazarse entre ellos, pero los hartos chilenos seguro que van por buen camino.

Barbarie o mundo nuevo

¿Qué puede aportar América Latina a esa tarea de la construcción de un nuevo mundo posible y necesario? Sin duda, la riqueza de sus experiencias políticas, sociales y culturales de las últimas décadas: desde el “Caracazo” de 1989, pasando por la primavera democrática de los pueblos y la derrota de los gobiernos neoliberales a inicios del siglo XXI, hasta las recientes protestas en Chile.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

La acción militar de las potencias del Atlántico Norte, que celebran ahora su “triunfo” en Libia, retrata de cuerpo entero la decadencia del Occidente imperialista y colonialista, en el contexto de la crisis civilizatoria que nos aqueja: los mismos personajes, las mismas élites políticas y grupos de poder económico que ayer, sin ruborizarse, hacían negocios con el “dictador de Trípoli”–y lo recibían en palacios y mansiones-, hoy consuman, bombardeos mediante y de la mano de “los rebeldes”, la destrucción y el saqueo de las riquezas financieras y el petróleo de un país (objetivo fundamental de la operación). De paso, las potencias noratlánticas cooptan el sentido popular y liberador de las llamadas revoluciones árabes, y se aseguran el control de una zona clave en las líneas maestras de la dominación geopolítica mundial.

En nombre de la “democracia” –como sucedió en Irak y Afganistán- intervinieron los ejércitos de la OTAN en Libia, amparados en una leonina resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero mientras se persigue al “tirano” (que debe responder a la justicia del Derecho Internacional, no la de las armas), y se pone precio a su cabeza, al mejor estilo de los westerns de Hollywood, permanecen incólumes, aferradas a sus privilegios, las petromonarquías sauditas, aliadas a los intereses imperialistas en el Medio Oriente.

El precedente que sienta la intervención militar en Libia lanza una sombra de amenaza sobre otras regiones del planeta, particularmente aquellas donde se combina la presencia de recursos naturales estratégicos; gobiernos o movimientos políticos incómodos para la maquinaria de dominación; y una facción interna dispuesta a pactar con el imperialismo. Por ejemplo, en nuestra América, el caso de Venezuela, donde ya en 2002, con el golpe de Estado y el paro petrolero, se intentó sacar del camino a la Revolución Bolivariana. O la sempiterna pretensión de imponer un protectorado estadounidense en Cuba.

Ángel Guerra, columnista del diario mexicano La Jornada, lo explica así en su artículo Libia: proyecto piloto de la OTAN: Los imperialistas agresores de Libia odian la democracia real, verdadera, como gobierno del pueblo. Cegados por su arrogancia colonial no pueden tratar más que como subordinados y atrasados a los pueblos ‘de color’. La democracia que quieren para nuestros pueblos es su sumisión al ganador en la enconada disputa por el control territorial de los energéticos, el agua, el oro, otros minerales estratégicos y los alimentos”.

Si como pronostica Eric Touissant, “esta crisis va a durar una o dos décadas”, el mensaje que han enviado los grupos dominantes de las potencias noratlánticas con su intervención en Libia, y además, con su persistente miopía frente al carácter sistémico de los problemas globales, es que el Occidente capitalista, con su colonialismo de rapiña y su imperialismo cada vez más agresivo y “sofisticado” en sus métodos bélicos, simplemente es incapaz de garantizar la sostenibilidad del actual modo de vida occidental, y más grave aún, de la existencia humana en el planeta.

En 1950, el poeta martiniqueño Aimé Césaire sostuvo en su memorable Discurso sobre el colonialismo, que “una civilización que hace trampas con sus principios, es una civilización moribunda”.

Sin duda, nos corresponde vivir y afrontar tiempos difíciles. Si el camino de la barbarie y de la rapiña está cavando la tumba de la civilización Occidental, será necesario avanzar, por vías radical y cualitativamente distintas, en la construcción de un nuevo mundo posible y necesario.

¿Qué puede aportar América Latina a esa tarea? Sin duda, la riqueza de sus experiencias políticas, sociales y culturales de las últimas décadas: desde el “Caracazo” de 1989, pasando por la primavera democrática de los pueblos y la derrota de los gobiernos neoliberales a inicios del siglo XXI, hasta las recientes protestas en Chile. Todas ellas, con su enorme carga de rebeldía popular, antineoliberal y antiimperialista, su reclamo de menos neoliberalismo y más justicia social; menos voracidad y depredación del medio natural, y más desarrollo humano integral; constituyen un aporte de primer orden en la búsqueda democrática y participativa de alternativas civilizatorias.

Esta sensibilidad del Sur que, al decir del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, encarna y expresa “la forma de sufrimiento humano causada por la modernidad capitalista” durante siglos, se ha constituido en un fuerte ejemplo de dignidad colectiva, desde donde se cuestiona –en nuestra región y más allá de sus fronteras geográficas (en Grecia, España, Egipto, India)- la lógica de las relaciones financieras, políticas, económicas, culturales y epistemológicas, desde las que Occidente impone su hegemonía al resto del planeta.

Oponer esta sensibilidad, la de las visiones plurales y diversas del mundo y sus futuros, a la decadencia del orden imperial que hoy representan las potencias noratlánticas, es nuestra opción irrenunciable si queremos revertir el rumbo de muerte que hoy parece abatirse sobre el horizonte humano.

Guatemala: Pérez Molina, miedo y desinformación

Si el resultado electoral es el que casi todo el mundo tiene previsto, sería terrible volver a la época de las dictaduras unipersonales de Estrada Cabrera y Ubico o de las dictaduras militares: prensa complaciente y voces críticas que se autocensuran.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América

Desde Puebla, México

Hace dos domingos acompañé a una de mis más queridas primas y a su familia al servicio religioso que se celebra todos los domingos en la sede de la Fraternidad Cristiana en ciudad San Cristóbal en Guatemala. No es la primera vez que lo hago y siempre que acompaño a mis familiares lo hago con mucho respeto. Aunque no comparta sus puntos de vista, las alocuciones del pastor Jorge H. López me parecen amenas y admiro su capacidad de comunicación. Visitar a la “Mega Frater” me sirve también para observar a las clases medias que allí asisten y la ideología que en ese lugar reciben. En el camino de ida al templo de la Fraternidad Cristiana me puse a conversar con mis parientes con respecto al proceso electoral. No fue una novedad la antipatía y encono con el que hablaron de la ex primera dama y ex prospecto de candidata presidencial.

Lo que llamó poderosamente mi atención fue escuchar acusaciones contra Sandra Torres en la cual la retrataban, además de corrupta y perversa en el poder, como asesina. Pregunté sobre esto y me mencionaron dos casos, el de mi querido Hugo Arce y el de Rodrigo Rosemberg. Acusaciones bastante endebles hasta donde yo sé. Les pregunté a la hora del almuerzo en La Antigua si sabían que similares o peores acusaciones se le hacen al general Otto Pérez Molina. No estaban informados de esto último. Sus respuestas confirmaron lo que he pensado desde hace bastante tiempo: que los medios de comunicación, sobre todo si son monopolizados por un solo punto de vista, se convierten en formidables creadores de una verdad que en realidad no lo es. Como lo decía Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.

En el extranjero circulan ampliamente las versiones que vinculan a Pérez Molina con la muerte y desaparición del comandante guerrillero Efraín Bámaca, el caso del asesinado juez Elías Ogalde, videos incriminatorios en donde el entonces capitán Pérez Molina aparece en la región Ixil actuando como parte del genocidio. En términos generales, en el interior de Guatemala los medios de comunicación no han hecho eco de tales acusaciones y el silencio pareciera buscar no perjudicar al candidato en su camino a la presidencia de la república. Ahora mismo está circulando un video reproducido por youtube (http://www.youtube.com/watch?v=gdV1WJJEFHE) en donde en un programa de televisión estadounidense el escritor Francisco Goldman acusa a Pérez Molina de haber tenido una participación sustancial en el asesinato de Monseñor Juan Gerardi. Particularmente impactante resulta la frase con la cual Goldman termina la entrevista: “La inteligencia militar fue usada para luchar contra la guerrilla. Ahora con poder político se trataría de Crimen Organizado y eso es lo que quieren preservar. Y esa es la clase de poder político que Pérez Molina quiere legitimar”.

También me llama mucho la atención el clima de miedo que existe en Guatemala en las personas que están haciendo circular el video de la entrevista de Francisco Goldman. Los remitentes del video se preocupan por acompañar el envío con la siguiente leyenda: “Lo recibí sin solicitarlo y sin que el remitente sea uno de mis contactos. Si es reenviado, por favor BORRARLE MIS DATOS. Gracias”. Otra de las personas que me envió el video de youtube me dijo “sólo se los estoy enviando a algunas personas”, es decir a aquellas que son de su estricta confianza. Está circulando también un artículo en el que se destacan los crímenes imputados a Pérez Molina pero el autor no pone su nombre sino solamente la dirección de un blog (www.hunapu-e-ixbalanque.blogspot.com).

¿Estamos en las vísperas de un cuatrienio presidencial marcado por el miedo y la autocensura? ¿Acaso las credenciales y posibles antecedentes de Pérez Molina nos empiezan a aterrorizar aun cuando todavía no es presidente? Lo que hemos visto desde 1986 hasta la fecha han sido períodos presidenciales en los cuales columnistas se cebaron en el presidente de turno. Los medios de comunicación hicieron críticas implacables y magnificaron errores. Tales fueron los casos sobre todo de Alfonso Portillo y Álvaro Colom. Buena parte de los otros presidentes gozaron de una crítica amable, silencios cómplices y una complacencia mediática. Justo es decir que esto fue acompañado de algunas voces críticas en esos mismos medios de comunicación.

Si el resultado electoral es el que casi todo el mundo tiene previsto, sería terrible volver a la época de las dictaduras unipersonales de Estrada Cabrera y Ubico o de las dictaduras militares: prensa complaciente y voces críticas que se autocensuran.

Ojalá esto no sea así.

Elecciones en Guatemala: ¿masoquistas o cultura de la violencia?

Un país que viene de casi cuatro décadas de guerra interna, con un cuarto de millón de muertos como consecuencia, y donde la violencia cotidiana sigue cobrando víctimas a diario, ¿necesita más violencia como solución a sus problemas? ¿Se puede apagar un incendio echándole un baldazo de gasolina?


Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América

Desde Ciudad de Guatemala


En las pasadas elecciones presidenciales de 1999, la oposición del candidato Alfonso Portillo, al saber que éste había cometido un asesinato en Chilpancingo, México, quiso utilizar el hecho para perjudicar su imagen presentándolo como “violento” buscando mermarle popularidad. Pero la información divulgada, más que dañarlo, elevó su reputación. “No maté a uno ¡sino a dos! Y si eso hice por mi familia ¿qué no haría por mi país?”, respondió el supuesto ofendido. Conclusión: Portillo ganó las elecciones. Sin dudas la apelación al “macho fuerte” que “tiene los pantalones bien puestos”, en una sociedad atravesada de cabo a rabo por la violencia (con un patrón absolutamente machista) no desacredita a nadie. Por el contrario: levanta los puntos.

Ahora, nuevamente, ante una elección presidencial quien va adelante en la preferencia popular es alguien que, apelando a esa misma imagen de “recio”, promete “mano dura” para arreglar el que se supone principal problema del país: la violencia (que, en realidad, no es sino la punta del iceberg de una situación infinitamente más compleja. Valga decir, por ejemplo, que el país tiene un 55 % de su población por debajo de los niveles de pobreza que marca la ONU: un ingreso diario de dos dólares. La delincuencia no es sino una síntoma de un panorama más desolador. Por ejemplo: un cuarto de la población de la ciudad capital vive en asentamientos irregulares).

El general Otto Pérez Molina, miembro activo del ejército durante la recién pasada confrontación interna y destinado a la región de Quiché, la más castigado en ese conflicto armado, ahora jubilado de la institución castrense, puntea las encuestas. Valga agregar aquí que en esa guerra, según lo estableció Naciones Unidas a través de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico –que hace parte de uno de los Acuerdos suscriptos entre insurgencia y gobierno–, hubo genocidio. Es decir: la política de “tierra arrasada” que implementó el Estado para acabar con la guerrilla masacró en innumerables ocasiones a la población maya (campesinos pobres del Altiplano), que constituía la base social del movimiento armado. Eso está debidamente probado. Y fue el Quiché la zona más golpead.

Un país que viene de casi cuatro décadas de guerra interna, con un cuarto de millón de muertos como consecuencia, y donde la violencia cotidiana sigue cobrando víctimas a diario, ¿necesita más violencia como solución a sus problemas? ¿Se puede apagar un incendio echándole un baldazo de gasolina? ¿Por qué buena parte de la población ve como única salida posible la propuesta de más violencia? ¿Por qué, mientras en todo el mundo se deroga la pena de muerte, aquí muchos siguen exigiéndola? De hecho, el candidato que marcha en segundo lugar en las encuestas, Manuel Baldizón, habló de “fusilar a los delincuentes en la plaza pública amarrados al asta del pabellón nacional”. ¡Y encontró eco en la población!

Todo esto nos puede llevar a considerar dos opciones: 1) la sociedad guatemalteca es profundamente masoquista; prefiere seguir castigándose, violentándose, flagelándose, dado que la violencia, inexorablemente, trae más violencia (véase el resultado de la guerra al narcotráfico en México, o la ley antimaras en El Salvador: en ambos casos la violencia creció exponencialmente). O 2) está “enferma” de violencia.

Es difícil, o imposible, transpolar un esquema de explicación individual (el masoquismo) a un colectivo social; es un abuso teórico decir que una sociedad es “masoquista”. Exploremos entonces la segunda opción: la violencia ya se hizo carne, es normal, no asusta. ¿Por qué no pensar que el linchamiento es un crimen, y verlo por el contrario como una “solución”? De hecho en la sociedad guatemalteca esa práctica pasó a ser ya algo frecuente, pedido por muchos incluso como una forma de “justicia”. Eso solamente es posible porque la cultura de violencia, de muerte, de desprecio por el otro se hizo natural. A todos toca: al marero que mata por encargo, al que paga el encargo, al que aplaude la muerte, al que busca ansioso los muertos en algún diario sensacionalista, al que publica el diario…

Un país que sufrió hasta niveles indecibles la violencia de la guerra interna, de ningún modo puede superar esas cuotas de animalidad con más violencia. ¡Pero curiosamente quien aparece como un posible ganador de las elecciones es quien promete más violencia para acabar con la violencia! Paradójico, ¿verdad? No se acepta como candidata a una mujer separada, pero sí marcha primero en la opción de voto un acusado de genocidio. La pedagogía del terror –eso fue lo que sucedió en Guatemala durante varias décadas de la mano de un anticomunismo visceral, feroz, absolutamente impune– da como resultado más terror.

La violencia no se puede arreglar con más violencia. ¿Qué pasará si Pérez Molina triunfa en estas elecciones? ¿Terminará efectivamente el nivel de violencia criminal que asola al país? ¿Fusilar unos cuantos criminales –o muchos inclusive– puede cambiar la situación? Lo patético, cosa de la que ni los candidatos en sus campañas hablan, ni tampoco los grandes medios de comunicación locales ni internacionales, es que la principal causa de muerte en el país no es la “criminalidad desatada” con la que machaconamente se aterroriza a la población… sino el hambre.

La barbarie se ha adueñado de México

El incendio del Casino Royale en Monterrey se suma a una serie de acontecimientos que han exacerbado la percepción sobre la violencia en México. Calderón ha aprovechado para redoblar su campaña mediática e impregnar en la sociedad el mensaje de que es necesaria una ley de seguridad nacional que abre la puerta a la militarización del Estado mexicano.

Gerardo Albarrán de Alba / Página12

(Ilustración de Helguera. Tomada de LA JORNADA)

La muerte en México milita en los bandos de la mano dura, la intolerancia oficialista y la criminalización social. El terrorismo se ha instalado por decreto presidencial, como moneda de cambio para presionar al Poder Legislativo para que apruebe su propuesta de ley de seguridad nacional.

Esto es ya la barbarie. Al menos 53 personas fueron asesinadas el jueves en la ciudad de Monterrey, porque aparentemente los dueños de un casino no quisieron pagar una extorsión a un grupo criminal, pero tampoco quisieron pagar por los permisos municipales para operar legalmente y la casa de juego incendiada se convirtió en una trampa mortal para una clientela integrada principalmente por mujeres, que quedó atrapada en un local con salidas de emergencia bloqueadas. La mayoría de las víctimas falleció por asfixia. Y sobre esos mismos 53 cadáveres se escribe una nueva página escabrosa de una guerra contra el narcotráfico que ha costado ya más de 50.000 muertos en poco menos de cinco años.

Para el presidente Felipe Calderón, el ataque al casino fue un acto de “verdadero terrorismo”, y declaró tres días de duelo nacional. Más prudente, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, calificó al suceso de “brutal”. Calderón viajó a Monterrey para encabezar un acto mediático en el que llamó “terroristas” a los criminales que incendiaron el casino repleto de gente y exigió nuevamente que los diputados de la oposición aprueben su proyecto de ley de seguridad nacional.

Honduras: Militarización, miedo y muerte en el Bajo Aguán

El conflicto en el Bajo Aguán no es más que uno de los síntomas de la continuidad de un sistema de poder que se basa en el control político, económico y social que ejercen unas minorías en perjuicio de gran parte de la población hondureña.

Carlos Iaquinandi Castro / ALAI

Como una continuidad del golpe militar que derrocó en junio del 2009 al presidente constitucional Manuel Zelaya, el gobierno de Porfirio Lobo mantiene su apoyo a los intereses del complejo agro-industrial que controla un grupo de familias hondureñas. El envío de fuerzas policiales y del ejército a la región del Bajo Aguán con el pretexto de "pacificar" la región, ha derivado en una militarización de los departamentos de Colón y Zacate Grande y aumenta el hostigamiento y la inseguridad de las familias campesinas. La decisión de Lobo, es en la práctica un apoyo a los terratenientes que encabeza el acaudalado y poderoso empresario Miguel Facussé Barjum y que tienen en la zona grandes propiedades dedicadas al cultivo de palma africana.

Breve resumen histórico

El conflicto en el Bajo Aguán, es de antigua data, y su origen es el reclamo de las familias campesinas por el acceso a las tierras cultivables. La Reforma Agraria de 1974, fijó un límite de 300 hectáreas, pero en la práctica su tímida aplicación no logró eliminar el latifundio ni el minifundio. En ese entonces, el gobierno invirtió recursos para mejorar las infraestructuras económicas en el Valle del Bajo Aguán, como carreteras o sistemas de drenaje. La intención de la Reforma Agraria era promover la utilización de dos recursos abundantes en el país: tierra y mano de obra. Su propósito era lograr la transformación de la estructura agraria del país e incorporar a la población rural al desarrollo integral de la nación. Con la producción de Palma africana y su procesamiento industrial, y también el cultivo de cítricos, se creó empleo en las áreas rural y urbana, y se lograron avances en el desarrollo de la región que tenía a la ciudad de Tocoa como cabecera.

En marzo de 1992, el gobierno de Rafael Callejas sanciona la "Ley para la Modernización y Desarrollo del Sector Agrícola", que cambia totalmente la estrategia y promueve la concentración de la propiedad en grandes latifundios. La norma prohíbe las tomas de tierras y la expropiación por parte de las autoridades. Esta nueva legislación aumentó el interés de las grandes empresas, que finalmente se hicieron con fincas de miles de hectáreas. Las políticas neoliberales alentaron el desempleo y la marginación campesina cuando los terratenientes redujeron la mano de obra y los salarios. Estas medidas, sumadas al aumento de la población, crearon el escenario propicio para los enfrentamientos de campesinos sin tierra y asalariados con los terratenientes. Algunos de ellos, como el caso de Miguel Facussé, el palmicultor más poderoso, fueron acusados de haberse apoderado de miles de hectáreas con métodos fraudulentos pagándolas a menos del 10% de su valor real. Y en los últimos años, este grupo empresarial es señalado por el M.U.C.A. (Movimiento Unificado Campesino del Aguán) como responsable de asesinatos y otras agresiones a través de los guardias armados de sus propiedades. Lea el artículo completo aquí…

Chile: El huaso Contreras y el presidente Piñera

Piñera: o aprovechas esta última oportunidad o te quedas arrinconado en La Moneda como un pordiosero avariento, haciendo oídos sordos a la lluvia de gritos y cánticos y demandas de los jóvenes.

Hernán Rivera Letellier* / Página12

El cuento es viejo: la inundación había alcanzado la casa y la orden era evacuar, pero el huaso [hombre del campo, del mundo rural. N.E.] Contreras no quería hacerlo. Cuando el agua le llegaba a las rodillas vino una camioneta a buscarlo. El huaso Contreras dijo que no se iba. Se quedaría en su casa, él confiaba en Dios y Dios lo salvaría. La lluvia era incesante, los ríos desbordaron y el agua anegó completamente la planta baja. El huaso Contreras, asomado a la ventana del segundo piso, vio que una lancha llegaba a salvarlo. Sin inmutarse, les mostró un papelito que decía que estaba bien, que seguía confiando en Dios y Dios sabría cómo salvarlo. Cuando el agua sobrepasó todo lo esperado, el huaso Contreras tuvo que encaramarse a la parte más alta del techo. Lo único que llevaba consigo era la alcancía con los ahorros de toda su vida, un chanchito de greda al que había bautizado como Chauchito. Cuando apareció el helicóptero a rescatarlo y le tiraron una soga y le dijeron por altoparlante que se agarrara de ella, él dijo que no, que aún confiaba en el poder del Omnipotente. El huaso Contreras murió ahogado, murió con Chauchito fuertemente agarrado bajo el brazo. El huaso llegó al cielo hecho una furia. Cómo era posible que Dios, en el que había depositado toda su fe, no hubiera hecho algo para salvarlo. Entonces, como un trueno, se oyó una voz en todo el ámbito del cielo: Huaso porfiado, te mandé una camioneta, una lancha y un helicóptero.

Sebastián Piñera, que diariamente pide a Dios pasar a la historia como el mejor presidente de Chile, al ver que el rechazo a su gobierno –según las encuestas– ya le llega al cuello, entra en la Catedral Metropolitana despotricando que cómo era posible que El, su Dios a quien adoraba puntualmente en cada Semana Santa, no le diera una manito para cumplir su sueño. Entonces, como un trueno, en la acústica de la catedral de piedra se oye retumbar una voz: Enano porfiado, te mandé un terremoto, 33 mineros y miles de estudiantes. Con el terremoto hubieras pasado a la historia reconstruyendo el país con rapidez, eficiencia y compasión, pero pusiste a cargo a una parva de inútiles aprovechados y aún los pobres damnificados están durmiendo bajo la lluvia; con los 33 hubieras hecho historia haciendo los cambios necesarios en la legislación laboral –perpetrada por tu hermano José–, pero te conformaste con pasearte por el mundo regalando piedras y mostrando el famoso papelito; y ahora, con los miles de estudiantes que te he mandado a la calle –verdadero tsunami de color y juventud–, podrías dejar tu nombre inscripto con letras de oro no sólo en la historia de Chile sino de Latinoamérica entera, instaurando una educación de calidad y gratuita para todos (si hasta yo entiendo que la educación es un derecho y no un bien de consumo). O aprovechas esta última oportunidad o te quedas arrinconado en La Moneda como un pordiosero avariento, haciendo oídos sordos a la lluvia de gritos y cánticos y demandas de los jóvenes, ahogándote sin pena ni gloria y con Lucrito apretado tenazmente bajo el brazo.

*Escritor chileno. Su última novela es El escritor de epitafios

Artículos relacionados:

“Chile está despertando”, de Felipe Portales (Clarín)

“Revolución social que avanza por Chile”, de Rocío Alorda (ALAI)

“Chile: Cómo lucran las universidades que por ley no deben lucrar”, reportaje del Centro de Investigación Periodística

El arte de edificar fuerzas antisistémicas

La unidad de acción entre todos los que han sido agredidos por el sistema, los diversos abajos y los diversos sótanos, es insustituible si aspiramos algún día a derrotar a la clase que detenta el poder y los medios de producción y de cambio.

Raúl Zibechi / LA JORNADA

La amplitud y extensión que van adquiriendo las revueltas populares, que se van afianzando en países de varios continentes, permite distinguir diversas corrientes, distintos modos y maneras en que los afectados por el sistema organizan sus respuestas. El movimiento de los indignados en las ciudades del Estado español y el de los estudiantes chilenos muestran características distintas a los motines que sacudieron semanas atrás las principales ciudades británicas.

Algunos movimientos han conseguido abrir espacios más o menos estables en los que sus miembros pueden intercomunicarse, debatir y tomar decisiones, ya sea en las plazas, en los centros de estudio, o alternando espacios a cielo abierto y cerrados como sucede en la mayor parte de los casos. Cuando se trata de estallidos como los sucedidos en las periferias pobres de Londres o, anteriormente, en los suburbios de París, en 2005, es más difícil encontrar espacios permanentes como anclaje de la protesta, que suele expandirse tan rápidamente como se difumina.

La creación de espacios más o menos permanentes, controlados por los sujetos en movimiento, es un dato mayor ya que es lo que permite darle continuidad a las revueltas, y uno de los elementos que puede convertir las acciones espontáneas en movimientos. Es parte del trabajo que James C. Scott ha realizado en Los dominados y el arte de la resistencia y en su más reciente El arte de no ser gobernados (sin traducción al español por el momento). Las clases dominantes se han empeñado, a lo largo de más de un siglo, en dinamitar esos espacios donde los de abajo se relacionan porque suelen ser los espacios donde, en silencio, se ensayan las rebeliones.

Llorar un Río

Cualquier conferencia internacional que pretenda discutir los grandes temas del desarrollo sustentable sin abordar la problemática de las prioridades de la política macroeconómica y sectorial está condenada al fracaso.

Alejandro Nadal / Rebelion

En junio de 2012 se llevará a cabo en Río de Janeiro la gigantesca conferencia convocada por Naciones Unidas sobre desarrollo sustentable (CNUDS). Este cónclave es ya conocido como Río+20 para recordar que hace 20 años se llevó en la capital carioca la Conferencia sobre medio ambiente y desarrollo. En aquella ocasión más de 180 países participantes se comprometieron a promover un proceso de desarrollo social y económico que protegiera el medio ambiente.

Cinco años antes de aquella conferencia se había publicado el informe de la Comisión Brundtland, Nuestro futuro común. En ese documento se propuso el concepto del “desarrollo sustentable” como aquél que permite satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para enfrentar sus propias aspiraciones. La Cumbre de la Tierra de 1992 estuvo marcada por esta visión.

En esa conferencia se aprobaron importantes tratados internacionales sobre el medio ambiente, entre los que destacan la Convención marco sobre cambio climático (UNFCCC) y la Convención sobre biodiversidad (CBD). Al amparo de la UNFCCC se negoció y adoptó el Protocolo de Kyoto sobre emisiones de gases invernadero.

Otro acuerdo aprobado fue la Agenda 21, un amplio catálogo de medidas para alcanzar el desarrollo sustentable de cara al nuevo siglo. En este programa se incluyeron medidas para la lucha contra la pobreza, el mejoramiento de las condiciones de vivienda y salud en el mundo subdesarrollado y la integración de las consideraciones ambientales en los procesos de toma de decisiones sobre política para el desarrollo. La Agenda 21 incluía sendos capítulos sobre política agrícola, manejo de acuíferos, desechos tóxicos y una multitud de otros temas.

Pero eran los tiempos de gloria del neoliberalismo. En 1992 avanzaba la restructuración de la deuda de los países latinoamericanos a través del plan Brady a cambio de imponer los principios del Consenso de Washington: prioridad a la lucha contra la inflación y política monetaria contraccionista, liberalización financiera, austeridad fiscal, apertura comercial, privatizaciones y desregulación generalizada. Un rubro clave era la flexibilización laboral, emblema del despojo de derechos de los trabajadores en aras de una supuesta eficiencia de mercado. Otro fue el reclamo de la definición de derechos de propiedad privada que, desestimando cualquier tipo de propiedad comunal, constituyó el caballito de batalla ideológico para la contrarreforma agraria en muchos países.

En 1992 culminaban las negociaciones multilaterales de la Ronda Uruguay en el marco de los Acuerdos generales sobre aranceles y comercio (GATT). Esas negociaciones habían arrancado en 1986 y para 1992 ya circulaba el borrador elaborado por Arthur Dunkel (secretario general del GATT) con muchas innovaciones. La más importante era la inclusión de la agricultura en un proceso multilateral de negociaciones del GATT. Para cuando se aprobó este documento, la promesa de revisar los apoyos de los países ricos a sus agricultores fue intercambiada por el compromiso firme de los países en vías de desarrollo de abrir sus mercados de productos agropecuarios. Y en 1994, dos años después de la Cumbre de la Tierra, finalizaba la Ronda Uruguay con los Acuerdos de Marrakech y la creación de la Organización Mundial de Comercio. Los buenos deseos de la Cumbre de la Tierra fueron barridos por 20 años de neoliberalismo y los vientos de las múltiples crisis financieras de los años noventa.

La verdad es que de aquella conferencia en Río en 1992 quedaron muy pocos resultados positivos. Quizás el ejemplo más desastroso se encuentra en materia de política sobre cambio climático. El Protocolo de Kioto tenía el mérito de consagrar el principio de un acuerdo vinculante para los países signatarios en sus objetivos de reducción de gases invernadero. Pero ese instrumento vino a morir definitivamente en la conferencia de Cancún, donde el entreguismo del gobierno mexicano permitió eliminar ese principio y entronizar el esquema de compromisos con metas voluntarias.

Cualquiera pensaría que para la CNUDS se están tomando en cuenta cosas como el marco de política macroeconómica y la actual crisis mundial. Pues esa intuición está errada: en los preparativos para Río+20 no hay nada sobre política macroeconómica y mucho menos sobre la crisis. Es como si nada de eso fuera relevante para lo que se va a discutir en Río en junio del 2012.

El neoliberalismo hizo nugatorio el principio del desarrollo sustentable. Pero el neoliberalismo se mantiene vivo en las medidas de política para enfrentar la crisis, en especial con la austeridad fiscal. El resultado será la profundización de la crisis y su prolongación temporal. Así que es preciso decirlo en voz alta: cualquier conferencia internacional que pretenda discutir los grandes temas del desarrollo sustentable sin abordar la problemática de las prioridades de la política macroeconómica y sectorial está condenada al fracaso. Y Río+20 no será una excepción.

Las consecuencias mundiales de la decadencia de EE.UU.

Aunque hay muchos, muchos aspectos positivos para muchos países a causa de la decadencia estadunidense, no hay certeza de que en el loco bamboleo del barco mundial, otros países puedan de hecho beneficiarse como esperan de esta nueva situación.

Immanuel Wallerstein / LA JORNADA

Hace 10 años, cuando algunas personas y yo hablábamos de la decadencia de Estados Unidos en el sistema-mundo, a lo sumo nos topábamos con sonrisas de condescendencia ante nuestra ingenuidad. ¿No era Estados Unidos la única superpotencia, involucrada en cada uno de los rincones más remotos de la Tierra, haciendo lo que quisiera casi todo el tiempo? Ésta era una visión compartida a todo lo ancho del espectro político.

Hoy, la visión de que Estados Unidos está en decadencia, en seria decadencia, es una banalidad. Todo el mundo lo dice, excepto algunos políticos estadunidenses que temen ser culpados por las malas noticias de la decadencia si la discuten. El hecho es que prácticamente todo el mundo cree hoy en la realidad de esa decadencia. Sin embargo, algo que está menos discutido es cuáles han sido y serán las consecuencias en el mundo de esta decadencia. La decadencia tiene raíces económicas que siguen su curso. Pero la pérdida del cuasi monopolio del poder geopolítico que Estados Unidos ejerció alguna vez tiene consecuencias políticas importantes en todas partes.

Las dictaduras del código de barras

El mundo debe saber que existen voces contrarias a la uniformización de un modelo económico caduco y que sufre su agonía como pez fuera del agua. El mundo no puede seguir siendo incendiado por ideologías que pretenden presentarse como los salvadores de un mundo que se ahoga en sangre inocente y desfallece en los brazos del hambre y la desesperanza.

José Toledo Alcalde / Especial para Con Nuestra América

Desde Lima, Perú

Entre el petróleo, el oro y el opio de Afganistán-Libia y Gene Sharp

En nuestro artículo anterior nos referimos a la internacionalizada “revolución de color”. Asociación cromática que tristemente nos hace recordar al conocido herbicida “agente naranja”, arma química norteamericana usada en los 60’. Este exfoliante químico ocasionó cientos de miles de muertos (Vietnam) que hasta el día de hoy – incluso en la Amazonía del Brasil - sufren las secuelas. La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (en adelante USAID) estaría seriamente involucrada en el financiamiento de estas armas químicas en estrecha relación con el Departamento de Estado y el Pentágono estadounidense.

Estos “movimientos naranjas” son estratégicamente diseñados para ser aplicados en forma global. Consideramos que el elemento ideológico que sistematiza la idea de la lucha noviolenta - desde la perspectiva de la globalización del imperio del Capital – es Gene Sharp (aunque él se esfuerza en agradecer a colaboradores e informantes como: Christopher Kruegler, Robert Helvey, Hazel McFerson y Patricia Parkman). Lo curioso es que su muy sesuda teoría se levanta en favor de sistemas democráticos en contra de dictaduras consolidadas. Estas categorías socio-políticas a los cuales se ha homogeneizado su interpretación y significado desde la perspectiva del Instituto Albert Einstein (en adelante IAE). Vale decir, el significado de Democracia y Dictadura será todo aquello que el señor Sharp propone – cual manual dogmatico – conceptos sacrosantos que deberán ser considerados tal cual, so pena de ser juzgados como enemigos de la Democracia por lo tanto dictadores y dictadoras.

Se olvida Sharp que en el mundo existen otros pareceres al respecto de la democracia y la dictadura como los sostenidos en el conocido Libro Verde GreenBook de Muammar El Gadhafi, compendió doctrinal que sostuvo el Estado libanes conocido como Yamahiriya (ﺟﻤﺎﻫﻴﺮﻳﺔ) termino árabe que significa “Estado de las Masas”. Modelo de democracia directa oficializada en la “Declaración de Sabha” el 2 de marzo de 1977. Este modelo de democracia social – contario al modelo de democracia liberal representativa - fue el que las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (en adelante OTAN) se están encargando de bombardear bajo el beneplácito de las Naciones Unidas (en adelante UN). En este trabajo hablaremos del GreenBook financiero de USAID y no el GreenBook de Gadafi. Lea el artículo completo aquí…

sábado, 20 de agosto de 2011

Sobre el modelo de desarrollo que talvez se acaba y lo que sigue

Para poder pensar con cabeza propia y adelantar procesos de desarrollo de nuevo tipo, es necesario que nuevos actores políticos, con nuevas ideas, nuevas mentalidades, nuevos intereses y nuevos aliados lleguen al poder.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

Vivimos en tiempos de crisis. Es lo único certero a estas alturas, pues nadie se pone de acuerdo si es crisis terminal del capitalismo, crisis cíclica, crisis del capital financiero que se trasvasa hacia la economía real, crisis de los Estados Unidos, crisis del capital financiero desdoblándose en crisis nacionales europeas o todas juntas, al mismo tiempo, crisis de crisis.

Ante la certeza única de que estamos en crisis, bien vale la pena pensar en el modelo de desarrollo que ha llevado a ella, no para caracterizar la crisis, pues caeríamos en el mismo intríngulis anterior, sino para pensar en qué podríamos proponer como alternativa pues, si mal no recuerdo, en eso de las alternativas es en donde estamos más flojos los que abogamos por uno modo de vida distinto al que prevalece en nuestros días.

Ya se sabe, y nosotros lo hemos dicho muchas veces, que en América Latina existen búsquedas interesantes y, en muy buena medida, únicas, de alternativas. Pero, paralelamente, han aparecido en nuestro subcontinente otras propuestas, que no necesariamente están vinculadas a los proyectos gubernamentales, que también tienen cosas que decir. Muy llevada muy traída ha sido en los últimos tiempos la que deriva de una visión de mundo andina prehispánica, que ha trascendido hasta nuestros días, que se denomina el buen vivir. Es posible que por el hecho de que en Bolivia se esté llevando a cabo un proceso político social presidido por un indígena aymara, esta concepción de vida haya saltado a la palestra con tanta fuerza; pero en todo lugar de América Latina en donde hayan poblaciones originarias, hay también formas de vida distintas a las occidentales implantadas en nuestras tierras desde la conquista española. Las poblaciones de origen mayanse, por ejemplo, en el sureste mexicano, Guatemala y Belice, tienen una cosmovisión muy fuerte que en nuestros días empieza a aflorar con fuerza a la vista de todo el mundo.

El problema es si estas formas de vida pueden considerarse, además de diferentes del modo de vida occidental y del modelo de desarrollo capitalista, como alternativas; es decir, si se podrían plantear como posibles de ser adoptadas hoy, por ejemplo, por la nación boliviana o guatemalteca en vez del modelo de desarrollo capitalista subdesarrollado y dependiente que ostentan y adelantan.

Un primer problema que se presenta en este sentido es la poca sistematización que tienen; es decir, son formas de vida con orígenes ancestrales, que importantes segmentos de la población pueden haberla tenido como forma de relacionarse con el mundo circundante pero, por ser patrimonio de los pobres, pocos o nadie en el pasado se preocupó por establecer, a partir de ellas, un modelo.

Otro problema importante es que son poco conocidos por la mayoría de la población de los mismos países de donde proceden, lo cual no es nada extraño pues todo lo que proviene de “los de abajo” siempre ha tenido un carácter marginal en el saber y el conocimiento hegemónico.

Y por último, solo para hacer una rápida enumeración de algunos de los problemas que se presentan, aunque se conocieran serían discriminadas, miradas de menos, echadas en saco roto por una gran parte de la población de esos países quienes, estandarizados bajo los patrones hegemónicos occidentales, consideran esas visiones de mundo como “cosas de indios”.

Hemos tomado el ejemplo de las ideas, concepciones y visiones de mundo de los indígenas de América Latina solo como uno de muchos ejemplos que se podrían traer a colación. Lo cierto es que cada país, cada comunidad nacional tienen sus propias raíces históricas y culturales que pueden servir de sustento para pensar en verdaderas alternativas. Algunas de ellas son antiguas, como la del buen vivir, y otras son más recientes. Pero lo importante es tratar de pensar con cabeza propia poniendo atención en las cosas que hemos sabido hacer bien, potenciándolas con una perspectiva de futuro que ponga por delante valores como la autodeterminación, el bienestar de la mayoría y el desarrollo no depredador.

Claro que esto se dice fácil pero es muy difícil llevarlo a la práctica. Los sectores que han sido hegemónicos en América Latina desde tiempos de la independencia se han preocupado más por su propio bienestar sin importar la suerte de los más, y para ello se especializaron en estar al servicio de intereses foráneos, que siempre fueron grandes y los subordinaron.

Por eso, para poder pensar con cabeza propia y adelantar procesos de desarrollo de nuevo tipo, es necesario que nuevos actores políticos, con nuevas ideas, nuevas mentalidades, nuevos intereses y nuevos aliados lleguen al poder.

Por eso es tan importante que dirigentes como Evo Morales, Hugo Chávez o Rafael Correa hayan llegado al poder del Estado. Sin las fuerzas sociales que ellos representan es difícil echar a andar con pies propios.

No se trata ya de utopías inalcanzables sino de una necesidad en la que, a lo mejor, nos va la propia superviviencia.

América Latina: unidad y emancipación en tiempos de crisis

En estos tiempos de crisis, la unidad y la emancipación, como dijera José Martí de la creación política y cultural en el siglo XIX, son las palabras de pase de esta generación de latinoamericanos del siglo XXI.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Mientras la crisis civilizatoria avanza y se manifiesta con mayor intensidad, sacudiendo los pilares del mundo que hemos conocido durante al menos los últimos 60 años –desde el fin de la Segunda Guerra Mundial-, en América Latina se van perfilando dos tendencias que intentan enrumbar la región por caminos diferentes a los señalados por la hegemonía política, financiera y militar global.

Una de estas tendencias es la que reafirma el curso de unidad e integración que caracteriza el clima político de la región en los últimos años, en particular, desde la llegada al poder de gobiernos progresistas, nacional populares y cada vez menos afectos al ideario del neoliberalismo desintegrador.

Este bloque que podríamos designar, de un modo muy general e ilustrativo, como nuestroamericano, dado el común denominador de sus gobiernos, movimientos y organizaciones populares por construir políticas –no exentas de contradicciones y límites- con una visión propia, pensadas desde nuestras realidades diversas y plurales, y orientadas a satisfacer los intereses de las grandes mayorías, ha logrado emprender con buen paso la batalla cultural por la unión latinoamericana y caribeña (véase el desafío histórico, político y simbólico que supone la creación de la CELAC, un organismo continental sin Canadá y Estados Unidos).

Al mismo tiempo, y contra los pronósticos más pesimistas y las maniobras conspirativas de la derecha criolla y el imperialismo (como sucedió en Honduras, en 2009), este bloque nuestroamericano no solo suma nuevos aliados, sino que está impulsando la recomposición geopolítica y económica de la región: por un lado, el triunfo de Ollanta Humala en Perú podría fracturar definitivamente el bloque del Pacífico (México, Colombia, Chile), incondicional a Washington; y por el otro, la articulación de respuestas concertadas y regionales a la crisis económica mundial, desde el foro de la UNASUR y su recién creado Consejo Suramericano de Economía y Finanzas, si bien no aspira a la creación de un orden poscapitalista, sí representa un avance importante en la vía desmontar el aparato de dominación tendido por los organismos financieros internacional –FMI, Banco Mundial, BID- desde el inicio de la contrarreforma neoliberal conservadora de finales de los años 1970.

Signo inequívoco de la fortaleza política de la idea de la unidad latinoamericana, es el triunfo de la presidente argentina Cristina Fernández en las elecciones primarias del pasado domingo (con un apoyo abrumador del 50,7% de los votos emitidos, 38% más que sus rivales más cercanos), que allana su reelección para las elecciones presidenciales de octubre y apuntala el proceso diverso de integración nuestraamericana (iniciado también por el exmandatario Néstor Kirchner), en el que Argentina, por su dimensión geográfica, económica y estratégica, constituye uno de los pilares junto a Brasil y Venezuela. No en vano, una vez conocidos los resutados, la presidenta recibió felicitaciones y apoyo de sus pares de Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela y Uruguay.

La otra tendencia a la que hacemos referencia es la de la emancipación social, popular y antineoliberal, refrendada ahora por los presagios de colapso del sistema mercadocéntrico y especulativo que rige los destinos de los países industrializados, y que en América Latina fue vanguardia de la neocolonización impulsada desde los años 1990.

En este sentido, resulta muy significativo que la inminente reelección de la presidenta Fernández ocurra justamente 10 años después de la profunda y dolorosa crisis que sacudió a la Argentina en 2001, y que supuso, para todos los efectos, un hito fundamental en lo que, vistos los cambios ocurridos desde entonces, podríamos señalar como la clausura en América Latina, con mayor o menor celeridad, con más o menos dificultades en cada país, del proyecto neoliberal ortodoxo y antinacional.

Tampoco es casual que otro de los “alumnos ejemplares” o “modelos” del neoliberalismo latinoamericano, como es el caso de Chile, muestre grietas y señales inconfundibles de agotamiento: aquí, las protestas de los últimos meses condensan un amplio abanico de demandas y reivindicaciones que explican el cambio de época en América Latina, y que ahora cuestionan, incluso, la gestión de los gobiernos progresistas y nacional-populares surgidos de las movilizaciones y resistencias de los años 1990 y de inicios de la década del 2000 (como el de Evo Morales en Bolivia).

Chile es hoy un nuevo foco de las transformaciones en nuestra América, en donde el viento de la emancipación, y la emergencia de una ciudadanía más activa y beligerante –animada por el brillante ejemplo de los jóvenes-, sigue agitando las banderas de la lucha contra la exclusión de los pueblos indígenas y el colonialismo interno como política de Estado; la defensa del medio ambiente y el reclamo por la soberanía de los recursos naturales; la democratización del sistema político “representativo” y el paso a formas de democracia directa (plebiscito, referéndum); el reclamo de los trabajadores contra las injustas condiciones laborales que impone la economía capitalista; y la justa demanda por el derecho humano a una educación gratuita, universal y de calidad para todos.

No cabe duda: en estos tiempos de crisis, la unidad y la emancipación, como dijera José Martí de la creación política y cultural en el siglo XIX, son las palabras de pase de esta generación de latinoamericanos del siglo XXI.

Pérez Molina y el genocidio en Guatemala

El general Otto Pérez Molina, candidato a la presidencia de Guatemala, manipula la definición de genocidio de la ONU que es universal y jurídicamente aceptada. Este planteamiento implica pretender tapar el sol con un dedo. Y con ello mantener la impunidad de todos aquellos militares que estuvieron implicados en las atrocidades innombrables cometidas en este país.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América

Desde Puebla, México

En un medio electrónico, www.plazapublica.com.gt, he tenido oportunidad de leer recientemente una reveladora entrevista al general Otto Pérez Molina, actualmente el candidato a quien casi todos dan por ganador en las elecciones del 11 de septiembre de este año. La entrevista lleva por título una provocación en la cual caigo: “Quiero que alguien me demuestre que hubo genocidio”.

Dice el general Pérez Molina: “Creo que el tema de violaciones a los derechos humanos hay que investigarlo y seguirlo investigando; aquí no vamos a esconder a nadie. Ahora cuando hablan de genocidio, yo quiero saber quién dijo que en Guatemala hubo genocidio”. A respuesta del entrevistador de que quien hace tal calificativo es la ONU, Pérez Molina contraataca ensayando una definición de genocidio:

“Exterminio de una población por razones de etnia o una religión. Eso no sucedió. Eso no sucedió, de verdad. Aquí lo que sucedió fue porque había gentes que estaban involucradas dentro de las acciones y dentro del campo de batalla. Pero aquí no se fue a decir “todos los kakchiqueles o los kichés o los ixiles van a ser exterminados”. O “usted como es ixil va a ser exterminado”. Eso no pasó. Y se lo puedo demostrar. Yo quisiera que me demuestre, así como yo puedo demostrarle que no sucedió, que nos demuestren por qué dicen que hubo genocidio. Yo personalmente no lo voy a aceptar porque yo sí estuve en el enfrentamiento armado interno. Y jamás hubo una orden en esa dirección y si la hubiera recibido jamás la hubiera cumplido. Que me dijeran que a los ixiles de tal lugar hay que matarlos. No lo hubiera cumplido la mayoría de oficiales”.

Lo que hace el general Pérez Molina es manipular la definición de genocidio de la ONU que es universal y jurídicamente aceptada. Tal manipulación es evidente por que la definición mencionada nos dice que genocidio es toda acción violenta hecha desde el poder destinada a hacer desaparecer a grupos nacionales, étnicos o religiosos. Pérez Molina omite en su definición a “los grupos nacionales” y también omite que el genocidio no solamente implica acciones violentas sino crear condiciones para su desaparición tales como el secuestro de niños de tales grupos nacionales, étnicos y religiosos además de crear condiciones de vida tan inhumanas que tienen como resultado la desaparición total o parcial de tales grupos. Además la manipulación de la definición de la ONU por parte del candidato se hace evidente cuando nos percatamos que Pérez Molina nos dice que en Guatemala no hubo genocidio porque no hubo etnocidio.

Ciertamente el sentido del genocidio en Guatemala no fue el de la limpieza étnica como el que se observó en la moribunda Yugoeslavia en la última década del siglo XX o en esa misma época las monstruosidades que ocurrieron en Ruanda. El sentido del genocidio en Guatemala fue el dictado por la guerra fría: la aniquilación de comunistas reales o inventados. En Guatemala el genocidio fue sobre todo politicidio. Cumplió también con el necesario antecedente en todo genocidio: la creación de “otredades negativas”. Los nazis antes de proceder al genocidio crearon una otredad negativa: el judío. En Guatemala tales otredades negativas fueron el “comunista” y el “indio”. El primero pintado como apátrida y enemigo de la familia, de la propiedad y al servicio de un diabólico poder extranjero. El segundo intengrante de una raza inferior, estúpida, perezosa, hipócrita y traicionera.

Ciertamente el genocidio en Guatemala no tuvo un sentido etnocida. Pero a esto hay que hacer dos precisiones sustanciales. En primer lugar la inmensa mayoría de los asesinados y desaparecidos por los genocidas guatemaltecos fueron personas que pertenecían a las distintas etnias mayas del país. En segundo lugar, además de la paranoia anticomunista, fue necesario un feroz racismo para poder efectuar la matanza de gran escala que implica casi siempre el genocidio.

Con su alegato en la referida entrevista, Pérez Molina revela que su mentalidad es muy parecida a la de los integrantes de AVEMILGUA [Asociación de Veteranos Militares de Guatemala]. Independientemente de que las relaciones del general candidato con dicha agrupación sean buenas o malas, es similar su planteamiento con respecto a la verdad histórica de lo sucedido en la segunda mitad del siglo XX. Este planteamiento implica pretender tapar el sol con un dedo. Y con ello mantener la impunidad de todos aquellos militares que estuvieron implicados en las atrocidades innombrables.

No se necesita mucha inteligencia para saber los motivos de Pérez Molina en su alegato. Lo que resulta preocupante es que esta visión puede llegar a ser política gubernamental a partir de enero de 2012.