sábado, 30 de octubre de 2010

Néstor Kirchner, la tercera etapa del peronismo

Kirchner fue un líder apasionado que se inmoló en el fuego de su propia pasión; frente a una condición física que le imponía reposo, prefirió el fragor de la tribuna política que lo llevó a la muerte. La trascendente repercusión de su extinción y su multitudinario velatorio son el correlato de un mandatario que ingresa por la puerta grande de la historia.
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Roberto Utrero / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde Córdoba, Argentina
El peronismo es el fenómeno político argentino más gravitante desde hace 65 años, más precisamente desde el 17 de octubre de 1945. Desde el primer gobierno de Juan Domingo Perón, su conductor, se destacó por su profunda voluntad de cambio, hecho que ha sido el factor relevante de cada una de las etapas en que el peronismo ha ejercido el gobierno de la República Argentina y, por lo mismo, desbordado generador de amor y odio.
El período que va desde 1945 a 1955, marca un proceso histórico fundamental dentro del país, instaurando el Estado de Bienestar, haciendo posible la industrialización por sustitución de importaciones, una movilización social, tanto en lo espacial como en su ascenso vertical y una clara definición de una América Latina integrada.
La fecha de octubre aludida, que luego va a ser reconocida como el “Día de la Lealtad”, tiene que ver con la participación del entonces, Coronel Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión y sus políticas de inclusión de derechos sociales, impensados para las clases bajas y los asalariados, tradicionalmente explotados y olvidados por los gobiernos anteriores. Una serie de leyes y reivindicaciones a favor de los trabajadores, hacen que los mismos se incorporen como la “columna vertebral” del Movimiento Justicialista.
No bien llegado Perón al cargo suscribe el Estatuto del Peón de Campo, destacando su dignidad de trabajadores en relación de dependencia por primera vez, a un sector que mantenía condiciones cercanas a la servidumbre, justamente en las tareas de la actividad mejor remunerada de la Argentina y por la cual era distinguida en el mundo entero.
El fuerte impulso de la industrialización, requirió mucha mano de obra capacitada, por lo que se multiplicaron las escuelas de artes y oficios y la Universidad Obrera, hoy Tecnológica Nacional, proveyó los ingenieros. Surgieron los polos de desarrollo industrial de Córdoba y del Gran Buenos Aires, cuyos obreros fueron sindicalizados y comenzaron a disfrutar de los beneficios de las obras sociales, manejadas por los mismos gremios.
Todo un nuevo espectro social irrumpió en el país, en donde los morochos del interior llegados a la Capital, comenzaron a ser reconocidos como los “cabecitas negras” o “descamizados” y que hasta el momento habían permanecido sumergidos e invisibles. Ellos serán los que caído el régimen, serán estigmatizados bajo el perverso epíteto de: el aluvión zoológico.
Terminada la Segunda Guerra Mundial y con un contexto internacional adverso, dadas las sospechas de su relación con el nazismo, Perón intentó por todos los medios de hacer efectiva la doctrina de la Tercera Posición, de modo situarse alejado de los dos extremos en que había quedado dividido el mundo: el capitalismo Occidental, encabezado por Estados Unidos y el comunismo soviético de Stalin. Entendía, según sus propias palabras, que América Latina debía integrarse, para que “el año 2000 nos encontrara unidos o dominados”.
El ABC, fue el primer intento de integración regional, que en los años cincuenta pretendió vincular a los gobiernos de Argentina, Brasil y Chile. Bloque pequeño del cono Sur que no pudo prosperar dados los enfrentamientos internos de cada país. Estos hechos cobran tal gravedad, que lo llevan al presidente Getulio Vargas al suicidio en 1954 y a varios golpes al General Perón, hasta su caída en 1955.
Proscripto durante 18 años, el viejo líder a su regreso de España, está enfermo y agotado para poder hacer frente a los enfrentamientos que plantean los años setenta. Su rechazo a la juventud el 1º de mayo de 1974, inaugura uno de los períodos más sangrientos de la historia argentina, dando paso luego de su muerte, al fugaz gobierno de Isabel Perón y su destitución por las Fuerzas Armadas.
Este período violento no tuvo connotaciones políticas transformadoras como para considerarlo como una etapa decisiva, salvo el sacudón económico del “Rodrigazo”, y los militares que vinieron después sumieron al país en la noche más negra, cuyas consecuencias aun ahogan a la sociedad.
Con Carlos Menem, se produce una alianza popular conservadora, que habiendo subido al gobierno con el apoyo de los sectores populares, tras la hiperinflación y la debilidad de Alfonsín, puede hacer efectivo el decálogo del Consenso de Washington.
El ventarrón levantado por la globalización fue el pretexto ideológico para fundamentar las acciones emprendidas, en un mundo que se sacudía por la caída del Muro de Berlín.
Allí, a propios y ajenos nos costaba reconocer a un gobierno justicialista. Su acción transformadora atacó la estructura económica y social, continuando con lo iniciado por la dictadura militar y generando cambios sin precedentes que arrastrarán al país a la crisis del 2001.
Apertura económica, desregulación, privatización de servicios y convertibilidad, son los grandes ejes que desencadenarán desempleo, exclusión y pobreza de millares de integrantes de la clase media y asalariados. Por otra parte, esto concentró el poder de los grupos económicos tanto nacionales como extranjeros, que definieron el rumbo de la economía nacional por fuera de la política.
Pese a las graves consecuencias del modelo liderado por el binomio Menem-Cavallo, tampoco se puede dejar de reconocer en él, un fuerte liderazgo comprometido con una acción transformadora y con una inserción internacional bien definida. Las “relaciones carnales” con Estados Unidos fueron una clara opción, frente al reclamo de la contigüidad subcontinental.
Ha sido ampliamente divulgada la crisis de gobernabilidad del 2001, generada por la huida del gobierno de De la Rua, los cinco presidentes de la emergencia, hasta la asunción de Eduardo Duhalde. El posterior llamado a elecciones, la renuncia de Menem como candidato a la segunda vuelta a favor de Néstor Kirchner, abrieron la puerta a esta tercera etapa del peronismo.
El país estaba en pésimas condiciones, con más de la mitad de la población bajo la línea de pobreza y con la autoestima por el suelo. Había que ponerlo de pie.
Tenía por lo tanto un tremendo desafío, que según un economista analista del modelo kirchnerista, podría sintetizarse en tres objetivos económicos: reindustrialización, generación de empleo y fortalecimiento del mercado interno.[1]
Se tomaron medidas importantes que fortalecieron al Estado y se subordinó la economía a la política. Lentamente se desplazó esa preeminencia adquirida por el mercado en los noventa y comenzó una etapa de crecimiento sostenido que aun perdura.
Crecieron las reservas y posibilitaron saldar compromisos con el Fondo Monetario Internacional, cambiando sustancialmente la situación con los organismos financieros internacionales.
Convengamos que toda interpretación es subjetiva y muchos temas importantes suelen eludirse en la emergencia, pero hay líneas importantes que nos recuerdan un retorno al modelo nacional y popular. Tanto en lo interno, retomando la construcción de la comunidad organizada, como en lo referente al concepto de Patria Grande, extendido a toda América Latina. Volvía nuevamente a reinstalarse un lenguaje que parecía sepultado por el olvido de los años neoliberales.
Cuestiones fundamentales que han tenido continuidad durante estos años de gobierno de su esposa, Cristina Fernández y que han asegurado la construcción de un modelo de sociedad seriamente defendido por los sectores populares.
Más allá de ello, es innegable la acción y liderazgo de Néstor Kirchner en América Latina, antes y después de asumir como Secretario de UNASUR. Teniendo como prueba concreta su acción frente al conflicto entre Colombia y Venezuela, hecho destacado por los presidentes de ambos países. Acá también está de manifiesto esa vocación intrínseca y cara del peronismo de los primeros tiempos.
En lo personal, Kirchner fue un líder apasionado que se inmoló en el fuego de su propia pasión, frente a una condición física que le imponía reposo, prefirió el fragor de la tribuna política que lo llevó a la muerte.
La trascendente repercusión de su extinción y su multitudinario velatorio son el correlato de un mandatario que ingresa por la puerta grande de la historia.
NOTA
[1] FRASCHINA, Juan S., El modelo económico kirchnerista, Buenos Aires, GEENaP/EC, 2010, en Realidad Económica Nº 252, pág. 257.

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