sábado, 8 de mayo de 2010

Socialismo y democracia: apuntes sobre el desafío del siglo XXI

Si no se halla solución viable al problema de las relaciones entre el ser humano y la naturaleza —y especialmente entre el capital y la naturaleza— será imposible plantearnos con rigor la relación de los seres humanos entre sí, e imposible estructurar un socialismo viable, o cualquier modelo de justicia social y equidad en cuya viabilidad podamos confiar.
Aurelio Alonso / LA VENTANA
Conferencia impartida en el acto de investidura como Profesor Invitado de la Universidad Central «Marta Abreu», de Las Villas, Cuba, el 5 de marzo de 2010.
Ante todo deseo agradecer al rector, Dr. José Ramón Saborido, a la vicerrectora, Dra. Miriam Nicado y a la Decana de ciencias sociales, Dra. Mely González Aróstegui, digna representación de esta alta casa de estudios, por el honor de acogerme con toda formalidad en su seno como Profesor Invitado. Y a ustedes todos, profesores y alumnos aquí presentes, por acompañarme en este acto, sencillo y solemne a la vez, tan cargado de estimación académica y simpatía afectiva.
Las ideas que quiero expresar no han sido concebidas en términos de conferencia magistral, sino como las notas para un intercambio de criterios más directo e informal, en el cual me permitiré someterles algunas apreciaciones personales en torno a los conceptos de socialismo y democracia, vistos desde nuestro tiempo y en el horizonte hacia el cual nos orientamos.
Con la mayor frecuencia sucede que la realidad que creemos vivir no se corresponde del todo con la que realmente vivimos. Todos los días recibimos evidencias tranquilizantes y evidencias inquietantes, y lo más difícil suele ser ponderar la magnitud de unas u otras. Así es que el optimista ve el vaso medio lleno mientras el pesimista lo ve medio vacío. El antropólogo Jorge Cela ha observado que para el ama (o el amo) de casa, la crisis económica es algo que tiene lugar entre la puerta de su cocina y la bodega, y los indicadores de la macroeconomía, como el producto interno bruto, la balanza de pagos, las tasas de inflación, y otros, le dicen muy poco o nada. Y de modo similar, el visitante que ve más automóviles que los que vio en su visita anterior, comenta, sin mucho rigor, que «la cosa se ve que está mejorando», como si esto fuera un indicador de progreso.
Pero la «cosa» es siempre más compleja. Durante varias décadas vivimos convencidos de que, junto a la Unión Soviética, navegábamos seguros en el socialismo, al margen de desacuerdos, errores, defectos, o despropósitos que pudiéramos identificar. Lo cierto es que la complejidad y la naturaleza contradictoria de los escenarios que dan contexto a nuestra existencia no son, en modo alguno, ficticias. Y que atraparlos en el conocimiento resulta un ejercicio difícil y forzosamente incompleto. Con esta generalización sobre los escenarios me atrevo a aludir al sistema-mundo, aunque puede ser igualmente aplicada al plano nacional.
La humanidad se halla hoy entrampada en el momento más difícil y decisivo de su historia. Lo afirmo al pensar en una crisis financiera mundial que se afronta con la clara ausencia de interés en resolverla: de resolverla para el mundo, quiero decir, y no para la especulación financiera que la ha creado. Hace pocos días el economista argentino Claudio Katz afirmaba en el coloquio sobre globalización celebrado en La Habana, que el neoliberalismo había entrado en crisis estructural, en tanto la crisis del capitalismo era histórica. Esta distinción sintetiza la encrucijada de las relaciones económicas actuales dentro de la cual está muy lejos de vislumbrarse una racionalidad que amortigüe los efectos sociales de la acumulación de capital: las fuerzas del capital no pueden concebir salida al margen de su estricta dominación, que no repara en otro indicador de eficiencia que no parta de la ganancia.
Enfrentarse a las fuerzas del capital implica, invariablemente, volver a asumir la utopía, el ideal, el paradigma socialista, que parecía improbable en la última década del siglo pasado, pero que el comienzo del presente vuelve a ponerse en juego. Fue de Inmanuel Wallerstein de quien escuché con más firmeza desde el principio de los noventa que la época del verdadero auge del marxismo estaba por venir y no había sido el siglo XX, cuando tantos pensaban en su bancarrota.
En sintonía con esta previsión las circunstancias han dado lugar a que cobre sentido la polémica expresión que distingue un «socialismo del siglo XXI», la cual ha cobrado forma desde la América Latina, devenida escenario de resistencia y creatividad en esta dirección. Se significa con ello que no se asume el fracaso del experimento socialista del siglo XX como el fracaso del socialismo. Ahora «la tarea principal —afirma el sociólogo belga F. Houtart— es comprobar la superioridad moral del socialismo sobre el océano neoliberal global, lo que implica tanto la participación popular como el éxito económico». LEER MÁS...

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