sábado, 5 de diciembre de 2009

¿Anti-americanista, panamericanista, anti-imperialista, anti-norteamericanista?

El hecho de que un diplomático se ponga en la postura de pedirle cuentas a un partido que está en el gobierno de un país sobre sus posturas políticas podría parecer bastante rayano en el imperialismo.
Luis Alvarenga / Revista ContraPunto (El Salvador)
(Fotografía: Robert Blau, encargado de negocios de EE.UU. en El Salvador)
“¿Ustedes son o no antiamericanistas?”
Las palabras anteriores provienen del encargado de negocios de la embajada estadounidense en El Salvador, Robert Blau y fueron dirigidas al vicepresidente Salvador Sánchez Cerén, con relación a declaraciones de este último, quien se refirió, al menos en un par de ocasiones, a la política imperialista de los Estados Unidos.
Ello hace necesario aclarar algunos conceptos y sus implicaciones políticas en el contexto salvadoreño. ¿Por qué se debería concluir que la crítica al imperialismo implica una hostilidad hacia los Estados Unidos, que es lo que significaría el término ‘antiamericanista’?
Precisemos en primer lugar esto de ‘antiamericanista’. Un ‘americanista’ no es un amigo de los Estados Unidos, sino una “persona que estudia la lengua y culturas de América”, según el diccionario de la Real Academia Española. Esta persona estudia la cultura del continente llamado América.
Probablemente, el término utilizado por el diplomático esté más cerca con el de “panamericanista”. El panamericanismo surge en el contexto de la llamada Doctrina Monroe, que pretendería una colaboración de los países del continente con los intereses geopolíticos norteamericanos. El enunciado de la citada doctrina es elocuente: “América (el continente) para los americanos (los intereses de EE.UU.)”
Otra cosa distinta es el antiimperialismo. El imperialismo es una etapa avanzada de la expansión del capitalismo hegemónico. No se trata de un colonialismo, pues en éste la intervención a todo nivel de la metrópolis en los países dominados es evidente. El imperialismo es un tipo de dominación global mucho más sutil. Su dominio se basa en la hegemonía (el poder de influencia política, económica, cultural y social) que sobre la dominación ejercida directamente por las fuerzas coloniales. No excluye, por supuesto, el ejercicio de la violencia y de la intervención militar de la potencia imperial. Para Lenin, el imperialismo era la fase terminal del capitalismo.
La emancipación de los países dominados pasaría, pues, por una lucha antiimperialista, esto es, contra las políticas imperialistas de determinados países. El poder imperialista experimentado en América Latina es el poder de los Estados Unidos.
Ahora bien: una cosa es criticar las políticas imperialistas y otra, que no tiene nada que ver, es el antinorteamericanismo, entendido como el prejuicio y el odio contra el pueblo estadounidense. Esta postura resulta absurda como cualquier muestra de xenofobia. Es el producto de una gran ignorancia ser incapaz de diferenciar entre las políticas de los gobiernos y el pueblo norteamericano.
En Estados Unidos —y esto último va para algunos en la “orilla izquierda”— hay una tradición importante de luchas sociales. El feminismo, la lucha contra el racismo, la lucha, incluso, por los derechos laborales, le deben mucho al pueblo estadounidense. La lucha por la paz en El Salvador tuvo también en ese pueblo a uno de sus aliados más generosos. Algunas de estas personas ofrendaron su vida por este pueblo: las religiosas Kate Donovan, Dorothy Kazel, Ita Ford y Maura Clarke, por ejemplo.
Antiestadounidense no es lo mismo que antiimperialista. La lucha por unas relaciones internacionales más justas no puede asimilarse a los prejuicios ni a la xenofobia. Con todo, el hecho de que un diplomático se ponga en la postura de pedirle cuentas a un partido que está en el gobierno de un país sobre sus posturas políticas podría parecer bastante rayano en el imperialismo.

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