sábado, 26 de septiembre de 2009

Girando en torno a Honduras

Un salto gigante hacia delante es el que ha dado el pueblo hondureño en su conciencia, en su organización, en su enjundia y vocación de lucha. Creció como no lo había hecho nunca antes, sacó fuerzas de flaqueza, puso buena cara ante la adversidad y se echó a las calles.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
La era que, al decir de Silvio Rodríguez, “está pariendo un corazón” en América Latina, gira en estos días en torno a Honduras. Paisito chico, pobre, marginal entre los marginales, plataforma para las canalladas norteamericanas en Centroamérica, de pronto surge y se posiciona en primera fila.
No es para menos porque, sin querer queriendo, lo que en ella pasa cataliza tendencias que se manifiestan en todo el continente, saca a la luz lo que estaba oculto, obliga a deslindarse y a tomar partido.
Ahora es Honduras, pero antes fueron Nicaragua, El Salvador, Guatemala. Tierra de patrias pequeñas, pobres, dejadas de lado y muchas veces motejadas despectivamente en donde, sin embargo, varias veces América Latina ha visto jugarse mucho de su porvenir político. Cintura volcánica que surge y se hunde cíclicamente, como una isla fantasma en el mar, dejando tras de sí una estela de sangre y dolor: en los 50, Guatemala, siendo violada por los Foster Dulles y los Castillo Armas; en los 80 Nicaragua, entregando a la máquina de la guerra a sus más queridos hijos, a los más jóvenes, a los que debían transitar las anchas alamedas; El Salvador, atrincherado en el cerro Guazapa, en los valles de San Vicente, cerca de la frontera con Honduras, cercando San Salvador, viendo mancharse de rojo el césped de la casa de los jesuitas.
Tierra indomable Centroamérica, tan lejos de Dios, como México, y tan cerca de los Estados Unidos. Tan lejos también, a veces, de los proyectos que aglutinan protectoramente a los pueblos latinoamericanos que son de más al Sur, los suramericanos, que los ven frecuentemente sobre el hombro y no los toman en cuenta con la premura que debían hacerlo.
Hoy es Honduras el vórtice de los acontecimientos y todos siguen los pasos y los gestos del presidente en la embajada, los ríos de gente que bajan por las calles quebradas de Tegucigalpa, las persecuciones en los barrios de los pobres. En ella se echan una pulseada las fuerzas más fuertes que pugnan por prevalecer en nuestros días, las que van para adelante y las que quieren mantener las cosas quietas porque les convienen así como están, ordenadas según sus mezquinos intereses.
Pero no hay marcha atrás, le pese a quien le pese, porque aunque Zelaya no volviera a la presidencia nunca, aunque los Michelettis se entronizaran per secula seculorum, un salto gigante hacia delante es el que ha dado el pueblo hondureño en su conciencia, en su organización, en su enjundia y vocación de lucha. Creció como no lo había hecho nunca antes, sacó fuerzas de flaqueza, puso buena cara ante la adversidad y se echó a las calles.
Todo esto es signo de los tiempos porque, ¿podría haber pasado algo así hace solo diez años, ya no digamos quince o veinte? Seguramente no. Pero ahora saben que no están solos, que forman parte de un torrente que va más allá de ellos, que entroncan en una tradición que se está expresando de forma igualmente vehemente en muchos otros rincones de América Latina; y que en todas partes cuesta hacerse oír, que en todas partes son vilipendiados, que en todas partes los otros, como les pasa a ellos, mienten descaradamente.
Ahora saben, con más certeza que antes, que no están solos, que lo que ellos hacen, dicen y sufren lo oyen y comparten millones a través de canales de televisión amigos, de radios aliadas, de diarios y revistas hermanos, de redes telemáticas alertas.
Son otros tiempos: ya no es posible ocultar la infamia con la pericia de antes, es más fácil sentirse respaldado, ser parte de algo que se construye en territorios más amplios que el estrecho horizonte de las fronteras en las que se vive.
Eso nos muestra Honduras.

Centroamérica: terror y resistencia popular

A pesar de que la cultura del terror y la influencia del imperialismo aun gravitan con fuerza en la memoria colectiva y en la geopolítica centroamericana, en los últimos años también asistimos a un despertar de los pueblos, de sus luchas y formas de organización, estimuladas por los procesos revolucionarios y de cambio político-cultural en nuestra América. Hoy, la resistencia del pueblo hondureño va abriendo nuevos caminos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El mismo día que el presidente Manuel Zelaya sorprendió al mundo con su ingreso a Tegucigalpa, echando por tierra los cálculos políticos de impunidad de los golpistas dirigidos por Roberto Micheletti, el General Romeo Vázquez y sus aliados en el Departamento de Estado y el Comando Sur de los Estados Unidos, el diario La Jornada de México publicó una entrevista a Noam Chomsky (“América Latina es el lugar más estimulante del mundo”, 21-09-2009), en la que el intelectual estadounidense aseguró que “Centroamérica está traumatizada por el terror reaganiano. No es mucho lo que sucede allí. Estados Unidos sigue tolerando el golpe militar en Honduras, aunque es significativo que no lo pueda apoyar abiertamente”.
Chomsky acierta en cuanto le asigna al terror un lugar fundamental en el análisis y la comprensión de la realidad centroamericana. La carga de los soldados y policías hondureños contra hombres y mujeres armados únicamente con su dignidad, demuestra el grado de enajenación de ese aparato ideológico-militar. Entrenados según los principios de la doctrina de seguridad nacional, los militares hondureños ven en sus compatriotas al temible enemigo interno y a los fantasmas del comunismo internacional. En consecuencia, están dispuestos a matar y reprimir sin escrúpulos.
Ahora bien, se trata de una política del terror que antecede a la guerra sucia promovida por el expresidente Reagan y los halcones del Pentágono durante la década de 1980, en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Sus raíces se hunden en los orígenes mismos del Estado en Centroamérica, hacia mediados del siglo XIX, cuando desde la oligarquía se gestó una cultura de la violencia y un ejercicio arbitrario del poder que pervive en nuestros días, como obstáculo inmenso para la construcción de auténticas democracias.
Allí donde el Estado oligárquico, rendido a los intereses del monopolio y el capital extranjero, no logró subordinar a los sectores campesinos, indígenas y populares a su hegemonía, se impuso el orden a través del terror físico, sicológico y político.
Para comprobarlo, bastaría con repasar la historia de la represión en Centroamérica como forma de dominación y control social ejercido por la oligarquía y el imperialismo, con casos tan representativos como el genocidio de 30.000 campesinos, indígenas y obreros en El Salvador, en 1932; la explotación de los trabajadores bananeros en la costa Atlántica de Honduras, Nicaragua y Costa Rica; la usurpación de tierras indígenas y campesinas por parte de los latifundistas; o el etnocidio y las desapariciones (estimadas en más de 40.000 personas) practicados como política de Estado en Guatemala, durante la guerra de tierra arrasada y contrainsurgencia de finales de la década de 1970 y principios de la de 1980.
Cultura del terror y abuso del poder forman un binomio clave en el desarrollo fragmentado, desigual y excluyente de los países centroamericanos.
Donde discrepamos del argumento de Chomsky es en su afirmación de que aquí, en nuestras sufridas tierras, “no es mucho lo que sucede”. A pesar de que la cultura del terror y la influencia del imperialismo aun gravitan con fuerza en la memoria colectiva y en la geopolítica centroamericana, en los últimos años también asistimos a un despertar de los pueblos, de sus luchas y formas de organización, estimuladas por los procesos revolucionarios y de cambio político-cultural en nuestra América.
Desde el año 2000, las movilizaciones populares contra el ALCA, el Plan Puebla Panamá y el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica y EE.UU, se fortalecieron en toda la región. Asimismo, el reciente triunfo electoral del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, en El Salvador, evidencia un cambio importante en la correlación de fuerzas políticas y sociales, que alcanza también a Guatemala y Nicaragua.
Hoy, la resistencia del pueblo hondureño va abriendo nuevos caminos. Su lucha diaria, durante tres meses, contra la represión militar, así como la progresiva radicalización del liberal Manuel Zelaya y su acercamiento a los movimientos populares, campesinos e intelectuales, constituyen un proceso pedagógico y ejemplar, liberador y sumamente estimulante para la unidad de los pueblos centroamericanos.
Precisamente, el decidido apoyo a la democracia en Honduras, al Frente Nacional de Resistencia y al presidente Zelaya, por parte de los gobiernos y organizaciones sociales de Nicaragua, El Salvador, Guatemala y de Costa Rica –más allá del ambiguo papel desempeñado por el presidente Oscar Arias-, constituyen una señal alentadora en una región educada para el aislamiento y la mutua desconfianza.
En una de sus últimas reflexiones, publicada el 24 de setiembre, Fidel Castro explicó que “hemos visto surgir una nueva conciencia en el pueblo hondureño. Toda una legión de luchadores sociales se ha curtido en esa batalla. Zelaya cumplió su promesa de regresar. Tiene derecho a que se le restablezca en el Gobierno y presidir las elecciones. De los combativos movimientos sociales están destacándose nuevos y admirables cuadros, capaces de conducir a ese pueblo por los difíciles caminos que les espera a los pueblos de Nuestra América. Allí se engendra una Revolución”.
Los pueblos asumen el protagonismo de su destino. Hay triunfos y derrotas, pero el terror oligárquico e imperialista va quedando atrás, aunque los golpistas hondureños insistan en volver al pasado.
Definitivamente, algo empieza a ocurrir en Centroamérica.

La hora de Honduras

Honduras se ha convertido de pronto en clave definitoria para la defensa de la voluntad política que los pueblos de nuestra América han convertido en transformación práctica y experimento social. Los oprimidos de la sociedad hondureña han demostrado comprenderlo y no estar dispuestos a plegarse a la usurpación.
Aurelio Alonso / LA VENTANA
Avanzar hasta el final: esa es ahora, para las víctimas de la usurpación, la prueba decisiva. Zelaya logró regresar al fin a Tegucigalpa y mantenerse en su suelo, momentáneamente al amparo de la inmunidad del asilo diplomático, y del respaldo decidido de su pueblo, cuya movilización por sacudirse el desatino golpista no ha cejado en ochenta y siete días, y se congrega ahora ante la embajada. Los días que vienen serán días decisivos. El paso para que Mel junte su tiempo al tiempo de la historia se ha puesto a la vista.
Ya no hay cabida para retrocesos: el más mínimo signo de inseguridad podría tirar ahora por la borda el sacrificio del pueblo hondureño. A la comunidad internacional le toca solamente respaldar en voz alta y sin descanso los caminos que allanen la realización de la voluntad popular, en los foros internacionales y en las plazas públicas; le toca mostrar que el repudio a los golpistas no ha perdido vigor, y que no hay perdón para la escualidez entreguista.
La administración Obama se juega su credibilidad ante la América Latina con este test definitorio que reclama, de su parte, la retirada total e incondicional de cualquier gesto de reconocimiento o apoyo a los golpistas. En el plano político, en el militar y en el económico, lo que implica también en el diplomático, por ser el rostro de todo lo demás. No lo hizo con claridad y coherencia desde el comienzo, y prefirió concentrar su influencia en promover una negociación que siempre se mostró inviable.
La esperanza de Washington en la propuesta de San José ha perdido sentido, si es que alguna vez lo tuvo, al ser sistemáticamente desestimada por los golpistas, y ganar fuerza las demandas del pueblo, que incluyen la restitución incondicional del presidente, y la prórroga de las elecciones presidenciales por el tiempo que haya durado el despojo golpista. Y ahora todavía más, la convocatoria de una Asamblea Constituyente. La votación por la cuarta urna se está dando en las calles de las ciudades del país.
En cualquier caso, no hay que confiar ya en los resultados de la buena fe del presidente Obama para actuar con cordura de cara a la crisis hondureña, después de conocerse del acuerdo de las siete nuevas bases militares de los Estados Unidos en Colombia. Habrá que pensar con dolor en prepararse incluso para la masacre, si los usurpadores persisten, porque el presidente de Honduras, el único legítimo, no está en la embajada de Brasil para perpetuar su asilo, sino para franquear la puerta que le separa del pueblo y de la nación, y volver a gobernar como le corresponde.
Quizás por vez primera esté viviendo nuestra América el espectáculo de un presidente depuesto que no se asila para escaparse del peligro de las armas golpistas, sino que retorna a poner su vida en juego por el mandato que su pueblo le confirió.
La crisis hondureña no resultó el paseo que oligarcas y militares desleales a la Constitución habían previsto. Expulsar al presidente no proporcionó está vez una coartada de legitimación. Honduras se ha convertido de pronto en clave definitoria para la defensa de la voluntad política que los pueblos de nuestra América han convertido en transformación práctica y experimento social. Los oprimidos de la sociedad hondureña han demostrado comprenderlo y no estar dispuestos a plegarse a la usurpación.
La actuación de los organismos internacionales no puede demorar más. Las fuerzas militares se declaran dispuestas a todo, y todo es matar, y matar en masa y no de uno en fondo. Como suele suceder en estos casos, los usurpadores han terminado por creerse legitimados por la fuerza. En el fondo el apoyo tácito envuelto en las inconsistencias mostradas desde Washington y la pantomima de Oscar Arias les han ayudado a ello.
No obstante, la masacre puede aun impedirse, aunque está claro que no podría ser a costa de reconocimiento de tipo alguno a los usurpadores. En realidad, nada habría que negociar con ellos y el pueblo hondureño lo sabe. Ni en modo alguno se justificaría dejar la apariencia de que les toca poner las reglas de la solución. Son ellos quienes tendrían que someterse al rigor de la justicia, y de ningún modo el presidente legítimo, como pretenden. Ellos los que deberán estar sujetos a gestos de clemencia…, si en definitiva se los ganan.
22 de septiembre de 2009

La batalla que viene

La eventual reinstalación de Zelaya inicia una lucha mucho más larga y difícil para la que no se puede contar con el concurso de muchos sectores que se han visto forzados a apoyar, aunque sea retóricamente, la reinstauración del orden constitucional. Es la batalla por lograr la convocatoria a una Asamblea Constituyente, algo que contará con una feroz oposición de la oligarquía hondureña, sus pares centroamericanos y, por supuesto, influyentes sectores en Estados Unidos.
Ángel Guerra Cabrera / LA JORNADA
Los gorilas hondureños han sido colocados en un callejón sin salida por la inesperada llegada a Tegucigalpa del presidente constitucional Manuel Zelaya, quien honrando su palabra ha regresado al país luego de una accidentada travesía desde la frontera en que debió burlar el férreo dispositivo de control del régimen de facto. El momento fue muy bien escogido pues su retorno desplaza cualquier otro asunto de la agenda política nacional y por consiguiente descarrila la farsa electoral con la que los gorilas y sus aliados internacionales pretendían distraer la atención pública e incluso tratar en su momento de presentar sus resultados como el fin del régimen de facto y el regreso al orden constitucional. De la misma manera, al coincidir el regreso de Zelaya con el inicio del periodo anual de sesiones en la Asamblea General de la ONU gana una enorme presencia en el debate, donde ya el presidente de Brasil Luis Inacio Lula da Silva ha hecho un fuerte llamado al inmediato restablecimiento de Zelaya y advertido que si no existe voluntad política vamos a presenciar otros golpes como el que depuso al presidente de Honduras. En suma, es un contexto muy favorable para cerrar el cerco a los gorilas y reforzar la solidaridad con Honduras.
Zelaya, recibido con todos los atributos de su investidura en la embajada de Brasil en Tegucigalpa, desde allí inició de inmediato las coordinaciones con las fuerzas populares y al parecer un intento de negociación con sectores del ejército. La brutal represión desatada por el régimen de facto en todo el territorio y, en particular, contra los partidarios de Zelaya aglomerados alrededor de la sede diplomática brasileña, demuestra su desesperación aunque también el peligro de que al saberse perdidos hagan correr la sangre aprovechando la fuerza efímera de las armas que conservan. Pero pase lo que pase la dictadura no podrá sobrevivir mucho tiempo y la razón principal es la heroica, ascendente y masiva lucha del Frente Nacional de Resistencia contra el Golpe de Estado, unida al aislamiento y desprestigio internacional de los gorilas que se han convertido en un grave problema incluso para el gobierno de Obama y sus promesas incumplidas de edificar una nueva relación con América Latina.
De modo que si fructificara una acción combinada, como parece propiciar Lula, de América Latina, Europa y la Casa Blanca de Obama para acabar con el golpe podría ahorrar muchos sufrimientos al pueblo de Honduras y sentar un precedente muy positivo de cooperación internacional. Por lo pronto la resistencia, muy estimulada por la presencia de Zelaya, redobla sus esfuerzos y ha respondido a la represión concentrándose en los barrios para reorganizarse y concebir las nuevas formas de desobediencia y protesta pacífica, algo en lo que ha mostrado en cada coyuntura una creatividad y audacia que sorprende a sus propios líderes.
Este es, por tanto, el momento propicio para que los mandos medios del ejército y la policía que conserven patriotismo o, cuando menos, sentido institucional, se alcen contra el alto mando y pongan fin al régimen gorila, restañando algo de la deteriorada imagen de los cuerpos armados.
Tengamos claro un hecho. La reinstalación de Manuel Zelaya en la presidencia no podría verse más que como una gran victoria del pueblo hondureño. Pero ojo, sobran fuerzas reaccionarias en Estados Unidos y en América Latina –no se diga en Honduras- para tratar de restar sustancia al hecho y borrar la página al día siguiente de que aquel entregara su mandato. Llegado el caso, la resistencia deberá analizar en qué condiciones se daría aquella reinstalación y si va a aceptar la continuación del actual proceso electoral con candidatos golpistas, como son los cuatro actualmente en contienda, o se va a convocar a un nuevo proceso sobre bases más democráticas una vez que Zelaya sea restituido.
En todo caso, tras la eventual reinstalación de Zelaya inicia una lucha mucho más larga y difícil para la que no se puede contar con el concurso de muchos sectores que se han visto forzados a apoyar, aunque sea retóricamente, la reinstauración del orden constitucional. Es la batalla por lograr la convocatoria a una Asamblea Constituyente, algo que contará con una feroz oposición de la oligarquía hondureña, sus pares centroamericanos y, por supuesto, influyentes sectores en Estados Unidos que también se resistirán a una salida plebeya de esa envergadura.

Informe de la Misión No Violenta "Francisco Morazán"

Nosotros no fuimos a Honduras buscando muertos, pero ellos llegaron de la mano de Jonathan Osorio. No fuimos buscando torturados y desparecidos, pero también nos salieron al encuentro en la figura de una mujer, Alba Ochoa, quien nos recibió con una sonrisa y nos dijo: Bienvenidos compañeros. No buscábamos el terror, pero él nos encontró en uniforme pinto, fusiles M-16 y tanques. Y encontramos la esperanza, la valentía, la fuerza, en un pueblo que construye su propio destino en una maravillosa lección de humanidad.
Xiomara Esquivel / AUNA-Costa Rica
La Misión no Violenta “Francisco Morazán” se conformó bajo la cobertura del Centro de Amigos Cuáqueros para la Paz, con representación de diversas organizaciones de la sociedad civil costarricenses y mundiales: Liga Internacional De Mujeres Pro Paz Y Libertad Sección Costa Rica (LIMPAL); Asociación Costarricense de Derechos Humanos, Centro de Amigos para la Paz; Movimiento hondureño de la Resistencia en Costa Rica; Red de Cultura; Movimiento Cuáquero Mundial; Veteranos para la Paz y Brigadas de Paz.
Se conformó la Misión de Observancia y Monitoreo de los Derechos Humanos en Honduras y dado que, ya existían informes previos de comisiones investigadoras, nos dividimos áreas de acción para el respectivo monitoreo, recopilación de información y de denuncias si éstas se presentaban. Así, los temas con los que cada integrante iba a enfocar el trabajo, fueron distribuidos de la siguiente manera: Indígena, iglesias y sectas, Francisco Cordero, jefe de la Misión; cultura, juventud, medios de comunicación social, mujeres, Xiomara Esquivel; calidad de vida, Sandra Ribas; violaciones de género, abogados y justicia, Olga Carrillo; sindicatos, Alberto Vega; contactos y seguimiento de la agenda con las organizaciones, Darío Núñez; consolidación del centro permanente de derechos humanos en Honduras, Patrick Tate, Bill Read y Valerie Liveoak.
La misión trabajó desde el 2 al 14 de Septiembre y los sitios abarcados fueron: Tegucigalpa, Siuantepeque, Santa Bárbara, San Pedro de Sula. Se movió bajo los siguientes objetivos de acción:
1.- Registrar en lo posible con video y apuntes, nombres y circunstancias de cada una de las experiencias. (Bitácora)
2.- Apoyar y coordinar acciones futuras, desde la perspectiva independiente que se señala en los planes y programas del Centro de Amigos, con la red de las organizaciones de derechos humanos centroamericanas e internacionales afines, (Cuáqueros y de otras denominaciones religiosas, Brigadas Internacionales de Paz, Fuerzas no violentas de paz, etc.) a partir de los requerimientos, necesidades y prioridades del pueblo de Honduras, representado en el Frente Nacional de Resistencia al Golpe, los órganos de defensa de los derechos humanos, las centrales sindicales, las organizaciones populares de diversas ideologías, los partidos políticos y todo tipo de organizaciones comunales y género inclusivas.
3.- Identificar y evaluar posibilidades y recursos disponibles que permitan diseñar un centro permanente y auto sostenible para ofrecer cursos de promoción y defensa de los derechos humanos, regentado por estructuras hondureñas afines, para la multiplicación de los promotores en una red multiétnica y popular inclusiva, en concordancia con lo expuesto en los informes de las misiones anteriores de observación y defensa de Derechos Humanos.
4.- Coordinar con las instituciones que sea necesarias, ya sean, nacionales, internacionales o no gubernamentales afines, para agilizar el sistema de denuncia permanente de las violaciones, para su debida atención por los organismos de su defensa, en acciones de respuesta inmediata.
El presente informe corresponde a las áreas en las que tuve directa responsabilidad, y comprende a la observancia desplegada en diversas Asambleas Nacionales de Mujeres, Artistas, Juventud, Frente Nacional de Resistencia y multitud de testimonios con la solicitud final ayuda para romper el cerco mediático desplegado por el régimen de facto: “Hablen por nosotros, el fascismo nos quiere silenciar”. Compromiso aceptado de manera que este informe no es frío y distanciante sino el de una persona con un profundo compromiso por la paz y la justicia de los pueblos de nuestra América y del mundo. Leer el informe completo

La firmeza de Lula

Brasil se radicaliza. Prueba de ello es el apoyo, que no supo dar Obama, a Manuel Zelaya. Si el Comando Sur se posiciona en la Amazonía, zona históricamente estratégica para Brasil y sus Fuerzas Armadas, pues, quizás llegó el momento de que Brasil le haga cosquillas al tradicional patio trasero de la Casa Blanca: América Central, y Honduras en particular.
Guillaume Long / El Telégrafo (Ecuador)
Siempre he insistido en que la subhegemonía brasileña es peligrosa. El comportamiento de las multinacionales brasileñas no siempre es muy distinto del de sus pares del norte e Itamaraty ha tendido, en ocasiones, a defender a dudosos capitalistas criollos. También es preocupante esta visión de ascenso al club de los poderosos. Brasil puede argumentar que los países emergentes del BRIC han permitido que el G8 se amplíe al G20, y que su posible asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU vuelva más democrático a un consejo todavía anclado en el orden mundial de 1945. Pero a la final, si el Consejo de Seguridad pasa de 5 a 10 o 20 miembros permanentes, no dejará de ser un órgano que impida la soberanía parlamentaria de una Asamblea General hasta ahora sin votación vinculante.
Por otro lado, también se debe reconocer que en estos últimos días, Brasil ha dado pasos muy importantes hacia un mayor compromiso con “el sur”. Lula acaba de hacer declaraciones muy fuertes sobre la culpabilidad de los países “del norte” en la crisis actual, destacando lo paradójico que fueron los cuantiosos recursos gastados para mantener a flote a la economía global por parte de Estados que nunca tuvieron que haber abandonado su papel regulador. Brasil ha vuelto, además, a comprometerse con su vecindario inmediato. Sin duda, jugó un papel importante el torpe acuerdo militar entre EE.UU. y Colombia, verdadera provocación al Palacio del Planalto. Además, la intransigencia del Gobierno colombiano en la reciente cumbre de cancilleres y ministros de Defensa en Quito, una vez apagadas las cámaras, marcó un alejamiento importante entre Brasil y Colombia, y ahondó las crecientes discrepancias entre Brasil y EE.UU.
Lula, como muchos, esperaba de Obama cambios más sustanciales. Pero el tema de los subsidios agrarios, del embargo a Cuba, así como el acuerdo de las 7 bases y el regreso de la IV flota a aguas latinoamericanas, demuestran poco compromiso por parte de la Casa Blanca con el cambio prometido.
Brasil, entonces, se radicaliza. Prueba de ello es el apoyo, que no supo dar Obama, a Manuel Zelaya. Si el Comando Sur se posiciona en la Amazonía, zona históricamente estratégica para Brasil y sus Fuerzas Armadas, pues, quizás llegó el momento de que Brasil le haga cosquillas al tradicional patio trasero de la Casa Blanca: América Central, y Honduras en particular.
Para Ecuador, la creciente firmeza de Brasil es buena noticia. Resulta claro que Ecuador no puede poner todos sus huevos en la canasta brasileña, una potencia emergente que, a la final, aspira a jugar un papel de liderazgo en un sistema internacional poco democrático. De allí la necesidad de articular una doble estrategia. Por un lado, desde su membresía al ALBA, Ecuador debe promover un cambio radical en la arquitectura financiera, legal e institucional internacional, a largo plazo. Por otro lado, desde la presidencia pro-témpore de la UNASUR, Ecuador debe contribuir a la resistencia puntual, en la cual Brasil juega un rol importante, al Monroísmo de los EE.UU. Es de celebrar en este sentido la creciente cercanía entre Quito y Brasilia, síntoma de que las dos estrategias no tienen por qué ser incompatibles.

Nuestra América: la historia ambiental en el debate sobre la sostenibilidad del desarrollo

Hoy empezamos a entender que el desarrollo sostenible no es el crecimiento económico con preocupaciones ambientales, sino el camino hacia la creación de sociedades nuevas, capaces de ejercer en sus relaciones con la naturaleza la armonía que caracterice a las relaciones de sus integrantes entre sí, y con el resto de sus semejantes.

Guillermo Castro Herrera / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Para Carlos Galano, al Sur
I. Desarrollo
Todavía es frecuente encontrar quien piensa, del modo más sincero, que el desarrollo sostenible es aquel que combina el crecimiento económico con la protección de la naturaleza, por contraste con el dominante, que despilfarra recursos, contamina el entorno y depende de la desigualdad social para disminuir sus costos e incrementar sus ganancias. Hay algo de verdad en eso, sin duda, pero no está allí toda la verdad.
Y es que, en efecto, el mayor de los desafíos que encara el desarrollo sostenible sigue siendo de orden conceptual. En este terreno, las Humanidades nos ayudan a entender mejor este desafío a partir de la comprensión del papel a menudo insospechado que desempeñan las metáforas en la formación y las transformaciones de la cultura, entendida como una concepción del mundo dotada de una ética acorde a su estructura. Aquí, decía Antonio Gramsci, ocurre que:
Cuando de una concepción se pasa a otra, el lenguaje precedente permanece, pero se usa metafóricamente. Todo el lenguaje se ha convertido en una metáfora y la historia de la semántica es también un aspecto de la historia de la cultura: el lenguaje es una cosa viva y al mismo tiempo un museo de fósiles de una vida pasada.[1]
La metáfora, en efecto, posee la capacidad de combinar simultáneamente múltiples significados no excluyentes entre sí, para aludir a aquellos factores de incertidumbre que nutren las situaciones de malestar en la cultura, y facilitar así el paso de la intuición a la certeza, y de ésta a la acción humana. En esta tarea, la metáfora apela a menudo a intercambios de muy diverso orden entre campos distintos de la cultura y el conocimiento.
Así, la comprensión básica de nuestras relaciones con el mundo natural se facilita al tomar en préstamo una relación sociocultural para aludir a la naturaleza como una madre generosa que trabaja para sostener a sus hijos, pero que puede también someterlos a duro castigo si abusan de ella. Y, a la inversa, la noción de desarrollo – heredera de las de civilización y progreso, y de los fósiles correspondientes a la vida pasada de la que surgieron - opera a partir de una apropiación metafórica, por parte de la economía y las ciencias sociales, de un concepto proveniente de la biología, que designa el proceso de formación, maduración y muerte de los organismos vivientes.
La metáfora, sin embargo, alude y elude a un tiempo el sentido más profundo de aquello que señala. Así, el desarrollo sostenible alude al agotamiento de aquella visión del mundo que, entre las década de 1950 y 1970, sintetizó en el desarrollo (sin adjetivos) la esperanza de que el progreso técnico y sus frutos llegaran a toda la Humanidad, pero elude al mismo tiempo referir ese concepto a las condiciones históricas que le dieron forma. Leer más...

Yankees go home!

500 años de lucha nos han dotado a los pueblos de América Latina de suficiente experiencia para encarar las batallas presentes contra el saqueo, la colonización y las imposiciones de todo tipo. Hoy esa lucha pasa por detener y revertir la militarización y el asentamiento de las tropas de Estados Unidos en Colombia y en todos nuestros países para que los últimos 500 años en rebeldía no hayan sido en vano.
Ana Esther Ceceña y Humberto Miranda / Rebelion
Aunque parece ya lejano porque ocurrió en marzo de 2008, el presunto ataque colombiano a Ecuador en la provincia de Sucumbíos marcó el inicio de un nuevo ciclo dentro de la estrategia estadounidense de control de su espacio vital: el continente americano. No se trató de un hecho aislado, sino de una primera piedra de un camino que continúa abriéndose paso.
En aquel momento se desplegaban iniciativas de creación de plataformas regionales de ataque bajo el velo de la guerra preventiva contra el terrorismo. Pero si en Palestina y el Medio Oriente había ya costumbre de recibir las ofensivas del Pentágono desde Israel, y aderezadas con sus propósitos particulares, en América no había ocurrido un ataque unilateral de un Estado a otro “en defensa de su seguridad nacional”.
El ataque perfiló las primeras líneas de una política de Estado que no se modificó con el cambio de gobierno (de Bush a Obama) sino que se adecuó a los tiempos de la política continental que, en esa ocasión, dio lugar a un airoso reclamo de Ecuador, secundado por la mayoría de los presidentes de la región en la reunión de Santo Domingo.
Prudentemente se detuvo esta escalada militar para bajar las tensiones y dar paso al cambio de gobierno en Estados Unidos, pero la necesidad de detener el crecimiento del ALBA y la búsqueda de caminos seguros para intervenir en la región, sobre todo frente a Venezuela, Ecuador y Bolivia, llevó nuevamente a Estados Unidos a involucrarse en proyectos desestabilizadores o directamente militaristas.
Nuevas formas de viejos propósitos. La doctrina formulada por Monroe y reiterada por Kennedy con la Alianza para el Progreso (Alpro), tiene expresiones contemporáneas en el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), la Integración de la Infraestructura Regional de Sudamérica (IIRSA) y el Proyecto Mesoamericano (antes Plan Puebla Panamá), pero también en la creación de una retícula militar que envuelve la región en su conjunto.
La revolución cubana en 1959 generó una cuña de subversión social que puso en entredicho el dominio estadounidense en el continente. La victoria cubana en Playa Girón en 1961, la supervivencia del proceso cubano después de la “crisis de los misiles”, y su permanencia en medio del acoso y las dificultades se constituyeron en un dique simbólico que desde entonces aparece como bastión de esperanza y dignidad, y como posibilidad real frente a la dominación.
Por esta misma razón, Cuba ha sido cuidadosamente separada del resto del continente mediante políticas de “extensión de la democracia” y combate a las tiranías (Alpro) promovidas financieramente a través de la USAID, mediante su expulsión de la Organización de Estados Americanos y mediante la manipulación de los imaginarios hasta convertirla en caso único e irrepetible, con tal éxito que en muchos sentidos el proceso cubano no es incorporado a los análisis sino como experiencia aislada que es a la vez añorada y rechazada por las izquierdas del continente.
Después de Cuba y de las experiencias insurgentes en casi todos los países de América Latina, los procesos democráticos fueron violentamente interrumpidos por dictaduras militares financiadas por la USAID, tan activa nuevamente en nuestros días, y preparadas por la Escuela de las Américas. Se abrió una larga noche para el continente y América volvió a ser, en cierta medida, “para los americanos”.
Las dictaduras se transformaron en neoliberalismo, las riquezas de nuestros países dejaron de ser “patrimonio estratégico de la nación” para convertirse en atractivos de inversión. La ilusión hegemónica de una América unida defendiendo los intereses americanos se encaminó en los tratados de libre comercio.
Los levantamientos contra el neoliberalismo, los tratados regionales, el ALCA y, recientemente, contra los dos megaproyectos de reordenamiento territorial y creación de la infraestructura de la integración energética y el saqueo (Plan Puebla Panamá, crecido hasta el Putumayo incorporando a Colombia, y hoy transformado en Proyecto Mesoamericano, e Integración de la Infraestructura Regional de Sudamérica), obligaron a la inteligencia hegemónica a recolocarse estratégicamente en el continente.
La insuficiencia del mercado como disciplinador general es acompañada por la presencia creciente de las políticas y fuerzas militares en todo el continente. El ethos militar se impone como eje ordenador de la totalidad.
Como una vuelta de tuerca más, las movilizaciones antineoliberales dan lugar a cambios institucionales y experiencias de gobierno contrahegemónicas en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y con esto se pone en riesgo, o por lo menos en dificultades, el dominio estadounidense. Con estas nuevas experiencias –que se agregan a la cubana y la reubican geopolíticamente-, no sólo se cuestionan las reglas del juego establecidas sino que grandes extensiones territoriales e inmensas fuentes de recursos empiezan a salir del control hegemónico.
La amenaza de esta confluencia y de su potencial ampliación, los triunfos democráticos, la constitución del ALBA, Petrocaribe y las señales de distanciamiento de las políticas de Washington –encaminadas en múltiples ocasiones por los organismos internacionales-, es asumida como un peligro mayor por los guardianes de la seguridad de Estados Unidos que, independientemente de quien ocupe la presidencia, mantiene una política de estado para defender como hinterland el continente americano y enfrentar desde esta plataforma el juego de competencias con el resto del mundo.
El golpe de Estado en Honduras -uno de los eslabones más frágiles del ALBA-, conducido por un militar hondureño formado en la Escuela de las Américas, tramado en vinculación con la base de Palmerola, consultado con el personal de la Embajada estadounidense y asumido por la oligarquía hondureña -que si existe es por el auspicio de los intereses de EEUU que requieren parapetarse en socios locales-, es el primer operativo de relanzamiento de la escalada iniciada en Sucumbíos.
Como parte de una ofensiva con múltiples variantes, que combina el juego de fuerzas constituidas internamente con intervenciones desde el exterior, que se presenta lo mismo con faceta militar que diplomática, económica o mediática, el golpe en Honduras abre un sendero diferente que pone en riesgo cualquier tipo de procedimiento democrático y deja sentado un precedente perverso. Cómo leer si no la deslegitimación de un gobernante constitucional y legítimo, derrocado por un golpe espurio que violenta la Constitución y las formas democráticas, y que, no obstante, mediante un extraño subterfugio termina siendo acusado de ser él el violador de la Constitución y, por ese mecanismo, es equiparado con el gobierno de los golpistas. Tan defensor como violador de la Constitución es uno como el otro en el esquema de diálogo que se impuso después del golpe y que, de no ser por la movilización popular exigiendo el restablecimiento de la constitucionalidad y rechazando tanto el golpe de Estado como la militarización, ya sería un dato más en la historia.
Honduras no es cualquier país. No solamente es integrante del ALBA y Petrocaribe sino que el gobierno de Zelaya empezaba a hablar de reforma agraria en las tierras que históricamente han sido parte del reino de la United Fruit Company, responsable de muchas masacres. Honduras fue el espacio desde donde se organizó la contrainsurgencia en los años de las luchas revolucionarias centroamericanas y es todavía el espacio de emplazamiento de la base militar estadounidense de Soto Cano o Palmerola, una de las mayores en la región latinoamericana que ha funcionado como cuartel general del Comando Sur desde su creación.
El depuesto gobierno de Zelaya, empujado por la movilización popular que desde hace un año cuestionó la existencia de Palmerola en el II Encuentro contra la Militarización, empezaba a hablar de la recuperación de las instalaciones de esa base. Esto, en un momento de ascenso de la presencia militar estadounidense, de ampliación, reactivación o modernización de sus posiciones en el continente, aceleró sin duda la intervención1 que, evidentemente, responde a intereses económicos y geopolíticos mucho más trascendentes que los de la oligarquía local.
No obstante, a pesar de su gravedad, el golpe en Honduras sólo anuncia lo que se vislumbra para los gobiernos que han osado desafiar al imperio y que no cesan de ser acosados. Honduras resultó atropellado en una búsqueda por alcanzar objetivos de mucha mayor importancia geoestratégica como Venezuela, Ecuador y Bolivia, y constituye ya, independientemente de su desenlace, uno de los soportes de la estrategia en curso.
Honduras constituyó el elemento desencadenador o, mejor, la cortina de humo que dio paso a la reactivación del proyecto interrumpido después del ataque a Sucumbíos: el establecimiento de una sede regional de la llamada guerra preventiva en América, justo al lado del Canal de Panamá y en la entrada misma de la cuenca amazónica pero, lo más importante en términos estratégicos coyunturales, en las fronteras de los procesos incómodos para los grandes poderes mundiales liderados por Estados Unidos.
Mientras la nebulosa levantada por Honduras desvió la mirada, se vuelven a desatar los montajes para acusar de cómplices de las FARC, único grupo reconocido como terrorista por el Pentágono en la región, a los presidentes de Venezuela y Ecuador, pero, sobre todo, se revive un viejo acuerdo entre Colombia y Estados Unidos que otorga inmunidad a las tropas estadounidenses en suelo colombiano y permite la instalación de 7 bases militares estadounidenses que se suman a las seis ya registradas por el Pentágono y por el Congreso en su Base structure report.
El plan de disciplinamiento continental pasa por quebrar geográfica y políticamente las alianzas progresistas y los procesos emancipatorios continentales. En Honduras se trata de introducir una cuña divisoria que debilite y quiebre los potenciales procesos democráticos en Centroamérica, y simultáneamente que se articule con el corredor de contención contrainsurgente conformado por México, Colombia y Perú, al que poco a poco se van sumando otros posibles aliados (ver mapa). La “israelización” de Colombia que se erige como punto nodal, articulada a este corredor, parece estar intentando tender una cortina de separación entre Venezuela, Ecuador y Bolivia, creándoles condiciones de aislamiento relativo, en el plano geográfico. Colombia como plataforma de operaciones enlazada a todo un entramado de posiciones y complicidades que rodean y aislan las experiencias contrahegemónicas y/o emancipatorias para irlas cercenando, disuadiendo o derrotando a medio plazo.
Pero además de este corredor geopolítico, que además se entrelaza geográficamente con las zonas de mayor riqueza del continente, se puede ubicar otra línea de intervención más sutil que podría establecerse como el eje Miami-México-Bogotá3, en el cual se pretende agrupar una derecha supuestamente endógena, portadora de un pretendido modelo latinoamericano propio frente a las propuestas emancipatorias emergentes. La participación de los grupos anticastristas de Miami y de sus contrapartes en el Pentágono en el golpe de Honduras se hizo evidente tanto en las sorprendentes declaraciones anticomunistas de los protagonistas del golpe, que parecían como salidas de la prehistoria política, como en la aparición en escena de personajes como Otto Reich.

Este conjunto de hechos permite concluir que está en curso un proyecto de recolonización y disciplinamiento del continente completo. Con la anuencia y hasta entusiasmo de las oligarquías locales, con la coparticipación de los grupos de ultraderecha instalados en algunos gobiernos de la región, en América Latina se está conformando mucho más que un nuevo Israel, desde donde el radio de acción se debe medir con las distancias que los aviones de guerra y monitoreo alcanzan en un solo vuelo sin necesidad de cargar combustible; o con los tiempos de llegada a los objetivos circunstanciales, que son muy reducidos desde las posiciones colombianas; o con la capacidad de respuesta rápida ante contingencias en las principales ciudades de los alrededores: Quito, Caracas y La Paz; o con la seguridad económica que les da establecerse al lado de la franja petrolera del Orinoco, equivalente a los yacimientos de Arabia Saudí, y al lado del río Amazonas, principal caudal superficial de agua dulce del continente, al lado de los mayores yacimientos de biodiversidad del planeta, frente a Brasil y con posibilidades de aplicar la técnica del yunque y el martillo, contando con la cooperación de Perú, a cualquiera de los tres países que en Sudamérica han osado desafiar a la hegemonía.
Si bien Honduras muestra claramente los límites de la democracia dentro del capitalismo, el trasfondo de Honduras, con el proyecto de instalación de nuevas bases en Colombia y la inmunidad de las tropas estadounidenses en suelo colombiano, convertiría a ese país en su totalidad en una locación del ejército de Estados Unidos que pone en riesgo la capacidad soberana de autodeterminación de los pueblos y los países de la región. Una base militar estadounidense del tamaño de un país completo y en el corazón de la amazonia.
Todo hace pensar que las acciones desde este enclave militar en América del Sur se dirigirán a los Estados enemigos o a los Estados fallidos, que, de acuerdo con las nuevas normas impulsadas por Estados Unidos, pueden ser históricamente fallidos o devenir, casi instantáneamente, Estados fallidos “por colapso”. Cualquier contingencia puede convertir a un país en un Estado fallido súbito y, por ello, susceptible de ser intervenido. Y entre las contingencias están las relaciones de sus gobernantes con algún grupo calificado como terrorista (es ahí que se explica la insistencia por acusar a los presidentes Chávez y Correa de mantener vínculos de colaboración con las FARC), los conflictos transfronterizos o la penetración del narco.
Una vez decretado el Estado fallido, la intervención puede realizarse desde Colombia, que ya estará equipada para avanzar sobre sus vecinos.
Es de prever la búsqueda de otros emplazamientos militares en el futuro cercano (por lo pronto en Perú, que ya está estableciendo compromisos de operación amplia de tropas estadounidenses en su territorio desde 2006 y con posibilidades de uso de bases en Chiclayo y en la zona del VRAE) combinada con procesos de fortalecimiento de los aparatos de inteligencia y militares en general al interior de los países latinoamericanos. Asimismo, es de esperar que la construcción de los Estados fallidos pasará por estimular deserciones militares, inculpar o corromper altos funcionarios de gobiernos progresistas por vínculos con las actividades criminalizadas por la hegemonía o por la implantación del narcotráfico en barrios marginales de ciudades como Caracas u otras, como herramienta para desatar conflictos y desestabilizar/controlar una región cada vez más rebelde.
A sólo unos meses del ascenso presidencial de Obama, ya resulta ingenuo pensar que existe un cambio en la política estadounidense hacia la región. El esquema de dominación está claro y delineado. Estados Unidos va, como decía Martí, “con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América”. Deberá haber una respuesta múltiple, regional, social, solidaria, en bloque. Una respuesta que se extienda desde el Río Bravo hasta la Patagonia y que reditúe a la independencia de nuestras naciones.
500 años de lucha nos han dotado a los pueblos de América Latina de suficiente experiencia para encarar las batallas presentes contra el saqueo, la colonización y las imposiciones de todo tipo. Hoy esa lucha pasa por detener y revertir la militarización y el asentamiento de las tropas de Estados Unidos en Colombia y en todos nuestros países para que los últimos 500 años en rebeldía no hayan sido en vano.
No hay consigna más sensata y oportuna en este momento que la renovada “Yankees, go home”.

Los estados canallas latinoamericanos

No estamos hablando en América Latina de estados fallidos, sin capacidad de gobernar o escaso poder institucional. Por el contrario, son gobiernos fuertes, y se fundamentan en el desprecio por la democracia. Es la forma más perfecta de ejercer el poder una vez consolidada la refundación neooligárquica del orden político.
Marcos Roitman Rosenmann / LA JORNADA
¿De qué otra forma puede denominarse a los estados cuyos principios tienen como fin cometer premeditadamente actos viles contra sus semejantes? La definición, propia del diccionario del uso del español de María Moliner, subraya: es el epíteto más duro aplicable contra un ser humano. Trasladado a un comportamiento de contenido político podría definir decisiones soeces colectivas tomadas conscientemente contra los conciudadanos.
En este sentido, nos estamos refiriendo al cúmulo de medidas apoyadas por leyes, decretos y normas cuyo objetivo consolida en el poder a una elite plutocrática que se adueña de los recursos naturales, del gobierno, de las instituciones, del territorio en beneficio propio. Para conseguirlo no escatima esfuerzos represivos. Deja sin trabajo a millones de conciudadanos. Entrega la soberanía a potencias extranjeras para justificar guerras contrainsurgentes, antiterroristas o asesinar opositores. Vende, subasta o alquila a las empresas trasnacionales las riquezas del subsuelo y los mares a precio de saldo. Aplica políticas excluyentes, fomentando el miedo y la represión como estrategia de gobierno.
Sus hacedores se sienten cómodos practicando dichos principios. No les duelen prendas a la hora de esquilmar las arcas públicas en favor de sus amigos banqueros y empresarios. No sienten vergüenza si cobran comisiones por la realización de grandes megaproyectos inmobiliarios, construcción de autopistas o embalses. Reniegan de la inversión pública para salud o educación.
En el Estado canalla, la corrupción es una forma aceptada de convivencia social. No hay sanción política, sólo judicial y en casos extremos. Muy raramente se produce la inhabilitación de los imputados. La corrupción se configura como un engranaje desde el cual se proyecta la acción del Estado. La función pública se considera subsidiaria de la gestión privada, y pasa a regirse por los principios del beneficio económico. La aplicación de leyes redactadas ex profeso a tales efectos es la demostración de lo dicho. Cuando no es así, se da rienda suelta a los despachos de asesores jurídicos para otorgar cobertura a la violencia de Estado.
No hay que ir muy lejos para constatar el recorte de las libertades civiles y de los derechos democráticos de la población, sean obreros industriales, trabajadores autónomos, campesinos, mujeres o pueblos originarios. Se congelan sueldos, se fomenta el despido libre, la flexibilidad laboral y de paso se amenaza con el fin de las pensiones y los derechos laborales adquiridos durante décadas, por no decir siglos, como las pagas extraordinarias, el descanso dominical o el jornal de ocho horas diarias. Tampoco cumplen el principio: igual trabajo igual remuneración para hombres y mujeres. Las formas democráticas de negociación, mediación, participación, representación y coacción brillan por su ausencia.
Si vamos poniendo cara a estas políticas podemos visualizar posibles estados que caen bajo la denominación genérica de estados canallas. Colombia cede parte de su soberanía territorial y permite el uso de bases militares a Estados Unidos. Asimismo, con el pretexto de luchar contra el narcotráfico y la guerrilla, instaura un proyecto de democracia protegida donde las fuerzas armadas y los paramilitares se transforman en verdugos de su pueblo, asesinando campesinos, sembrando el terror en las ciudades y asesinando a quienes los denuncian. Colombia es el país, junto a México, donde más periodistas caen víctima de atentados por parte de los sicarios del Estado.
Igualmente, en México, asistimos a una unión entre clase gobernante y mafia de narcotraficantes tendiente a destruir la conciencia nacional, desvirtuar la historia y avanzar en la política de exterminio de los pueblos indígenas. La guerra contrainsurgente contra el EZLN y sus comunidades, la acción calculada al milímetro para desarticular las organizaciones campesinas y la venta del país a la banca extranjera y las trasnacionales le sitúan en un lugar de privilegio como Estado canalla.
En Chile se criminaliza la lucha del pueblo mapuche; aplicando la ley antiterrorista, es considerado un enemigo contra la seguridad nacional. Hay más de 200 líderes mapuches encarcelados bajo la política instaurada con el gobierno de Ricardo Lagos llamada Nuevo Trato y continuada por Michelle Bachelet. Una forma eufemística de expulsarlos de sus tierras y facilitar la represión bajo el allanamiento de sus hogares sin orden judicial, consumando las amenazas de detención y las acciones punitivas de las organizaciones paramilitares de los latifundistas y hacendados, entre ellos ni más ni menos que el ex ministro de la concertación Enrique Krauss, latifundista e impulsor de la aplicación de la ley pinochetista. También, el control de la prensa por parte de dos grupos monopólicos y la elite política demuestra la nula libertad de expresión y el miedo a la libertad de prensa. El caso Clarín lo atestigua.
En Honduras tenemos otra demostración. El gobierno de facto, nacido de un golpe de Estado, instaura un orden ilegítimo, donde Roberto Micheletti es reconocido por una parte de la clase dominante interesada en proteger sus intereses y propiedades en contra del pueblo, que pide a voces el retorno del presidente constitucional. Las fuerzas armadas reprimen y asesinan selectivamente, dando la imagen de estabilidad con argumentos de ficción. En Perú se hacen oídos sordos a las demandas de autonomía de los pueblos originarios y se les combate para favorecer las prospecciones petroleras de las grandes compañías trasnacionales.
En todos los casos citados se toman decisiones cuya voluntad política va contra las clases populares; es decir, contra una mayoría de la población. Lo más significativo de los nuevos estados canallas se encuentra en la administración autocrática de lo cotidiano. Por este motivo no estamos hablando en América Latina de estados fallidos, sin capacidad de gobernar o escaso poder institucional. Por el contrario, son gobiernos fuertes, y se fundamentan en el desprecio por la democracia. Es la forma más perfecta de ejercer el poder una vez consolidada la refundación neooligárquica del orden político.

Haití, un portaviones y dinero para Washington

Se multiplican las denuncias contra la MINUSTAH por asesinato y exceso de violencia. Los males que padece el país no cesan. Miseria para los haitianos, narcodólares para los bancos estadounidenses.
Diego Ghersi /Agencia Periodística del Mercosur
Haití es un paraíso para delinquir. Al no regir las instituciones gubernamentales, todo se puede hacer: tráfico de drogas, de armas y contrabando son moneda diaria, y sus jefes son los funcionarios oficiales.
Así, en voz muy baja, los militares que regresan de la misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH) confiesan que la situación del país es aberrante.
En sus medidas descripciones abundan relatos de miseria, corrupción, violencia generalizada, carencias básicas, agresiones con piedras contra los tanques blancos de patrullaje y narcotráfico.
Por otro lado, empiezan a sumarse las voces de denuncia de organizaciones sociales y de Derechos Humanos en contra de las fuerzas internacionales, a las que no vacilan en llamar de ocupación.
La MINUSTAH comenzó sus actividades en Haití el 1º de junio de 2004, coordinada por las Fuerzas Armadas de Brasil -por mandato del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas- e integrada por efectivos de Chile, Uruguay, Argentina, Ecuador y de España, Canadá, Francia y Estados Unidos.
Si bien en sus comienzos la fuerza multinacional consiguió restablecer la tranquilidad en Cité Soleil (barrio popular de Puerto Príncipe, considerado de alta peligrosidad), en la actualidad la conducta de los militares extranjeros roza la brutalidad y el pillaje.
En ese sentido, organizaciones sociales han denunciado que los cascos azules realizan violentas requisas -sin razón aparente- e incluso roban dinero de los pobladores y saquean comercios.
Las denuncias por homicidio tampoco están ausentes: miembros de MINUSTAH fueron acusados de haber asesinado, el 5 de agosto, a un joven de 26 años, durante una manifestación popular para reclamar por el restablecimiento de los servicios de electricidad en la ciudad de Las Cahobas.
Según la Red Fronteriza Jano Siksè, los cascos azules llegaron al lugar de la protesta y dispararon con armas de fuego contra manifestantes armados con piedras. En el choque resultó muerto el joven Ricardo Morette y otros diez manifestantes salieron heridos.
Posteriormente, miembros de la fuerza multinacional se apropiaron del cadáver depositado en la morgue de Las Cahobas y merced a una autopsia -cuyo resultado fue negado al letrado de la familia de la víctima- informaron que el deceso no se había producido por herida de bala. Esa información fue objetada por los médicos de Las Cahobas.
Este caso particular –que se suma a otras denuncias de abuso perpetradas por las fuerzas de paz- amerita un replanteo de la misión, tanto en la ONU como entre los gobiernos que forman parte de ella.
Dado que el problema de Haití es de carácter estructural, debería haberse anticipado que el uso de la fuerza sólo era admisible por un corto período y en conjunción con otro tipo de medidas que no se han adoptado o han sido equivocadas.
La crisis de Haití es de carácter medioambiental, productiva y política, y la solución no puede pasar exclusivamente por el factor militar.
En un país agrario, dónde no existen registros de propiedad de la tierra, el desinterés por su utilización y conservación es algo natural. En las pocas explotaciones agrícolas que funcionan el uso de tecnologías nocivas destruye la capacidad productiva de los suelos.
La carencia de combustibles ha intensificado el uso del carbón –se usa en el 70 por ciento de las cocinas del país- y propiciado la deforestación.
Haití ha perdido su soberanía alimentaria -en 1970 producía el 90 por ciento de lo que consumía, hoy importa el 55 por ciento- y si bien el país recibe ayuda internacional, ésta es distribuida a través del poco equitativo mercado negro.
El desgobierno conlleva al funcionamiento de instituciones financieras sin control, que se nutren con el lavado del dinero proveniente de un creciente tráfico de estupefacientes colombianos.
Una vez más, la imposibilidad de despegue que padece Haití parece estar ligada a los intereses de Estados Unidos. Y es que en la actual búsqueda de posiciones estratégicas por parte de Washington, el territorio haitiano representa un portaviones desde dónde proyectar su amenaza militar en territorio sudamericano y consolidar sus pretensiones hegemónicas sobre los recursos de la región.
Por otra parte, en épocas de crisis financiera, el dinero del narcotráfico contribuye como alivio a la economía estadounidense.
Es así que la conducta de Estados Unidos en Haití complementa los movimientos derivados de los planes Colombia y Mérida, del golpe de estado en Honduras, del patrullaje de la IV Flota y de la política de establecimiento de bases militares, con la complicidad del presidente colombiano Alvaro Uribe.
Por consiguiente, los velados argumentos de los países sudamericanos, en el sentido de que sus participaciones en MINUSTAH contrapesan a los intereses de Estados Unidos, aparecen casi como ingenuos. La comunidad internacional no toma en serio el problema haitiano. Es hora de hacerlo.

“Lares colocó a Puerto Rico en la categoría de nación definida”

Nuestro rumbo estratégico, el que debe trazar toda la nación puertorriqueña, aquí, allá o en la Luna, es rescatar para la nación puertorriqueña, de la que formamos parte, la plenitud de la libertad y el mayor grado de justicia social posible, para lo cual será necesario lograr la independencia de la patria y poder integrar a Puerto Rico al contorno del que forma parte, que es la gran confederación caribeña y latinoamericana.

Juan Mari Brás / CLARIDAD (Puerto Rico)

(Ilustración: "El grito de Lares", de Augusto Marín).

Germán Delgado Pasapera, el ilustre historiador añasqueño, patriota y revolucionario en su perspectiva de la historia, dejó, días antes de su temprana muerte, un libro seminal titulado Puerto Rico: sus luchas emancipadoras. El volumen contiene varios capítulos sobre El Grito de Lares y sus antecedentes y consecuencias en nuestro desarrollo histórico. En una ponencia suya en ocasión del 116 aniversario del acontecimiento, en 1984, y reproducido en CLARIDAD diez años después, en septiembre de 1994, Delgado Pasapera afirma lo siguiente:

“Queda claro que la gesta de Lares, que coloca a Puerto Rico en la categoría de una nación definida, no fue el resultado de una improvisación ni una simple explosión local de descontento, motivada exclusivamente por las dificultades que confrontaban en sus intereses económicos los productores de café.”
Tanto en la ponencia como en el libro citados, el autor hace una relación, con amplia documentación, de los hechos diversos desde principios del Siglo XIX que se sucedieron a favor de la plena libertad de nuestra patria, para arribar a la siguiente conclusión:“Decretado en 1867 el destierro del liderato de avanzada del país por el gobernador Marchesi, encabezaron la lista Betances y Ruiz Belvis. Para Betances ese fue su tercer y último exilio. Ya no vería más esta tierra por la que tanto luchó.”
“Comenzó entonces para los patriotas un duro peregrinaje. Antes que someterse a las condiciones del destierro impuestas por el gobierno prefirieron escapar del País rumbo a Santo Domingo. Pasaron luego a Saint Thomas y de allá a Nueva York, donde establecieron contacto con la Junta Revolucionaria de Cuba y Puerto Rico, organización revolucionaria independentista de la que era vice-presidente el doctor José Francisco Basora, su amigo y compañero desde sus días en Mayagüez.”
“Allí, en Nueva York, acordaron un plan de acción. Basora permanecería en Nueva York colaborando con la Junta; Ruiz Belvis embarcaría hacia Chile, donde esperaba encontrar ayuda —Chile había ayudado a la Junta— y Betances regresaría a Las Antillas para organizar la Revolución. De vuelta a Saint Thomas, donde fueron intensamente vigilados por la Policía a instancias del Gobernador de Puerto Rico, Betances volvía a Santo Domingo y Ruiz Belvis se dirigía a Chile, a donde llega muy enfermo y moría poco después de iniciar sus gestiones…”.
Sacudido por el golpe y por el vacío que dejaba la muerte de Ruiz Belvis, Betances lanza una proclama que es una afirmación de principios y un llamado a la lucha. Después de rendir un emocionado tributo al patriota ido, reafirmaba su fe de combatiente. ‘Los hombres pasan pero los principios quedan y triunfan’, escribía. Y el 6 de enero de 1868 funda en Santo Domingo el Comité Revolucionario de Puerto Rico, con Basora, el Padre Meriño, Mella, Carlos Lacroix y Mariano Ruiz Quiñones, hermano menor de Ruiz Belvis.” Leer más...

lunes, 21 de septiembre de 2009

Honduras: ¿el principio del fin?

El nuevo rumbo decidido por Zelaya: su positiva respuesta ante largamente postergados reclamos populares y la reorientación de su inserción internacional en el marco del ALBA tuvieron un efecto pedagógico impresionante y desencadenaron una reacción popular inesperada para propios y ajenos.
Atilio Borón / ALAI
Zelaya ya está en Tegucigalpa y su ingreso a Honduras, burlando las “medidas de seguridad” instaladas a lo largo de la frontera, debería marcar el comienzo del fin del régimen golpista. Son varias las razones que fundamentan esta esperanza, que sucintamente se exponen a continuación.
Primero, porque los gorilas hondureños y sus instigadores y protectores en Estados Unidos (principalmente en el Comando Sur y el Departamento de Estado) subestimaron la masividad, intensidad y perseverancia de la resistencia popular que día tras día, sin desmayos, manifestaría su oposición al golpe de estado. En realidad tamaño rechazo no estaba en los cálculos de nadie, si nos atenemos a la historia contemporánea de Honduras. Pero el nuevo rumbo decidido por Zelaya: su positiva respuesta ante largamente postergados reclamos populares y la reorientación de su inserción internacional en el marco del ALBA tuvieron un efecto pedagógico impresionante y desencadenaron una reacción popular inesperada para propios y ajenos.
Segundo: el régimen golpista demostró ser incapaz de romper un doble aislamiento. En el frente interno, quedando cada vez más en evidencia que su base social de sustentación se reducía a la oligarquía y algunos grupos subordinados a su hegemonía, incluyendo los medios de comunicación dominados sin contrapeso por el poder del capital. Además, el paso del tiempo lejos de debilitar la resistencia popular lo que hizo fue acotar cada vez más el apoyo social al régimen. En el flanco internacional el aislamiento de Micheletti y su banda es casi absoluto: salvo poquísimas excepciones toda la América Latina y el Caribe retiró sus embajadores, y lo propio hicieron varios de los países más gravitantes de Europa. La misma OEA adoptó una línea dura en contra del régimen y, a poco andar, el único apoyo externo con que contaba el gobierno provenía de Estados Unidos. Este sin embargo, siguió una trayectoria declinante que se fue acentuando con el paso del tiempo: desde la negación de visados al personal diplomático acreditado en Washington hasta medidas cada vez más exigentes en contra del propio Micheletti y sus colaboradores.
Tercero, porque las ambiguas políticas del gobierno de Estados Unidos -producto de la puja interna dentro de la administración- que facilitaron la perpetración del golpe de estado fueron lentamente definiéndose en una dirección contraria a los intereses de los usurpadores. Si el inicial rechazo al golpe manifestado por Obama fue luego atenuado y entibiado por su antigua (¿y actual?) rival, la Secretaria de Estado Hillary Clinton, el carácter indisimulablemente retrógrado de Micheletti y su entorno así como la interminable sucesión de exabruptos e insultos dirigidos a Obama cada vez que la Casa Blanca expresaba alguna crítica a Tegucigalpa y su manifiesta incapacidad para construir una base social, fueron lentamente inclinando el fiel de la balanza en contra de las posturas amadrinadas por la Secretaria de Estado y creando una atmósfera cada vez más antagónica en relación a los golpistas.
Cuarto y último: el régimen instaurado el 28 de Junio constituye un serio dolor de cabeza para Obama. En primer lugar, porque desmiente enfáticamente sus promesas de fundar una nueva relación entre Estados Unidos y los países del hemisferio. El apoyo inicial al golpe, puesto de manifiesto en la obstinada resistencia de Washington a caracterizarlo como un “golpe de estado”, la tibieza de la respuesta diplomática y la indiferencia ante las gravísimas violaciones a los derechos humanos perpetrada por Tegucigalpa dañó seriamente la imagen que Obama quería establecer en América Latina y el Caribe. La continuidad del régimen golpista haría aparecer a Obama como un político irresponsable y demagógico o, peor aún, como alguien incapaz de controlar lo que hacen y dicen sus subordinados en el Pentágono, el Comando Sur y el Departamento de Estado. Y esto se liga con otro asunto, el segundo, sumamente importante y que excede el marco de la política hemisférica: su credibilidad en la arena internacional. Al demostrar su impotencia para controlar lo que ocurre en su “patio trasero” los gobernantes de otros países –especialmente la China, Rusia y la India- tienen razones para sospechar que tampoco será capaz de controlar a los sectores más belicistas y reaccionarios de Estados Unidos, para quienes sus promesas de alentar el multilateralismo equivalen a una capitulación incondicional ante sus odiados enemigos.
Esto es particularmente grave en momentos en que Obama está negociando con Rusia un nuevo acuerdo para reducir el arsenal nuclear de ambos países, algo que Washington necesita tanto o más que Moscú debido a la hemorragia económica producida por las guerras en Irak y Afganistán y al incontenible déficit fiscal norteamericano. El fracaso de este acuerdo tendría un costo económico enorme sobre el presupuesto público en momentos en que ese dinero se necesita para aventar los riesgos de una profundización de la crisis económica estallada en el 2008. Pero para persuadir a los rusos de que su plan de reducción de armamentos es viable tiene primero que demostrar que está en control de la situación y que sus halcones dentro del Pentágono no le quebrarán la mano. Cada día que permanezca Micheletti en el poder equivale a un mes más de difíciles conversaciones con Medvedev y Putin para convencerlos de que sus promesas se traducirán en hechos. Porque, si no puede controlar a los suyos en Honduras, ¿podrá hacerlo cuando se trate de una cuestión estratégica y vital para la seguridad nacional de Estados Unidos?
- Dr. Atilio A. Boron es Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina. http://www.atilioboron.com

sábado, 19 de septiembre de 2009

Necesidad de cambiar

Pensar en abandonar la forma capitalista de organización social no es pues, hoy, solamente una necesidad ingente por buscar formas más equitativas y justas de desarrollo sino, en primer lugar, un asunto de supervivencia de la especie humana.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Son pocos los que dudan que la humanidad se encuentra, en nuestros días, en una época crucial en la que confluyen varios procesos de carácter global que pueden cambiar la faz del mundo en los próximos años.
Uno de estos procesos es el que se conoce como crisis ambiental, que tiene como más visible efecto el llamado calentamiento global, cuyas consecuencias ya las estamos viviendo. De seguir las cosas como hasta ahora –y no hay razones para pensar que habrá cambios drásticos de rumbo- las predicciones pintan un panorama sombrío. La actividad humana siempre ha tenido impacto sobre el medio ambiente, pero nunca como ahora sus efectos fueron tan devastadores: estamos, literalmente, serruchando la rama sobre la que estamos sentados.
¿Es posible detener este proceso? Se han hecho intentos importantes. Uno de ellos fue la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo que se llevo a cabo en Rio de Janeiro en 1992, que se conoció como Cumbre de la Tierra, y del que derivó el llamado Protocolo de Kioto. Como se sabe, los resultados derivados de la aplicación de los compromisos asumidos en su marco son desesperanzadores.
Mientras tanto, los efectos del calentamiento del planeta parecen acelerarse, tal como lo evidencia el calentamiento de de los polos terrestres, la paulatina desaparición de los glaciares y, en nuestro entorno más inmediato, el cambio en el patrón de las lluvias, prolongadas sequías, aumento del número y fuerza de los huracanes, etcétera.
Es conocida la causa principal de este efecto invernadero: la emisión de ciertos gases, especialmente dióxido de carbono y metano, producto de la actividad humana. Ha sido en el siglo XX cuando este fenómeno se disparó exponencialmente, sobre todo por el uso de combustibles fósiles, especialmente el carbón y el petróleo.
El descubrimiento del petróleo como gran fuente energética en el siglo XX constituye, sin lugar a dudas, una verdadera revolución. Sobre el oro negro se ha podido erigir toda una civilización que, en la segunda mitad del siglo, se ha globalizado, llegando a todos los confines de la Tierra.
Se trata de la sociedad de consumo, forma concreta que asume el capitalismo en la época contemporánea. La sociedad del use y tire. La sociedad del tenga y sea. El sistema de producción cuyo principal interés es crear la mayor cantidad posible de mercancías para después venderlas. A esa sociedad se le pide que actúe responsablemente, es decir, que modere su voracidad. Es como pedirle al león hambriento que no se coma al suculento cabrito que, desvalido, se encuentra frente a él.
Es imposible. Por más protocolos, convenios y buenas intenciones que existan, el león se comerá al cabrito. Es ley natural. Por eso, el Protocolo de Kioto no detendrá al león capitalista y todo seguirá igual, rumbo al despeñadero.
El león capitalista, sin embargo, desaparecerá a la larga con el cabrito. No hay llamamiento a desarrollo sustentable que valga mientras el león siga moviendo la cola y ande suelto depredando todo lo que se le presenta a su alrededor. Hay que acabar con el león. Ya anunció Carlos Marx, hace más de 150 años, que si las contradicciones del capitalismo no se resuelven pasando aun nuevo estadio de desarrollo, el sistema puede colapsar arrastrando consigo a la humanidad misma.
Pensar en abandonar la forma capitalista de organización social no es pues, hoy, solamente una necesidad ingente por buscar formas más equitativas y justas de desarrollo sino, en primer lugar, un asunto de supervivencia de la especie humana: cambiar la sociedad, cambiar el mundo o perecer no es una consigna radical sino el único camino posible para no echar a perder la maravilla de la vida en esta esquina marginal del universo.

La independencia por construir

La nueva independencia de América Latina, en los ricos y complejos escenarios que va configurando el ascenso de los sectores populares, requiere dar paso a un proceso –no exento de conflictos- de ampliación y profundización de la democracia (hasta ahora, más ritual que real), y de reconstrucción de la nación, de nuestros Estados a medio hacer y hoy casi fallidos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Independencias. Bicentenarios. Monumentos y efemérides. El septiembre latinoamericano desborda de celebraciones que exaltan a los héroes de la patria, a los mártires que dieron vida a la nación: ese artefacto decimonónico, escindido por el falso dilema de civilización o barbarie -y por tanto profundamente excluyente- con el que las oligarquías criollas pretendieron construir, en tierras americanas, pésimas copias de las naciones europeas. Poquísimas mujeres, casi ningún indígena y todavía menos afrolatinoamericanos, figuran en las páginas de los libros o reciben el incienso de los ritos de la historia oficial.
¿Somos independientes? El interés por responder esta pregunta, evidentemente retórica, puede diluirse en la desesperanza que retrata las actuales condiciones de los países y regiones que sobreviven más directamente bajo la égida de los Estados Unidos: México, Centroamérica, Colombia y el Caribe. Y es que en solo tres días, caribeños y mesoamericanos presenciamos algunos acontecimientos que retratan el drama de esta región.
El 14 de setiembre, el presidente de EE.UU., Barack Obama, decretó la continuidad de la ley colonialista de embargo comercial a Cuba: una acción que va en contra de los reclamos de la comunidad internacional y del más elemental sentido de justicia y humanidad para el pueblo cubano.
En la mañana del día 15, en San José de Costa Rica, al pie del Monumento Nacional que recuerda la gesta de los centroamericanos en 1856-1857, cuya unidad permitió repelar el expansionismo esclavista norteamericano encabezado por William Walker, el presidente Oscar Arias pontificó sobre el pensamiento único y repitió consignas contra partidos políticos y movimientos sociales opositores a su gobierno y al TLC con EE.UU. Para Arias, quien cada vez más pierde sus convicciones democráticas, el país está amenazado por el peligro que representan los grupos “extremistas” quienes, por la vía del sufragio, se proponen revertir el dominio neoliberal en las elecciones del 2010. Casi a la misma hora, pero en Honduras, los golpistas de Micheletti desfilaban por las calles militarizadas de Tegucigalpa, blandiendo vivas por la constitución y la democracia.
Por la noche, en la plaza del Zócalo en México, el presidente Felipe Calderón gritaba vivas por la independencia, el bicentenario y la revolución de un país devorado, lentamente, por las mafias políticas y las mafias del narcotráfico, el entreguismo de sus dirigentes y la voracidad de la potencia del Norte.
Finalmente, el 16 de setiembre, en la reunión de Ministros de Defensa de UNASUR, el gobierno de Álvaro Uribe defendió, por enésima vez, el acuerdo de cesión de bases militares al ejército de los Estados Unidos: definitivamente esta Colombia, la de las alianzas proimperialistas, hace las veces de ariete contra la paz y el consenso suramericano.
Como se ve, reflexionar sobre la pretendida condición independiente de nuestros pueblos, sobre todo desde esta parte de la geografía política americana, exige un generoso esfuerzo para remontar el pesimismo. No obstante, es un ejercicio necesario, al que no podemos renunciar.
Desde nuestra perspectiva, la nueva independencia de América Latina, en los ricos y complejos escenarios que va configurando el ascenso de los sectores populares, requiere dar paso a un proceso –no exento de conflictos- de ampliación y profundización de la democracia (hasta ahora, más ritual que real), y de reconstrucción de la nación, de nuestros Estados a medio hacer y hoy casi fallidos, como los de México, Guatemala, Honduras y Colombia. Esas naciones de criollos que propiciaron la fragmentación social y la reproducción de estructuras coloniales de dominación en lo administrativo, lo político y lo cultural (el colonialismo interno) que aún persisten.
No cabe duda que los pueblos latinoamericanos, desde finales de la década de 1990 al presente, han alcanzado conquistas sumamente valiosas e inéditas en la historia de sus luchas de liberación. Pero todavía resta mucho por hacer para avanzar hacia la segunda y definitiva independencia, de manera que esta “primavera de los pueblos” –como la llamó Frei Betto-, no sea solo un hermoso paréntesis en el inmenso relato de la opresión oligárquica e imperialista.
Fue José Martí, en el contexto de la Conferencia Internacional Americana de 1889, en Washington, quien lanzó esa idea –casi como un grito de urgencia- de la segunda y definitiva independencia”. Visionariamente, el prócer cubano prefiguraba los principales desafíos contemporáneos de nuestros pueblos: la amenaza del imperialismo estadounidense, bajo su doble faz de panamericanismo comercial e intervencionismo militar, y el riesgo que suponían –y que ahora padecemos- esos inacabados Estados nacionales que dejaban el siglo XIX y se lanzaban a rodar mundo, deslumbrados por la modernidad de las metrópolis, sin resolver sus problemas estructurales de exclusión y dominio oprobioso de una clase sobre otra.
Este diagnóstico señala, también, un programa de acción de plena vigencia: la unidad de los pueblos y la integración de los Estados latinoamericanos hacia adentro, considerando el carácter plurinacional de la mayoría de nuestros países, y hacia afuera, fortaleciendo una nueva arquitectura, más equilibrada, de las relaciones internacionales. Ambas son condiciones ineludibles para alcanzar ese anhelado ideal independentista, y para abrir los caminos de humanidad que todavía nos falta recorrer.

El increyente

Los alcances del cambio de fe política e institucional del presidente costarricense (quien alguna vez proclamó su orgullo por la ‘democracia centenaria’ del país) parecen disputables y algunos de ellos peligrosos.
Helio Gallardo / Semanario Universidad
En entrevista extensa dada a periodistas de La República, el presidente Óscar Arias hace lo que suena como una confidencia: “Hace 40 años (…), yo creía que los males de la democracia se corrigen con más democracia, ya no lo creo, se nos fue la mano y esta dispersión de poder es lo que nos tiene como nos tiene, ya yo no lo creo” (LR: 01/09/09, p. 10). Si los “males de la democracia” no se corrigen con más democracia, pues lo harán o con menos o con algo diverso a ‘la’ democracia. Los alcances de este cambio de fe política e institucional del presidente costarricense (quien alguna vez proclamó su orgullo por la ‘democracia centenaria’ del país) parecen disputables y algunos de ellos peligrosos. Se podría pensar, por ejemplo, que las “correcciones” requeridas por la institucionalidad democrática tendrían que ser a-democráticas o antidemocráticas. Un aspecto poco grato de las conversiones (en especial si se dan a edad avanzada) es que suelen abrirse radicalmente a creencias opuestas: puede uno transformarse en acosador de borrachitos o en panderetero de gobiernos ‘autoritarios’ o en practicante del pragmatismo, una versión ‘elegante’ del agnosticismo ideológico resuelto en la inclinación por los intereses propios, personales o sectoriales, a los que se valora como metro único y legítimo de la realidad.
El presidente Arias estima asimismo que declaraciones suyas como la consignada arriba ‘molestan a muchos’. Es poco probable. Generan más bien sincera alarma por su salud intelectual y emocional. Él mismo atiza este sentimiento de dolor y vergüenza ajenos. Preguntado por el periodista (algo cortesano) acerca de qué sacrificó al volver a gobernar, contesta: “Sacrifiqué una vida académica muy linda que me permitió viajar por las mejores universidades europeas, asiáticas y gringas dando clases, conferencias y me pagaban algún dinero. Eso me gustaba mucho porque estaba con gente inteligente todo el tiempo. Sacrifiqué eso porque Liberación [el partido de gobierno] iba a volver a perder, así de simple”.
El presidente Arias sacrificó entornos de gente inteligente (todo el tiempo) por ¿entornos menos inteligentes? ¿entornos brutos (todo el tiempo)? ¿entornos con algunos inteligentes y muchos brutos o no inteligentes? ¿Son estos brutos o no inteligentes (muchos, pocos, ocasionales, permanentes) quienes lo llevaron a perder su fe democrática? Los entornos políticos más inmediatos del mandatario en Costa Rica son los yes men y las secretarias ejecutivas que asienten a todo lo que dice y lo aplauden siempre. En menor medida su gabinete ministerial. ¿Se refiere a ellos como poco o nada inteligentes esféricos (quiere decir por todos los lados) todo el tiempo u ocasionalmente? ¿O son solo sus opositores los brutos? ¿O quienes lo eligieron mediante el sufragio de un sistema en el cual él ya no cree?
Como se advierte, la revelación del presidente Arias sobre su actual increencia tiene mucho, “demasiadamente” diría un campesino, de patética. Sobre todo porque en la misma charla califica a la institucionalidad democrática del país como “sólida” (porque la gente cree en ella) aunque ineficiente. ¿Será la gente la bruta que feliz vive algo inútil?
Bueno, para realizar declaraciones como éstas es que les sirve a las personas viajar por el mundo, codearse con gente inteligente todo el tiempo y ‘sacrificarse’ para evitar una derrota de Liberación ante el al parecer incalificable (¿por bruto o avispado?) Otón [Solís]. No valía la pena el martirio.